Pornografía consumida por hombres. El dolor físico que no se cuenta
Hay testimonios de actores y actrices que narran sus historias de adicciones, portando enfermedades venéreas que destruyeron sus cuerpos
Partamos de que todo acto humano en la vida medianamente adulta es un constructo y cada adulto decide por sí mismo (perdón si asigno algo de crédito al hecho de que, supuestamente, existe hoy gente preguntándose sobre la pertinencia de lo que compra, sea comida, ropa o pornografía).
Pues bien, los hacedores de pornografía generan narrativas, historias; tienen el poder. No seamos ingenuos pensando que lo que se presenta en los sitios pornográficos nace así nada más, obedeciendo a la pulsión que todos tenemos. Lo que allí se reproduce, recordando al filósofo francés Michel Foucault, son dispositivos de la sexualidad y buscan normar lo que se ve en las pantallas de los celulares, de las computadoras o de los televisores.
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Y para ello explotan económicamente los cuerpos que juegan distintos roles, establecen estándares. Siempre hay gente detrás, diseñando, atravesada por sus propias fantasías. Luego, quien consume esas imágenes, las internaliza y se engaña al creer que tiene agencia, que tiene imaginación propia y creatividad, cuando realmente lo que hace es consumir lo que a esos otros se les ocurrió. Así, su mundo más íntimo, su cuerpo y su mente, trabaja con este universo que propone consumos que muchos no cuestionan, así como ir a comprar a un Starbucks sin pensar en las indecibles injusticias que sufren los cultivadores de café y los productores locales. Parecieran cosas distintas, pero son lo mismo en el sentido del consumo.
Muchas de las escenas que implican la aplicación de sustancias para lograr dilataciones que se antojan hasta cómicas, generan dolor y son insostenibles para los cuerpos que allí se despliegan; claro, a menos que quien ve sea sadomasoquista, y eso es otro asunto que no se abordará aquí.
Estos corporativos millonarios no cuentan las cantidades de sustancias que ingieren los actores y actrices para realizar tales tomas, para lograr formas elevadas e inmensas que tanto atrapan y que también producen desasosiego luego en la vida de cada consumidor de pornografía, pues no se acerca su desempeño en nada a lo que observó. Y por fortuna no será así. Aquí el despertar sería que tuvieran clara esta diferencia, por el bien de él mismo y de su compañero/a.
Hay entrevistas, por supuesto de estrellas porno, que son como dulces para los navegadores de estas plataformas, pues los cuestionarios se enfocan en preguntas que jamás tocarán fondo. Es escaso que se visibilice que estas puestas en escena son, en términos reales, insostenibles durante los tiempos que se despliegan.
Hay testimonios de actores y actrices que narran sus historias de adicciones, portando enfermedades venéreas que destruyeron sus cuerpos, y hasta hay casos registrados de suicidios. Pero, como el modelo de consumo en el que esta industria está inserta abarca todo, el espectáculo tiene que seguir.
Los encuadres con preámbulos escasos dan paso a tomas casi clínicamente ginecológicas y modelan la mente de los hombres que consumen estos materiales, los cuales forman parte de las prácticas culturales. Así, se generan clones en el imaginario.
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Sin embargo, soterradamente fluye otra cosa: la vida sexual con escasas guías que permitan un entendimiento real entre dos cuerpos. Hablar sobre estos temas es casi herético. Lo peor es que a veces se abren los labios ante un confesionario que, como bien lo refiriera Foucault, es un mecanismo de poder que también busca regular. Agucemos la mirada, la confesión es un mecanismo clave de ejercicio de poder.
Entonces, lo que está en proceso para cada ser humano es la gestión de una vida sexual y de fantasías, y/o de portales que tenga claras algunas de estas cuestiones y se plantee otras salidas y/o preguntas germinadoras.
El vocablo “pornografía” germinó en el francés del siglo 19, a partir de los términos griegos porne, que significa prostituta, y de graphein, que refiere a escribir. El significado inicial de pornografía refería a un tratado o descripción sobre la prostitución. Posteriormente, se amplió para referirse a obras literarias, audiovisuales de carácter lascivo que buscan la excitación sexual.