El positivismo de Año Nuevo: O cómo sobrevivir a enero sin morirte de risa (o de coraje)

Opinión
/ 17 enero 2025

En vez de andar prometiendo cosas como si fuéramos políticos en campaña, hagamos una cosa: actuar

Ah, enero. Ese mes en el que todo el mundo anda más optimista que un borracho declarando amor en la peda. “¡Este año sí voy al gym!”, “¡Voy a ahorrar!”, “¡Voy a dejar las garnachas!”. Sí, cómo no. Enero es como el lunes de la humanidad, pero con más frío, menos dinero y una resaca moral acumulada de todas las estupideces que hicimos en diciembre.

Porque, seamos honestos, arrancamos el año con una lista de propósitos más larga que el último capítulo de La Rosa de Guadalupe. Pero, ¿qué pasa después? Llegamos al gym el primer día, nos tomamos la selfie frente al espejo, sudamos tantito para justificar la historia en Instagram... y no regresamos hasta el próximo enero. ¡Eso sí! Nos quedamos con el cargo automático de la membresía para sentir que no fue en vano.

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Han transcurrido ya 17 días al momento de que usted está leyendo este artículo y veo gente que no ha empezado a cumplir sus “propósitos”, y aquí me doy cuenta de la gran farsa del positivismo que representa el Año Nuevo.

En estas fechas, todo mundo anda diciendo: “¡Nuevo año, nueva yo!”. Pero, hija, ni el corte de cabello que te hiciste te cambió la vida. ¿A poco crees que con un calendario nuevo se te van a olvidar los 43 mensajes que mandaste borracha el 31? ¡Claro que no! Enero es la evidencia brutal de que seguimos siendo los mismos güeyes, pero ahora con deudas.

Las redes sociales tampoco ayudan. Ahí está todo el mundo publicando frases motivacionales tipo: “Este será mi año” o “El universo conspirará a mi favor”. Sí, seguro el universo tiene un departamento exclusivo para tus pendejadas. Mientras tanto, la realidad: tráfico, inflación y ese maldito frío que nos hace sentir como tamal sin hoja.

Vamos a hablar claro: el problema no son los propósitos, el problema es el momento, y es que los hacemos en enero, cuando estamos más ciegos que un güey enamorado. Prometemos bajar 10 kilos, pero no mencionamos las tres pizzas que nos vamos a clavar cada vez que digamos “Hoy fue un día difícil”. Decimos que vamos a ahorrar, pero nos endeudamos hasta las manitas en las ofertas del 6 de enero. Y el clásico: “Voy a dejar de beber”, pero ahí estamos el 14 de febrero con nuestra chela en mano porque “un traguito no cuenta”.

Ah, pero las ironías de la vida: año nuevo, mismos pretextos. Precisamente, la ironía de todo este positivismo es que, a pesar de saber que probablemente no cumpliremos ni la mitad de lo que prometimos, seguimos haciéndolo. Es como esa extóxica a la que volvemos porque pensamos que “ahora sí va a cambiar”. Y no, querido lector, ni el ex, ni nosotros, ni nuestros propósitos van a cambiar.

Para colmo, enero es larguísimo, parece que tiene 73 días. Y mientras seguimos tratando de “reinventarnos”, el calendario avanza con un sadismo que da miedo. Y ahí es cuando llega la cruda realidad: no somos una nueva persona; sólo somos una versión parchada que sigue lidiando con las mismas broncas, pero ahora en 2025.

Al final, ¿qué chingados importa el positivismo de Año Nuevo si no hacemos nada al respecto? La vida no cambia con decretos en voz alta ni con fotos de Pinterest que dicen “Tú puedes”. Cambia con acciones, con huevos, con esa capacidad de levantarte después de cada chingadazo que te da la vida. La clave está en dejar de prometer y empezar a hacer.

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El problema no es enero, ni los propósitos, ni el frío, ni las deudas. El problema es seguir esperando que las cosas se arreglen solas, mientras nos sentamos en nuestro sillón a llorar nuestra desgracia. Así que en vez de andar prometiendo cosas como si fuéramos políticos en campaña, hagamos una cosa: actuar.

Empecemos con algo pequeño, pero hagámoslo bien. Cumplamos un propósito, aunque sea uno, y hagámoslo por nosotros, no por los likes ni por el qué dirán. Y si la cagamos, cosa que va a pasar, no importa; la vida está llena de cagadas, pero también de oportunidades para limpiarlas.

Así que sí, felicidades: es un año nuevo, pero usted sigue siendo usted. La buena noticia es que eso es suficiente, siempre y cuando decida que este año, en lugar de prometer, va a vivir. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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