El manual de género de la extrema derecha

Opinión
/ 12 diciembre 2025

Restringir los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ+ y reafirmar la dominación masculina es una de las formas más rápidas de reducir el número de personas que pueden votar

Por Cynthia Miller-Idriss, Project Syndicate, 2025.

WASHINGTON, DC - El papel del género en el resurgimiento mundial del autoritarismo se trata a menudo como una idea tardía. Incluso cuando se reconoce, suele quedar subsumido en debates más amplios sobre tácticas autoritarias como la militarización, la desinformación y las burbujas de las redes sociales impulsadas por algoritmos.

Pero el género, la misoginia y el machismo no son preocupaciones secundarias para los autoritarios, especialmente para los populistas que han alcanzado el poder a través de procesos democráticos. Al contrario, forman parte integral de la búsqueda de riqueza, poder y control de estos movimientos. Desde las páginas de los periódicos tradicionales hasta los sonrientes podcasters, los agravios basados en el género funcionan ahora como una poderosa palanca para movilizar a audiencias, votantes y donantes, convenciéndoles de que cualquier cambio en las normas de género pone en peligro la estabilidad familiar, el orden moral e incluso la propia civilización.

Estas narrativas pueden entenderse como una reacción contra los recientes avances hacia la igualdad de género y una defensa de las antiguas normas patriarcales. A menudo se enmarcan en la preocupación occidental por el “borrado de la civilización” y la decadencia moral, invocando la religión para legitimar una jerarquía “natural” o impuesta por Dios de los roles de género.

En esta versión, la restauración ideal prometida por los líderes autoritarios se ve amenazada por una clase dirigente liberal desfasada y moralmente decadente, empeñada en desmantelar todo lo que es “bueno” y “correcto”. La solución consiste en lanzar una campaña implacable contra los derechos reproductivos, la atención sanitaria que afirme la identidad de género, la participación de atletas trans en los deportes, los programas escolares y los libros de la biblioteca en los que aparezcan personas LGBTQ+ o familias con padres del mismo sexo.

Objetivos atractivos

Argumentos de paja similares han ayudado a los partidos de extrema derecha de Occidente a ampliar su apoyo electoral y a aplicar políticas basadas en el chivo expiatorio de las mujeres y en la vigilancia de las normas de género. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, por ejemplo, eliminó los estudios de género como disciplina acreditada en las universidades de su país, tachándolos de ideología disfrazada de erudición académica. En el Reino Unido, el líder de Reform UK, Nigel Farage, ha elogiado al autodenominado misógino Andrew Tate, que aboga por la violencia contra las mujeres y se enfrenta a cargos pendientes por violación y trata de seres humanos, como defensor de la “cultura masculina” que empodera a los chicos “emasculados”.

En Estados Unidos, la retórica misógina y contraria a la comunidad LGBTQ+ ha sido durante mucho tiempo un elemento central de la personalidad política del presidente Donald Trump. Su campaña presidencial de 2024 avivó el sentimiento antitrans, con anuncios que decían: “Kamala es para ellos/ellas, Trump es para ti”. Desde que asumió el cargo, su administración ha tratado de restringir los derechos de las personas trans, desde limitar el acceso a la atención de afirmación de género hasta eliminar la opción de indicar la identidad de género en los pasaportes estadounidenses.

La militarización del género no se limita a Estados Unidos y Europa, ya que los líderes autoritarios de todo el mundo despliegan tácticas similares para subordinar a las mujeres y reforzar el control patriarcal. En Brasil, el expresidente Jair Bolsonaro montó una agresiva campaña contra la llamada “ideología de género”, que incluyó el desmantelamiento de las protecciones para las supervivientes de abusos domésticos. Y en Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdoğan se retiró del Convenio de Estambul, el tratado europeo clave diseñado para proteger a las mujeres de la violencia de género.

El peligro es especialmente grave en África. La Ley contra la Homosexualidad de Uganda de 2023 es una de las leyes más duras del mundo contra el colectivo LGBTQ+, mientras que Kenia y varios otros países están avanzando en una legislación que criminalizaría las relaciones entre personas del mismo sexo en nombre de la “protección de la familia.”

Asia no es inmune a esta dinámica política. En particular, el ex presidente surcoreano Yoon Suk Yeol -destituido en abril tras un intento fallido de declarar la ley marcial- fue elegido en 2022 con un programa explícitamente antifeminista centrado en la abolición del Ministerio de Igualdad de Género y Familia.

Aunque los detalles varían de un país a otro, los líderes autoritarios siguen un guión sorprendentemente similar. Ya sea en África, Oriente Medio, Europa o Norteamérica, explotan los agravios basados en el género para galvanizar a los hombres jóvenes con promesas de restauración del dominio y consolidar el poder político. En este sentido, el desempoderamiento de las mujeres y de las comunidades LGBTQ+ no es un subproducto del resurgimiento autoritario actual, sino un componente clave de la campaña mundial para socavar la democracia.

La perdición de la democracia

Restringir los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ+ y reafirmar la dominación masculina es una de las formas más rápidas de reducir el número de personas que pueden votar, presentarse a elecciones, presionar y oponerse a los autoritarios y a sus programas. La pérdida de derechos, junto con una reacción cultural que contribuye a normalizar la retórica contraria a los derechos, empuja a las mujeres y a las personas LGBTQ+ a los márgenes del debate político. Como observó Geeta Rao Gupta, ex embajadora en Misión Especial de Estados Unidos para Cuestiones Mundiales de la Mujer, en la reciente Cumbre Women Moving Millions celebrada en Brooklyn: “Cuando las mujeres carecen de poder, las democracias se desmoronan”.

$!Protesta en el Capitolio de Alabama en Montgomery, Alabama, el 5 de febrero de 2025 contra proyectos de ley que afectarían a las personas transgénero.

En conjunto, estas medidas equivalen a un intento coordinado de ingeniería social, ya que los líderes y partidos autoritarios se basan en un libro de jugadas mundial para atraer a los jóvenes votantes y promulgar cambios que eliminen los controles sobre su poder. Este proyecto se basa en tres pilares fundamentales: mensajes estratégicos, alineación ideológica y tácticas coordinadas.

Hace casi un siglo, el jurista pro nazi Carl Schmitt sostenía que toda política depende de la distinción amigo-enemigo. La amenaza imaginaria de la “ideología de género” ofrece un blanco fácil y preparado para los aspirantes a autoritarios populistas de hoy. Al igual que con la raza y la inmigración, el género es una cuña conveniente para dividir al electorado, alimentar la polarización y socavar la cohesión social. Esto también explica por qué los actores extranjeros malignos que buscan desestabilizar las democracias utilizan ejércitos de trolls y bots para fabricar indignación y desesperación a través de campañas de desinformación de género.

Pero la reacción es también profundamente ideológica, impulsada por el deseo de revertir cinco décadas de reformas que reordenaron el poder social y desestabilizaron las jerarquías tradicionales. Estos cambios incluyen los derechos reproductivos, la autonomía financiera de las mujeres, la ampliación de las oportunidades profesionales, la igualdad matrimonial y el reconocimiento legal de las personas intersexuales, no binarias y trans.

Detrás de la presión para revertir los avances en materia de género hay un aparato religioso y político bien financiado y organizado. Las redes conservadoras internacionales -compuestas por cientos de organizaciones respaldadas por cientos de millones de dólares, como Alliance Defending Freedom, con sede en Estados Unidos, y actores dentro de la Federación Rusa- llevan años trabajando para erosionar los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ+ a través de recursos legales, campañas mediáticas coordinadas y agresivos grupos de presión.Parte integral de sus narrativas antifeministas son los mensajes pro-natalistas que animan a las mujeres a adoptar sus papeles supuestamente naturales como madres, cuidadoras, amas de casa y educadoras en el hogar.

Este proyecto reaccionario trata tanto de cambiar la cultura como de reescribir las leyes. En última instancia, el objetivo es redefinir las normas sociales y los roles de género, cambiando el sentimiento público hacia un futuro más patriarcal y antiliberal.

Estrategia autoritaria

Los esfuerzos de movilización política suelen desarrollarse en cuatro etapas. En primer lugar, como señaló hace décadas la filósofa política Hannah Arendt, los autoritarios pretenden confundir al público, borrando las distinciones entre verdad y mentira y entre lo correcto y lo incorrecto. Con este fin, difunden información errónea y desinformación, introducen conceptos como “hechos alternativos” y atacan a las universidades, los académicos, la investigación científica, las bibliotecas y las instituciones públicas como parciales o como agentes de un complot “marxista cultural” para destruir las familias tradicionales, los valores y la identidad nacional.

Cuando se instala la confusión, los autoritarios tratan de asustar a la gente advirtiéndoles de que se les está arrebatando algo vital, como un país de mayoría blanca, unas elecciones justas, la seguridad pública o incluso todo su modo de vida. Estas afirmaciones se amplifican a través de focos culturales politizados. En Estados Unidos, esto incluye la imaginaria “Guerra contra la Navidad”, el pánico fabricado sobre la llegada de los liberales para confiscar armas de fuego o prohibir la carne de vacuno, y las sombrías previsiones de inmigración galopante, delincuencia violenta y desintegración social.

El miedo suele arraigar entre personas que se sienten con derecho a la estabilidad, pero sienten que se les escapa. A medida que el aumento de los costes, los despidos, los desahucios y otras presiones económicas hacen que muchos se sientan expuestos y resentidos, se vuelven mucho más fáciles de manipular.

La tercera fase es la culpabilización. Como la precariedad hace a la gente más susceptible de buscar chivos expiatorios, los aspirantes a autoritarios están ansiosos por proporcionarles culpables -feministas, liberales, inmigrantes, judíos, musulmanes o minorías raciales y étnicas- y generar indignación a través de memes, vídeos y podcasts provocadores y tendenciosos.

Por último, una vez que han avivado la confusión, el miedo y la ira, los autoritarios ofrecen sus soluciones. Éstas suelen centrarse en restaurar los valores “tradicionales” y reclamar el poder suprimiendo o eliminando al enemigo designado y dando poder a los líderes que prometen “recuperar el control”.

Aunque el género no es la única cuña, se ha convertido en una forma especialmente eficaz de traducir la confusión, el miedo y la ira en ganancias políticas. Los autoritarios de hoy en día suelen presentar el feminismo como una amenaza para el orden social que buscan, asegurando a los hombres que pueden reclamar su lugar “legítimo” como cabezas de familia, estados e instituciones. Al aprovechar las ansiedades existentes, las teorías conspirativas antifeministas hacen que lo inverosímil parezca obvio y que lo absurdo parezca de sentido común.

Lejos de ser marginal, la transfobia es una piedra angular de la reacción más amplia contra el progreso de género. Un binario de género rígido es esencial para el tradicionalismo que vende la extrema derecha, y vigilar a las personas transgénero se ha convertido en una forma cómoda de vigilar el propio género. Como dijo un joven al que entrevisté este verano: “Creo que gran parte de la transfobia se reduce a: “Si tú eres un hombre, ¿en qué me convierte eso a mí?””.

Mientras la derecha autoritaria gana impulso, la izquierda se ha mostrado fragmentada, vacilante o llamativamente callada, con líderes de centro-izquierda que acusan a los progresistas de “ir demasiado lejos” en cuestiones de género. Los líderes de la extrema derecha autoritaria y populista, por su parte, aprovechan el desconcierto de la izquierda tachando a los hombres liberales de blandos, decadentes y afeminados, y ridiculizando a las mujeres liberales como “señoras gato sin hijos”, como hizo el vicepresidente estadounidense JD Vance antes de las elecciones de 2024.

Sin duda, la misoginia no necesita un libro de jugadas formal para florecer. El llamamiento del fundador de Meta, Mark Zuckerberg, a favor de una mayor “energía masculina” en el mundo empresarial y la promesa del Secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, de restaurar los “más altos estándares masculinos” en las funciones de combate demuestran con qué facilidad se filtra en el discurso público cotidiano.

En este sentido, las reivindicaciones de género son tanto personales como políticas. Impulsada en parte por el movimiento #MeToo y el aumento de la visibilidad de la comunidad LGBTQ+, la reacción patriarcal ha alimentado el auge de la “hombreesfera”, una red difusa de podcasters, cómicos, personas influyentes en las redes sociales y comunidades de juegos en línea que promueven ideas machistas y presentan a los hombres como víctimas del feminismo. Sus figuras más prominentes no sólo son verdaderos creyentes, sino también astutos especuladores que convierten el resentimiento en un lucrativo modelo de negocio basado en suscripciones, productos y cursos de pago sobre “masculinidad”.

Las consecuencias son cada vez más evidentes. En varios países, los hombres de la Generación Z apoyan mucho menos los derechos de la mujer y el feminismo que las generaciones anteriores. Tras las elecciones presidenciales de 2024 en EE.UU., los mensajes de celebración se extendieron por X (antes Twitter): algunos usuarios se jactaban de haber puesto en su sitio a las “zorras y a las que hacen bebés”, mientras que otros hacían circular la ominosa burla del supremacista blanco Nick Fuentes: “Tu cuerpo, mi elección”: “Tu cuerpo, mi elección”.

