El escultor y su fantasma; reseña sobre un joven genio a quien aguardó la desdicha

Opinión
/ 7 marzo 2023
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Miremos a este hombre. Tiene toda la traza de un bohemio. Si lo es ha de ser bohemio elegante, no de los de cantina: se le ve todas las tardes en “La Concordia”, el famoso café de la calle de Plateros, en la Ciudad de México, citado por Gutiérrez Nájera en sus versos y crónicas.

Es hombre guapo este bohemio. Tiene una “belleza viril”. Su cabellera, profusa y en deliberado desorden, es la envidia de sus amigos calvos o en proceso de calvicie, como Luis G. Urbina. Usa una pequeña barba y un más pequeño bigote cuyas puntas se alzan, al estilo romántico de la época, sobre unos labios bien formados y en perpetua sonrisa.

Porque sucede que este hombre es feliz. Tiene una mujer amada, Carmelita Elizondo, de gran belleza y de exquisita bondad. Tiene grandes amigos, entre los cuales se cuentan los espíritus más selectos de su tiempo: los ya dichos Gutiérrez Nájera y Urbina; Chucho Valenzuela y Jesús Luján, hombres adinerados que gustan de proteger artistas; Federico Gamboa, el consagrado novelista autor de “Santa”; Chucho Urueta, el más notable orador que en México ha existido; Amado Nervo, el insigne místico de “La Amada Inmóvil”...

Ha estado en París este bohemio. Allá conoció todos los vicios, pero no cayó en ninguno. Tuvo también allá una enamorada: una perfecta mujer −o, mejor, diosa− cuyo cuerpo, de ebúrnea belleza, solía contemplar con arrobo cada día. Esa enamorada era una escultura, la Venus de Milo, que en el Louvre se ofrece a la contemplación del mundo.

“...Mis mejores horas −escribió el bohemio− las paso contemplando con amor el mármol sin lujurias de la mutilada diosa...”.

La vida de este hombre es una ventura continuada. Las mujeres lo aman; sus amigos lo quieren; lo adulan los poderosos. Todos dicen de él que es un genio. Y lo es, en efecto. Un genio temprano, un joven genio a quien aguarda la desdicha.

Lo espera la desgracia, sí. En plena juventud enfermará de un mal irremediable, y morirá en la flor de su edad dejando mujer e hijos pequeñitos. Pero habrá conocido la gloria, y su nombre vivirá por siempre.

Se llama Jesús Contreras. Nació en Aguascalientes. Desde niño mostró su vocación por el dibujo y la escultura. Fue a estudiar esas artes en la Ciudad de México. Tenía apenas 18 años cuando se convirtió en ayudante principal del escultor Noreña, autor de la famosa estatua de Cuauhtémoc. Ahí conoció por primera vez Jesús Contreras el dolor que con frecuencia acompaña al arte: al momento de irse a fundir la gran estatua, el crisol que contenía el bronce en ignición se rompió y un chorro de metal ardiente cayó sobre los pies del muchacho. Estuvo a las puertas de la muerte, pero logró vivir para cumplir su vocación.

Por encargo del Gobierno de Coahuila realizó Contreras, ya en su madurez de artista, dos estatuas de bronce que se encuentran hoy en el Paseo de la Reforma, de la Capital. La una es de don Juan Antonio de la Fuente; la otra de don Miguel Ramos Arizpe. Y esculpió en mármol el monumento a Acuña que llena con su belleza la plaza que en Saltillo todos llamamos “del mercado”. (Seguirá).

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