El odio de AMLO a los dueños de los medios de comunicación
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¿Qué ha hecho la inmensa mayoría de los dueños de los medios de comunicación para merecer ese odio? ¿Qué hicieron mal para que el Presidente diga que acusa recibo de sus ataques y los amenace? No lo merecen. La inmensa mayoría ha cooperado con el Presidente, ha incluido a las voces afines al obradorato en sus espacios estelares, ha potenciado a los normalizadores del escándalo cotidiano, ha presionado a sus periodistas para amainar la crítica, ha minimizado los escándalos del mandatario, su familia y sus funcionarios.
Es cierto que nada de esto ha sido gratis: han recibido millones, en inversiones publicitarias oficiales y/o en contratos para sus otras líneas de negocio, pero, ¿de qué se queja el Presidente? La mayoría de los dueños de los medios van a Palacio cuando los convocan, hablan bien cuando les preguntan, se han dejado maltratar en la mañanera sin oponer resistencia y ya están alineándose con Claudia Sheinbaum. ¿Cuál es el problema?
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El Presidente lo ha dicho abiertamente: para él, el buen periodismo es el que apoya a su gobierno. Él quiere ver que todas las páginas de todos los periódicos sean aplausos, igual que todos los noticiarios de todas las estaciones de radio, de todos los canales de televisión y de todas las plataformas digitales.
Pero tiene que entender que a veces hay convicciones, a veces hay respeto por la libertad de expresión y si no es por alguna de las anteriores, tiene que entender el pragmatismo: ¿por qué será que los programas de mayor rating en la radio, los periódicos de mayor tiraje, los más influyentes de la televisión y las audiencias de internet más robustas son de quienes ejercen la crítica?, ¿por qué la información presentada con rigor, el periodismo de investigación, la denuncia, es un éxito de audiencia?
Espacios para los comunicadores afines al régimen ha habido y generosamente. Primero, el Gobierno engendró una camada de periodistas de microondas (desconocidos y sin trayectoria hasta que la mañanera los volvió personajes) que, financiados con presupuesto público, tienen como única misión repetir, expandir y duplicar el veneno de la palabra presidencial. Segundo, los medios de comunicación del Estado se han llenado de voces abiertamente obradoristas (lo que el PRI y el PAN experimentaron, este gobierno lo ha llevado al extremo y con el descaro de quien no se ruboriza). Y tercero, en los medios de comunicación privados, las voces afines al Presidente han ocupado cada vez más espacios y con mayor relevancia: se volvieron conductores de programas y noticiarios en radio y televisión, opinadores, se ganaron colaboraciones fijas en periódicos.
Pero el Presidente se queja de que los periodistas más famosos son críticos de su gestión.
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Antes de andar amenazando dueños de medios de comunicación y periodistas críticos, el Presidente debería preguntarse: ¿por qué no han surgido estrellas mediáticas entre esa nutrida camada de voces afines al obradorato? Si el 60 por ciento de los mexicanos aprueban a López Obrador, ¿no tendría que estar toda esa gente enganchada a quienes les comunican la versión de la realidad que emana de la mañanera? ¿Por qué, en cambio, ciertos programas de línea editorial abiertamente obradorista vieron sus ratings desplomarse y se volvieron irrelevantes, al grado que han tenido que ir abriéndose a la crítica? ¿Por qué han cambiado diametralmente de postura algunas de las más notables voces del obradorismo en los medios?
Ricardo Rocha tenía una frase lapidaria: “no hay nada más democrático que el control de la tele: en el momento que algo no te gusta, le cambias”. Es decir, la audiencia manda. ¿Qué mejor escenario para un dueño de un medio que tener a un conductor proclive al gobierno con alto rating: se sacude la presión brutal del Presidente, mientras gana relevancia y gana dinero de los anunciantes?
No es que el Presidente no haya tenido medios de comunicación. Es que la realidad se impone.