Día de muertos: los que se mueren son los otros

Opinión
/ 2 noviembre 2024

Vedado para muchos y evadido por otros, el tema de vez en cuando se aparece en nuestras conversaciones. A todos nos preocupa la muerte porque siempre hemos asociado a nuestro cuerpo con la vida. Lo reflexionamos y nos hacemos la pregunta sobre qué sucede después de ella.

Y es que la muerte, al igual que la vida, es uno de los grandes misterios que nos rodea. Para las personas de fe, nuestros cuerpos mueren, pero nuestras almas nunca. Hechos a imagen y semejanza de un Dios al que consideran eterno, esa misma eternidad a la que van al morir. Para otros, luego de la muerte está la nada, tan solo la oscuridad.

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Pero los tiempos cambian y muchos olvidan que la muerte viene, siempre, incesante. Que un día más en tu vida, es también un día menos. Algunos, incluso, pretenden creer que no existe y que los que se mueren son los demás y jamás ellos. Se creen inmortales, eternos y, como tales, hacen planes a largo plazo, seguros de que van a despertar mañana, pues hay mucho que hacer o deshacer.

Evitan hablar del tema, pues eso atenta en contra de los valores que se han autoimpuesto. ¿Socializar el tema? Eso jamás. Desconocen a la muerte como parte fundamental de la vida. Sienten ansiedad y se preocupan tratando de entender si la vida termina con la muerte, si jamás volveremos a ver a quienes amamos y si acaso la vida humana tiene un propósito y significado.

En lo personal, yo era muy niño cuando empecé a observar que la gente se moría. Mi primer contacto con la muerte vino con mi abuelo, don José Guadalupe, el padre de mi madre, un hombre con un sentido del humor que rayaba en lo ácido y que tuvo el tino de nacer un día como hoy y morir en la noche del 24 de diciembre.

Desde entonces la muerte tuvo para la familia un significado aún mayor. Pocos años aún no comprendía por qué la muerte de pronto jugaba malas pasadas, pues con solo 41 años falleció mi tía Josefina, a quien por su gran belleza llamábamos “La Muñeca”. Cáncer de la mujer, la causa.

Me parece que fue ayer cuando junto a hermano Sol y mi primo Juan José, acompañábamos a mi abuela al panteón en Monclova en el Día de Muertos. Regar, limpiar las tumbas de nuestros familiares, llevarles flores, comer caña de azúcar y jugar a encontrar la lápida con la fecha más antigua de todo el cementerio en Monclova se volvieron parte de un ritual que seguimos por muchos años.

Luego y después de una larga enfermedad y a punto de cumplir 80 años, en una tarde fría y lluviosa de febrero, sepultamos a “Mamá”, mi abuela Fidela o la “bis” como la llamaban mis hijos. La sepultamos junto a “Papá”, a quien le guardó luto por 37 años. Nos dejó a todos muy tristes, pero tranquilos porque su sufrimiento por fin terminaba.

“Mamá”, como la llamábamos de cariño, de niño me contaba de sus muertos, nuestros muertos. Nos remitía a la historia de sus padres y sus abuelos y las dificultades que tuvieron que atravesar para sostener a una familia que, viviendo en un pequeño pueblo como aún sigue siendo Cuatrociénegas, sacaron adelante a sus hijos para hacerlos hombres y mujeres de bien. Nos contaba cómo era común que muchos niños murieran a causa de enfermedades que hoy se puedan evitar con una vacuna que se aplica ahora en unas simples gotas. La muerte era entonces parte de la vida cotidiana y se platicaba de ella en casa como algo inevitable, algo común.

En lo personal, sé que la muerte va a llegar más temprano que tarde, así que cuando mi hijo cumplió 12 años, le dije: “Mira, Rodrigo, en este cajón y en este sobre está, él contrató que celebré con el cementerio y la agencia funeraria. Cuando me muera, se los entregas y te pido que tú personalmente arregles todos los detalles de mi funeral”. Le expresé mi deseo sobre la forma en que deseo se lleve todo a cabo, un evento que por supuesto no incluyen los ritos y costumbres en los que no creo ahora que estoy vivo, así que mucho menos muerto. ¿Me quiero morir ya? Por supuesto que no, pero sé que vivir y morir son tan comunes como iguales y que la vida ocurre ahora y solo en este momento y no en un futuro que nadie tiene asegurado.

Así que mientras llega la muerte, disfrutemos la vida y recordemos a nuestros muertos entendiendo lo que decía el poeta manchego Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

@marcosduranfl

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