Emilio, mi primo, era un angelote enviado del cielo. Incapaz de hacer daño a nadie o de manifestar malicia en sentido alguno. Murió por un cáncer en junio de 1994. Era un fanático del equipo Tigres de futbol y recuerdo que el día que partió llegué unos minutos tarde al hospital con una pelota firmada por Gerónimo Barbadillo. Cinco meses después, mi tía Dinorah, madre amorosamente devota de Emilio y el resto de sus hijos, fue diagnosticada también con cáncer. Esto sucedió sin síntomas previos. Murió tres meses después. A mi tío Pepe, esposo de Dinorah, lo recuerdo llevando cada noche un sándwich de aguacate a mi tía mientras ella veía la TV (los Cárdenas tendemos a ser mandilones, pero mi tío era el campeón indiscutible). Él murió de un paro cardiaco en julio de 1995, cinco meses después de mi tía y trece después de mi primo.
A partir de estas vivencias, aprendí con mucha convicción que nuestra mente nos puede matar. Cuando le decimos a alguien enfermo de gravedad: “No dejes de luchar”. ¿A qué nos referimos? ¿De qué forma debería pelear esta persona? Intuimos que si se da por vencido, el fin estará muy cerca.
A partir de esto, la pregunta que sigue es: si tu mente te puede matar, ¿también te puede curar?
Los estudios que demuestran la conexión entre mente y cuerpo son innumerables. Una teoría básica consiste en cómo ante el miedo y el estrés se detona una señal de alarma en la amígdala (cerebro, no garganta) que activa las glándulas suprarrenales, las cuales en respuesta generan cortisol. El cortisol es bueno para el cuerpo, pero no cuando su presencia es muy prolongada. Si vivimos con miedo o estrés, el cortisol daña nuestro sistema de defensa, ya que pensamos con menos claridad, afecta el sistema digestivo, etcétera. Por otro lado, ver la vida con optimismo, con agradecimiento, con amor, genera oxitocina, serotonina y otros neurotransmisores que producen lo contrario.
Recordé la historia de mis tíos y primo, ya que ahora es mi turno de curarme con la ayuda del poder de mi mente.
Tuve un episodio grave con la ciática que me tuvo en cama varios días, pasando por el peor dolor que he sentido en mi vida. Resultó ser una hernia discal extruida en la columna vertebral. Para el doctor especialista, la solución era operar de inmediato, así que inicié el trámite con el seguro. Al pedir una segunda opinión a otro reconocido especialista, confirmó que lo mejor era operar (se ofreció a hacerlo), pero al indagar opciones me dijo casi al final: “Bueno, existe la posibilidad de que el mismo cuerpo absorba la hernia”. ¿Cómo? ¿Existe la posibilidad de que desaparezca sola? “Así es”, respondió.
Ya en casa, investigando profundamente análisis científicos sobre la materia, estos dan una probabilidad equivalente a un volado (dependiendo del estudio) de curación sin operación en un periodo de un año aproximadamente.
Así que estoy enfocado a que el poder de mi mente ayude a que mi caso no requiera operación.
Ahora, dejando a un lado la ciencia, ¿dónde queda la fe en Dios?
En Marcos 11:24 Jesús dice: “todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas”. Al tener esta confianza liberaremos los neurotransmisores que nos ayudarán a sanar, por el contrario, pedirlo sin fe es pensar que todo saldrá mal generando estrés, cortisol continuo y el consecuente daño.
Así que te recomiendo: a Dios rogando y con mentalidad positiva (fe) dando.
Gracias a Emilio y a mis tíos, que su caso nos sirva como aprendizaje y utilicemos nuestra mente para sanar. En esas ando, ya les contaré como acaba.
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