El mensaje de la manosfera resuena con más fuerza entre los jóvenes que ya se sienten desarraigados, solos o inseguros sobre su futuro. Muchos encuentran su vida en Internet más gratificante que fuera de ella, y se enfrentan a un riesgo significativamente mayor de suicidio, sobredosis o muertes relacionadas con el alcohol. Estas presiones crean un terreno fértil para la propaganda que culpa a las mujeres, especialmente a las feministas, de lo que la derecha percibe como una crisis de masculinidad.

Los partidos liberales, lentos a la hora de reconocer la magnitud del problema, han dejado a toda una generación vulnerable a las narrativas de extrema derecha. La ultraderechista Alternativa para Alemania, por ejemplo, tiene muchos más seguidores en TikTok que los socialdemócratas de centro-izquierda, y trabaja en estrecha colaboración con personas influyentes para promover su contenido entre el público más joven, mezclando consejos de estilo de vida con promesas de restaurar la masculinidad tradicional. Mientras que los socialdemócratas obtuvieron solo el 16,4% de los votos en las elecciones federales de febrero, la AfD se convirtió en el segundo partido del país, con una participación récord del 20,8%.

La extrema derecha corteja a las mujeres

Podría pensarse que los movimientos autoritarios actuales dependen casi exclusivamente de los votantes masculinos. En realidad, deben gran parte de su éxito a las mujeres que promueven activamente sus ideas antifeministas y tradicionalistas. En toda Europa, varios partidos de extrema derecha están dirigidos por mujeres. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, la líder de AfD, Alice Weidel, y la francesa Marine Le Pen presentan la igualdad de género y el feminismo como amenazas a la identidad nacional y a los valores tradicionales, incluso cuando afirman defender los derechos “occidentales” frente al espectro de la inmigración musulmana.

En un discurso viral en la Conferencia Nacional del Conservadurismo celebrada en Washington el pasado mes de septiembre, la comentarista Helen Andrews culpó a la “feminización” de la cultura del declive de Occidente. Basando su argumento en la noción de un binario de género fijo y divinamente ordenado, afirmó que las mujeres son “naturalmente” menos racionales, más emocionales, propensas al rencor y biológicamente inadecuadas para la colaboración porque, como primates, supuestamente evolucionaron para competir por recursos escasos. Según ella, estos rasgos han conducido a una “sobrerrepresentación” destructiva de las mujeres en la política, la empresa y la judicatura.

Esta línea de pensamiento no es nueva. Phyllis Schlafly, que encabezó los esfuerzos para bloquear la Enmienda por la Igualdad de Derechos en EE.UU. hace décadas, insistía igualmente en que el feminismo destruiría la civilización occidental al apartar a las mujeres de sus funciones “naturales” de madres y amas de casa.

Las opiniones de Schlafly han encontrado nueva vida en las redes sociales, donde algunas mujeres se han convertido en destacadas defensoras del retorno a los roles tradicionales de género. Las influyentes “esposas tradicionales” venden el ama de casa y la sumisión conyugal como un estilo de vida al que aspiran, mientras que otras promueven el concepto más estilizado de una “esposa mantenida”, con consejos sobre cómo entrenar a los maridos para que financien una vida de mimada domesticidad. En los extremos, la retórica es a menudo explícitamente racista, como en el caso de una madre de seis hijos que lanzó un “reto del bebé blanco” para animar a otras mujeres blancas a tener tantos hijos como ella para contrarrestar las tendencias demográficas.

El atractivo de estas ideas entre las mujeres subraya lo eficaces que han sido los movimientos autoritarios y de extrema derecha a la hora de persuadir a los más jóvenes de que la izquierda sólo se preocupa por el progreso de las minorías, mientras que la derecha vela por “la gente como ellos”. Las mujeres de color y las comunidades LGBTQ+ serán las primeras en sufrir, pero no serán las únicas.

El primer año de la segunda administración Trump ha dejado una lección meridianamente clara: el género no es un espectáculo secundario. La explotación implacable de los agravios basados en el género se ha convertido en una de las armas más fiables del arsenal de la extrema derecha, vaciando las normas democráticas que hacen posible la igualdad y la ciudadanía compartida. Cualquier intento serio de comprender -y resistir- a este movimiento debe enfrentarse frontalmente a su política de género. Copyright: Project Syndicate, 2025.

Cynthia Miller-Idriss es profesora y directora fundadora del Laboratorio de Investigación e Innovación sobre Polarización y Extremismo de la American University. Su libro más reciente es Man Up: The New Misogyny and the Rise of Violent Extremism(Princeton University Press, 2025).

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