El conocimiento que lo cambia todo
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Existen en la Filosofía pocos nombres más conocidos que el de Aristóteles. Considerado padre de unas 12 áreas del conocimiento, todavía encontró tiempo para crear uno de los tratados más importantes sobre el “saber hacer” tragedias, género dramático fundamental en la Antigua Grecia y de gran importancia hasta nuestros días. La “Poética” de Aristóteles es esa lectura imperdible por la que todo dramaturgo, guionista y cualquier persona dedicada al storytelling es más o menos obligado a pasar. No, no es un texto muy divertido, pero es sumamente necesario para entender la estructura básica de la tragedia y probablemente de cualquier historia de corte dramático que se precie de seguir las reglas (o no, puesto que para romper las reglas primero tienes que conocerlas). A favor de Aristóteles podemos decir que, en realidad, la Poética no fue creada para ser publicada, sino como guía para dar clases orales sobre el tema. Entiéndase entonces que estamos espiando en las notas del maestro y él no tenía obligación ninguna de hacerlo entretenido.
A lo largo de la Poética vemos una serie de términos para nombrar elementos fundamentales que hacen a la Tragedia ser lo que es, entre ellos algunos que casi todos conocemos, como “mímesis” o “catarsis”, pero también otros no tan comunes. “Anagnórisis” es la palabra del griego antiguo para “reconocimiento” y sirve para nombrar ese momento donde el personaje obtiene algún dato que cambia de forma considerable la concepción que, hasta ahora, tenía de sí mismo, de su entorno o de la situación. En algunos casos, el protagonista es quien ofrece la información al resto de los personajes, pero siempre se trata de la gran pieza faltante que lleva al entendimiento completo de la historia.
La anagnórisis no es cualquier revelación, se trata del punto de quiebre que lleva a la tragedia a su inevitable desenlace y que, si está bien hecha —diría Aristóteles—, produce como consecuencia la apreciada catarsis. Así vemos, por ejemplo, un Edipo huyendo de Corinto al enterarse de que sobre él pesa una profecía que dice que está destinado a matar a su padre y desposar a su madre. En el camino, tiene un altercado con otro viajero al que termina matando sin mayores consecuencias aparentes. Posteriormente, Edipo vencerá a la Esfinge que aterrorizaba Tebas, ganando como recompensa el trono y a la reina Yocasta en matrimonio, puesto que el anterior rey, Layo, había muerto. Edipo cree por años haber vencido al destino, sin embargo, una peste asola Tebas y el pueblo clama por el rey para encontrar una solución. En su orgullosa búsqueda por la verdad, Edipo no ve a mal entrar en conflicto con diversos personajes y acusar falsamente a otros, pues se niega a ver cualquier tipo de culpa en su accionar, a pesar de que claramente se le sugiere que el asesino de Layo (y culpable de la peste) podría estar más cerca de lo que él cree. La anagnórisis llega cuando un mensajero le revela a Edipo que, en el pasado, en vez de matar al hijo de Layo y Yocasta como le habían ordenado éstos, solamente lo abandonó en la montaña. Tiempo después, un pastor lo encontró y lo dio a los reyes de Corinto para que lo criaran como hijo. Por cierto, la descripción que Yocasta hace de Layo corresponde a la del hombre que Edipo mató camino a Tebas.
La verdad es ineludible, por lo que la Tragedia termina con Edipo mutilándose los ojos y exiliándose de Tebas para así cumplir con todas las predicciones, incluyendo la del ciego adivino Tiresias, quien al ser insultado le había revelado que el ciego no era él sino Edipo. El destino se cumple y la catarsis sucede. Irónicamente, “el cambio de la ignorancia al conocimiento”, como llamaba Aristóteles a la anagnórisis, ha llevado a Edipo a intercambiar la ceguera mental por la física. Quizá es entonces un recordatorio de los antiguos griegos acerca del precio que se paga por la falta de humildad al buscar la verdad o de que el camino hacia ésta no es fácil. En fin, saque sus propias conclusiones.