El discurso sobre lo sostenible se volvió insostenible
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Dejar un mundo en mejores condiciones que el que tenemos es una razón de justicia que debe de estar subyacente en todas las tomas de decisión que hacemos de forma personal, en las organizaciones y en los gobiernos, porque entonces se asegurará la supervivencia de las futuras generaciones.
Como en otros escenarios, la indiferencia, la ignorancia y el “importapoquismo” de la sociedad en su conjunto, liderada por personajes con las mismas características en lo público y en lo privado, no sólo han venido complicando el futuro de nuestros entornos, sino el futuro de la especie humana.
Y aquí nos encontramos, en un contexto complicado, donde la crisis ambiental generalizada, la pérdida de biodiversidad, el colapso de los ecosistemas, la escasez de recursos en muchas regiones, la contaminación de cielo, aire y mares, y el cambio climático acelerado, que se traduce en un sinnúmero de problemáticas sociales, son la mejor evidencia de que el discurso de lo sostenible se volvió insostenible.
Está claro que ni gobernantes ni gobernados hemos sido conscientes de la importancia del actuar y no sólo de hablar. Hoy recogemos los frutos que nuestra necedad y obstinación sembró priorizando lo superfluo por encima de los indispensable. Parece que nunca les pasó por la cabeza a los gobernantes en turno, a los de hoy y particularmente a los de ayer, que en el ecosistema en el que vivimos todo acto contaminante repercute en quienes nos rodean.
Y ahí están las pedreras, ahí están las fábricas que contaminan por las noches complicando el ambiente con sus tecnologías sucias, mientras sus dueños se persignan los domingos; y ahí está la depredación de flora local por el simple hecho de seguir obteniendo ganancias, pero sobre todo ahí está la falta de educación de nuestra excesiva población y la falta de una práctica del cuidado del medio ambiente y sin pautas de reciclaje.
Mientras que en el centro y en el sur de nuestro País se inundan, en el norte, particularmente en el noreste por las condiciones orográficas, la crisis se agudiza, pero no es solamente la crisis, también el comportamiento y la forma en que hemos venido complicando y agotando el precario hábitat en el que vivimos. ¿Por qué nos extraña entonces que tengamos una crisis mayúscula de agua?
¿Qué haremos en las instituciones para hacer caer en la cuenta a la población de que esta situación que vivimos es más seria de lo que creemos? ¿Qué tendrán que esperar y ver los gobiernos actuales para implementar acciones concretas para crear una cultura realmente sostenible? ¿Qué lugar ocupa en la agenda del gobernador o del alcalde en turno el tema medio ambiental? ¿O de plano el agua se ha convertido en un tema donde se prioriza lo económico –piense usted en las empresas nacionales y trasnacionales que abusan del uso del agua sin que los gobiernos pongan límites– por encima de la consideración de que el agua es un derecho que tenemos todos los seres humanos y no solamente los entes económicos? ¿No es este el origen de todos los males que hoy se viven en el nuevo Nuevo León?
Discursos, ocurrencias, simplezas, jocosidades y otras posturas no van a resolver la situación que se vive en Monterrey, en Piedras Negras y en otras ciudades norteñas donde, insisto, ni la población ni quienes la dirigen han sido conscientes de que bien o mal recibimos un mundo con más diversidad y tenemos en justicia que heredar un mundo mejor. Consumismo, sobreproducción y la inconsciencia medio ambiental hoy cobran su factura.
Lo peor del caso es que en el itinerario de quienes gobiernan dependemos de Tláloc y de sus caprichos, y no de la implementación de políticas públicas que involucren a todos los actores sociales en la visualización de sociedades sostenibles; este es el reto más complejo que vamos a enfrentar en los años venideros. De esto depende la supervivencia de nuestras sociedades.
Que alguien informe a las autoridades actuales de las diferencias entre sustentable y sostenible y les diga que la sostenibilidad, a diferencia de la sustentabilidad, se tiene que administrar, planear, organizar, dirigir, coordinar y controlar. La tierra como madre nos da a manos llenas, el problema es el uso, el abuso y la mala distribución que hacemos de esos bienes. Y ese ha sido uno de los grandes vacíos de las autoridades que no se han tomado en serio su papel y han banalizado su rol con otros temas donde los intereses de grupo, de familia y de partido les han resultado prioritarios.
Para fines prácticos, el sustento –cualquiera que este sea y más si es el agua– y su distribución (lo sostenible) deben de apuntar hacia la búsqueda de criterios de eficiencia y de eficacia liderados por expertos y no por gobernantes golondrinos, que no han introyectado sobre lo determinante del rol que juegan para el presente y el futuro de las comunidades de las que son punta. Una distribución sensata, objetiva, igualitaria y equitativa depende de poner en marcha políticas públicas que se rijan por el estudio, el conocimiento y la expertiz, y no por la banalidad y la frivolidad de quienes llegaron al poder sin tener una vocación de servicio. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx