En la Alameda se hallaba una refresquería llamada “Centro Alameda”, nombre, como se ve, alto, sonoro, significativo y cargado de imaginación. A esa refresquería iba Humberto Cid González, “El Relámpago”, a practicar sus habilidades pugilísticas. Fingía ser joto −entonces no se decía gay− y les hacía carantoñas a los rudos sujetos que ahí bebían su cerveza. No faltaba alguno que para probar su machismo lo maltrataba de palabra u obra, y entonces “El Relámpago” le propinaba una tunda mayor que la recibida por aquel boxeador que al terminar el primer round le preguntó casi inconsciente a su manejador:
-¿Cómo va la pelea?
Le contestó el manager:
-Si lo matas en el segundo round, empatas.
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El mesero del Centro Alameda era un mariconcito −éste sí de veras− que se llamaba Julio. Cuando a un muchacho que andaba de novio le preguntaba su dulcinea cuándo se iban a casar, solía contestar el elusivo galancete:
-Después de Julio.
-¿En agosto? −preguntaba con ansiedad la ilusionada chica−. ¿En septiembre?
-No −precisaba el cínico mancebo−. Después de Julio el del Centro Alameda.
Bien sabía el descarado que Julio nunca se iba a casar, pues el matrimonio no cuadraba con su particular inclinación, que era bastante inclinada. Cada quién su vida, y la de todos se debe respetar.
Con los años bisiestos se hacen iguales o parecidos juegos de palabras. Quienes nacen en 29 de febrero cuentan su edad por cuatrienios, no por años como hacemos el común de los mortales. A mí me dice la gente:
-Usted escribe todos los días ¿verdad?
-Todos −respondo−. Mis artículos aparecen 365 días en el año, con una sola excepción.
-¿Cuál?
-Cuando es año bisiesto. Entonces aparecen 366 días en el año.
Este año, 2024, es bisiesto. Y a propósito ¿qué es un año bisiesto? La historia es interesante, aunque no tanto como la de Napoleón. ¿Cómo puede la historia de los años bisiestos ser más interesante que la de un cabrón tan grande? Nunca. Mi problema es que no estoy hablando de Napoleón, sino de los años bisiestos, y entonces debo ceñirme al tema, pues de otro modo esto no tendría pies ni cabeza, y tampoco lo demás.
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Los años bisiestos reciben su nombre del latín bisextus, de bis, que significa “dos” u “otra vez”, y sextus, que significa “sexto”. (Una chica se casó con cierto tenor, y lo ponía en apuros, pues al terminar de hacer el amor siempre le pedía: “¡Bis! ¡Bis!”. Qué bueno que no le pedía: “¡Sextus! ¡Sextus!”).
El año 46 antes de Cristo los astrónomos de Julio César fijaron la duración del año solar en 365 días con 6 horas. Esas 6 horas formaban otro día cada cuatro años, día que los romanos pusieron entre el 25 y el 26 de febrero. El 25 se llamaba sextus, por eso al día interpuesto lo llamaron bisextus. De ahí lo de bisiesto. (¿Entendieron mis cuatro lectores? Yo no).