El nacimiento del Sol el 25 de diciembre o el retorno a la naturaleza
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Haré algo de eco a la celebración que inició en el año 3 mil 500 antes de Cristo y de donde, primero los romanos y luego el cristianismo, tomaron prestada la fecha y ciertos rituales para convertirla, por sustitución, en la Nochebuena y el nacimiento de Jesús de Nazaret
Para este diciembre colocaré luces doradas, parecidas a destellos solares, en recuerdo al dios del Sol llamado Ra. Haré algo de eco a la celebración que inició en el año 3 mil 500 antes de Cristo y de donde, primero los romanos y luego el cristianismo, tomaron prestada la fecha y ciertos rituales para convertirla, por sustitución, en la Nochebuena y el nacimiento de Jesús de Nazaret con la nativitas (nacimiento) o Navidad.
La forma encarnada del dios Ra es la de un hombre con cabeza de halcón peregrino, rodeado por un disco solar circundado por una cobra. También se le representa con cabeza de carnero o de escarabajo. Como vemos, todo está enlazado a seres que nos rodean y que, para algunos, no son dignos ni de admiración, como el caso de los escarabajos en este contexto latinoamericano.
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La función de Ra era resguardar el equilibrio del universo y el ciclo diario del sol; él lucha contra el caos y, en su forma de amuleto –como un ojo negro y alargado–, protegía contra la enfermedad y los peligros, tanto para los vivos como para los que ya habían muerto.
Esta figura emblemática, Ra, inició su celebración para hacer visible el solsticio de invierno: cuando termina el día más corto e inicia el alargamiento de los días (cada vez más tiempo de luz y menos de oscuridad); esto es leído en esta celebración como el triunfo de la luz sobre la oscuridad.
Luego los romanos tomaron esta fiesta y la modificaron un poco. Dies Natalis Solis Invicti también se celebraba el 25 de diciembre, e igualmente honraba el renacimiento del dios Sol, que era llamado Sol Invictus. Tenía forma humana, rubicunda, y era rodeado por un halo solar; generalmente iba montado en un carro tirado por caballos, surcando los cielos.
En el caso de los egipcios, llenaban sus casas de palmas verdes y juncos de papiro durante el solsticio para encarnar así el triunfo de la vida. En el caso de los romanos, adornaban con guirnaldas perennes (de agujas de pinos y abetos en sus casas, como las coronas navideñas que se acostumbran en esta parte del mundo), así como con figuras del dios; realizaban festivales públicos y banquetes en su honor.
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Ambas miradas, la egipcia y la romana, dialogan con el Sol, que es evidentemente la estrella que permite la vida en la Tierra, claro, en alianza con otros elementos poderosísimos que hay en el planeta. Pero, sin dudar, a falta de Sol no habría vida ni planeta, por todo el efecto que ocurriría astronómicamente, no sólo en la Tierra; se acabaría el resto de los planetas y la Vía Láctea, a la que pertenecemos, tendría otra forma.
Este momento de celebración es también una oportunidad de reconectar, de conectar o mantener la conexión con la Naturaleza, que sigue un orden que también considera a las estrellas. El suelo que pisamos es rico en nutrientes y de allí se desprende toda la vida, nosotros incluidos; de allí vienen los frutos en alianza con el sol y todos los seres que nos alimentamos, sí, nosotros, seres humanos, nos alimentamos del Sol.
El vocablo “sol” proviene del latín sol o solis, que significaba exactamente lo mismo: “sol”.