El cliché de la ‘Feliz Navidad’

Opinión
/ 20 diciembre 2025

El discurso navideño funciona como anestesia moral, pues durante unos días se exalta el amor, mientras en el resto del año se normaliza el encono

Cliché es una palabra que proviene del verbo francés “clicher”, que se usó en el siglo 19 cuando la imprenta era la herramienta ordinaria para producir información; se refería al sonido “clic” que hacía el molde metálico cuando golpeaba la base al reproducir un texto preparado. Ese ruido se escuchaba tantas veces que ya era ordinario y mecánico. Con el tiempo, la palabra “cliché” se usó para referirse a frases utilizadas tantas veces, las cuales perdieron originalidad, significado y profundidad.

Hay muchas frases de “jerga” que perdieron definitivamente su significado. ¿Será el caso de “Feliz Navidad”? La expresión nos remite de inmediato al concepto latino “nativitas”, que significa “nacimiento” y, como ya lo sabe, nos pone en el área del nacimiento de Jesús ocurrido en el pueblo de Belén en el año 6 a. C. –no se asombre: efectivamente, hubo un reacomodo en el calendario gregoriano, que a la fecha nos rige, y por ese año se situó el nacimiento de Cristo–.

TE PUEDE INTERESAR: La Navidad y el negocio del consumo

Hay quienes creen que la frase tiene “derechos reservados”; no es así. La usan creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes del cristianismo, en todas sus diferentes ramificaciones. Se dice en contextos formales e informales, en países donde incluso no son ni por asomo cristianos ni es parte de sus tradiciones. Y el backstage del concepto nos pone en la dinámica de expresar un buen deseo de bienestar y de una vida buena, con un significado principalmente humano y social.

Nos coloca en el espacio de sentirnos fraternos, familia y seres humanos que comparten una misma historia, donde, lo aceptemos o no, Jesús es el centro de la misma, al menos en el cliché. En el fondo, hay una urgencia de sentarnos todos en la mesa de la humanidad.

El problema radica en que el deseo de una “feliz Navidad” suele limitarse a ese día o a los que le siguen al 24 de diciembre, porque los mismos que deseamos amor, justicia, reconciliación, esperanza, renovación, identidad y paz, al día siguiente o a las semanas siguientes, volveremos inevitablemente a las andadas: mintiendo, defraudando, fallando a la palabra, a los compromisos o a lo que nos toca hacer. Así lo afirma la historia y, en muchos casos, nuestra historia personal, que puede convertirse en la mentira mejor decorada del año.

Imagínese si no será de Ripley el buen deseo: los pueblos en guerra, particularmente en Medio Oriente –lo leerá usted en los periódicos posteriores al 24–, anuncian “treguas de paz”, pero pasado el día, vuelven a seguir exterminando, bombardeando y carcomiendo la dignidad de todos aquellos que se opongan a los deseos de dominio, explotación y poder.

En este momento, en el mundo hay cerca de 45 conflictos armados, según Global Peace Index 2025, aunque usted piense que solamente está el de Rusia y Ucrania o Israel y Palestina. Y así, mientras los presidentes de esas naciones se desean buenos sentimientos por mensaje automático, continúan las guerras, el hambre, el despojo y la indiferencia cotidiana.

Aunque se escuche intenso, la Navidad no cambia nada, sólo maquilla. Se convierte en un gesto vacío, una frase irresponsable que no compromete a quien la dice y se vuelve el deseo perfecto, porque no incomoda a nadie ni inmuta en lo más mínimo a quien la emite. El discurso navideño funciona como anestesia moral, pues durante unos días se exalta el amor, mientras en el resto del año se normaliza el encono.

TE PUEDE INTERESAR: Navidad es renacer...

El nacimiento de un niño pobre que nace en un muladar, de padres perseguidos en una tierra que no les pertenece –vea las agravantes– se convierte en una grotesca imagen de la mercancía, en un mensaje domesticado y en un tema romántico, sentimental y emotivo que a todos nos viene bien. Nada más cómodo e incoherente para el sistema económico y político del que somos parte, donde, sin lugar a duda, tenemos responsabilidad.

Acá, en nuestro país, la polarización social no disminuye, es decir, la confrontación entre grupos por temas de poder político y económico sigue al alza; la violencia (de género, epistemológica, intrafamiliar) en los diferentes ambientes no cesa; los derechos humanos no se respetan; los decesos no paran; la seguridad en las carreteras continúa; la voracidad de quienes poseen los medios de producción deambula en la codicia, mientras la pobreza y la desigualdad siguen vigentes; la incoherencia de las instituciones que hablan de paz y solidaridad continúa, de modo que el concepto no dejará de ser un cliché.

Una vez más corremos el riesgo de convertir la Navidad en un ritual de autoengaño, donde las luces, los villancicos, el pino y los regalos nos dan la posibilidad de no ver de frente la realidad en la que vivimos; pensando que un regalo sustituye la ausencia, que una cena compensa la indiferencia o que frases como paz, amor y reconciliación alivian la hipocresía colectiva que tan cómodamente practicamos.

El problema radica en que tal vez no lo hemos pensado así, porque si entendiéramos la hermenéutica del mensaje del nacimiento, caeríamos en la cuenta de que la Navidad exige coherencia. De otra manera, esta fiesta, una vez más, sólo será un cliché y un buen deseo de lo que quisiéramos que fuera la sociedad en la que vivimos. De usted depende que no sea así. Así las cosas.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM