Democratizando el elitismo académico

Opinión
/ 18 abril 2024

Las instituciones de élite académica se han caracterizado históricamente por dos cosas con respecto de las personas que egresan de estas: La primera es que son profesionales altamente capaces, personas preparadas para enfrentar los más grandes retos técnicos de todas las áreas del conocimiento y que, a menudo, son quienes producen los mayores avances de innovación en todos los sectores; la segunda, y mucho menos atractiva, es que usualmente son personas desconectadas de las realidades de las mayorías. Esto representa en mí sentir una enorme tragedia, particularmente porque las personas que a menudo más necesitan de las voces de quienes sí pueden ser escuchadas, son aquellas con las que estas son incapaces de conectar y empatizar.

A menudo escuchamos, desde las voces de las élites, frases de sumo clasismo en referencia a las opiniones y elecciones de las personas en situaciones más desventajadas de nuestro país, particularmente, esto se hace evidente en el ámbito electoral. Clásicas como la de “el voto de alguien sin educación superior no debería contar igual que el de una persona preparada”, o hasta el más radical de “los pobres no deberían votar porque su voto lo compran con una despensa”, nos muestran lo más terrible de una clase sumamente lejana a los intereses de las mayorías, y con una brutal falta de sensibilidad hacia personas que, desde lo más elemental, están tomando decisiones para la protección de sus intereses más básicos.

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Hay otras personas en estos grupos, quienes desde una perspectiva un poco más empática, pero aún incompleta, asumen un rol de “salvador blanco” y consideran que son ellas quienes tienen la mejor solución para atender a las necesidades que la gente vive y expresa, aún con mayor certeza, que esa misma gente. Entre estas personas nos encontramos las de ideas como las de “hay que enseñarle al pobre a pescar, no darle un pescado”, que fracasa en considerar las necesidades de las personas en situaciones de mayor pobreza, y en tomar en cuenta la casi nula movilidad social que existe en nuestro país, inclusive, entre las clases medias.

Es importante entender que estas ideas y opiniones, por mucho que se expresen desde un lugar de intención de mejorar las condiciones para México y para toda su gente, incluyendo aquella en situaciones de mayor vulnerabilidad, se hacen desde un clasismo burdo e ignorante. Ese clasismo que considera que la gente pobre y precarizada es gente intelectualmente incapaz de tomar las decisiones correctas que mejor protejan sus intereses.

Este distanciamiento entre la visión desde las élites intelectuales (que a menudo son también las económicas) y la de las clases trabajadoras, produce una disyuntiva notable cuando se pretende edificar proyectos de nación que unifiquen intereses y que promuevan el desarrollo del país de manera más justa y equitativa, reduciendo desigualdades y encontrando puntos de acuerdo sobre intereses compartidos.

Cada vez nos queda más claro que los proyectos de nación fabricados desde las élites tecnócratas, en los que mantienen una postura propuesta desde la burguesía, sin considerar a las clases trabajadoras y sus intereses, están destinadas a fracasar.

Hay instituciones como Harvard, que habiendo sido una tradicionalmente elitista y poco representativa de las clases populares, está haciendo enormes esfuerzos de diversidad e inclusión para incrementar la representatividad de todos los sectores en la institución, tanto en su alumnado, como en sus oficinas administrativas y posiciones académicas. Esto obedece a la necesidad imperante de construir visiones compartidas de sociedades en las que todos los sectores y sus intereses se vean representados en ellas.

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El Club Harvard de México, promoviendo esta visión de diversidad y democratización, organiza desde hace tres años Momento Mexicano, una conferencia que busca atraer estudiantes de todo el país, principalmente de universidades públicas, para sostener discusiones relevantes sobre los asuntos más apremiantes para la construcción del México que todas las personas queremos ver, con personalidades expertas en cada uno de estos. Este año tendrá espacio en el Hotel St. Regis de la CDMX el día 20 de abril.

El reto para las instituciones de élite, en el contexto nacional e internacional, me parece que mucho tiene qué ver con la preparación académica y técnica del más alto nivel, sin perder de vista las necesidades más fundamentales de los pueblos en cada contexto. Tiene qué ver con formar profesionales excepcionales, sin que pierdan el contacto −o logrando este para quienes no lo tienen de origen− con las clases populares y los intereses del proletariado. Porque en un mundo moderno, en donde la mayoría de los países se rigen por sistemas sociales subyugados al poder económico y de amplias desigualdades, las mayorías son pobres, son vulneradas, son proletarias, y las élites y su pensamiento no les representa.

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