Día de Reyes: Entre Roscas, muñecos y la maldición de la tamaliza

Opinión
/ 10 enero 2025

Si le sale el niño, organícese, haga los tamales y compártalos con gusto. Porque la vida, como la rosca, está llena de sorpresas, pero depende de nosotros hacer que valgan la pena

Ah, el Día de Reyes. Esa tradición que combina espiritualidad, historia y un pretexto para empacarte una rosca que siempre es más seca que el Sahara. Pero antes de meternos de lleno en el chisme de los muñecos y la desgracia que representan, hagamos un breve repaso histórico, porque uno no puede quejarse con propiedad si no sabe de dónde viene el asunto.

La cosa empezó con los tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar, esos vatos con barba y túnicas que decidieron seguir una estrella (sin GPS, porque eran rudos) para llevarle regalos al niño Jesús. Oro, incienso y mirra, porque claro, ¿qué bebé no necesita una bolsita de mirra para ir al kínder? La idea era simbolizar lo material, lo espiritual y... bueno, nadie sabe para qué servía la mirra, pero seguro era útil.

Con el tiempo, esta celebración evolucionó y se mezcló con tradiciones paganas y cristianas. Llegaron los europeos con sus costumbres y, de pronto, alguien dijo: “¿Y si hacemos un pan con forma de corona y le metemos un muñeco adentro?”. Así nació la rosca de Reyes, un postre que debería simbolizar amor, unión y fraternidad, pero que, en realidad, es un recordatorio de que la vida está llena de sorpresas desagradables (como el muñeco que te obliga a pagar tamales).

La rosca es un pan con forma de óvalo decorado con frutas cristalizadas que nadie quiere comer, porque saben a plastilina pasada. En teoría, es un festín familiar, pero en la práctica, es una trampa disfrazada de tradición. Porque ahí está usted, cuchillo en mano, cortando su pedazo mientras reza al niño Jesús (y a cualquier santo disponible) para que no le salga el muñeco. Y claro, como la vida es una comedia cruel, siempre le sale al primo que nunca paga nada o a usted, que apenas anda contando monedas para la renta.

El muñeco es el equivalente culinario de un mensaje de “Felicidades, te ganaste una deuda”. Porque no basta con que le salga, además tiene que organizar la tamaliza del 2 de febrero. Y no es cualquier tamaliza. No, señor. Tiene que ser con tamales de varios sabores, atole de diferentes colores y una logística digna de un operativo militar. Mientras tanto, todos los demás familiares que se salvaron le miran con esa sonrisa hipócrita de “Ay, qué suerte tuviste”.

Y claro, nunca va a faltar el albur del muñeco, que es una reflexión dulce y sarcásticamente desgraciada. Porque claro, la rosca también es un festival de dobles sentidos. Que si “te salió el muñeco”, que si “te toca ponerlo”, que si “lo traes bien escondido”. La conversación familiar se convierte en un desfile de comentarios que serían censurados en horario infantil. Pero, por alguna razón, todo es aceptable porque “es tradición”.

Y no olvidemos al que siempre intenta pasarse de listo y mete el cuchillo con precisión quirúrgica para esquivar al pobre muñeco. Pero el karma no perdona, y ahí está el niño, bien clavado en el pedazo de pan que ya te llevaste a la boca. Ahí lo tienes, un muñeco en tu rosca y un tamal en tu futuro.

Al final, el Día de Reyes y la rosca son más que un pan y un muñeco; son un recordatorio de lo que significa compartir, incluso cuando la vida te juega chueco. Porque sí, puede que la rosca esté seca, que el muñeco nos arruine el día y que organizar la tamaliza sea un dolor de cabeza, pero al final del día, todo eso se olvida entre risas, pláticas y el calor de la familia.

Así que, aunque ya haya pasado este 6 de enero (que buena fortuna) recuerde dos cosas: siempre existirá por desgracia otro año, y cuando le toque partir la rosca, no olvide que la verdadera tradición no está en el pan ni en el muñeco, sino en la conexión con los demás. Si le sale el niño, organícese, haga los tamales y compártalos con gusto. Porque la vida, como la rosca, está llena de sorpresas, pero depende de nosotros hacer que valgan la pena. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mí siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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