El profundo impacto de la experiencia auditiva en la música
Los rastros que deja una audición musical pueden ser devastadores e imperecederos: la experiencia estética difícilmente deja indiferente al receptor dispuesto a percibir los estímulos estéticos que emanan del objeto artístico. En más de una ocasión he podido constatar el influjo del arte en algunos alumnos con los que he compartido la experiencia de la lectura de un fragmento literario, la audición de una obra musical o la contemplación de una pieza pictórica.
Generalmente, cuando son muy jóvenes, sus expresiones son limitadas, en parte por la falta de un apropiado juicio crítico o, también, por ese estado de estupor que nace en el momento del contacto con el arte.
Hace muchos años viví una experiencia inolvidable, todavía fresca en mi memoria: estuve por primera vez en medio de una orquesta sinfónica (todavía me pregunto cómo es que el director del conjunto sinfónico me permitió sentarme en la fila de los alientos madera) sin tocar algún instrumento orquestal.
La obra que estaban ensayando en el auditorio del conservatorio donde realizaba mis estudios de música era la Obertura Fantasía “Romeo y Julieta”, del compositor ruso Peter Illich Tchaikovski, obra sinfónica programática basada en el drama de William Shakespeare. El drama teatral ya lo conocía, pero, lo confieso, la lectura no me dejó una experiencia profunda, como sí lo produjo otro drama del mismo autor inglés, La tempestad.
La audición y el conocimiento de la pieza orquestal del genio ruso refrescó en mí no solo el relato del drama familiar en Verona, sino que recreó y desveló desde el universo sonoro las emociones recónditas que incendiaron los ánimos de las familias rivales a través del tejido tímbrico de percusiones, cuerdas y metales. Solo escuchando esta obra, y habiendo leído un par de veces el drama, podremos aproximarnos a la enigmática fuerza que emana del discurso orquestal.
Desde su nacimiento en el siglo XVIII en la ciudad alemana de Mannheim, la orquesta sorprendió a un emancipado público burgués que refinaba su gusto musical constantemente. El repertorio orquestal creció a la par de otras estructuras musicales. Compositores de ese entonces (Mozart, Haydn, Clementi, Beethoven, entre otros) educaron no solo a una incipiente clase de músicos atrilistas, sino también a un público que empezaba a orientar su oído fuera del ámbito eclesiástico, de las densas estructuras polifónicas que dominaron el panorama musical en los cuatro siglos anteriores.
El vehículo inicial fue la Sinfonía, estructura genial que llevaba en sí misma el germen de otras formas musicales que delinearon estilos y tendencias más complejas que la sinfonía. Con el paso del tiempo el desarrollo en el gusto del público generó audiencias exigentes y recalcitrantes. Baste recordar un par de ejemplos penosos para los compositores que sufrieron el juicio, quizá injusto, del público exigente: el fracaso de un joven Rachmaninov, que en 1897 estrena su primera sinfonía, bajo la dirección de su compatriota, el célebre Aleksander Glazunov.
Algunos historiadores señalan el hecho de que Glazunov dirigió erráticamente debido a su estado de ebriedad, confundiendo a los músicos de la orquesta. El público no perdonó y Rachmaninov se sumió en una depresión profunda que lo hizo abandonar la composición por mucho tiempo. El Dr. Nikolai Dahl, notable médico psiquiatra, alumno de Alfred Adler, lo curó mediante hipnosis y sólo así Rachmaninov, curado, regresó a la composición. Otro ejemplo de un público de oído exigente fue el que asistió al estreno de La consagración de la primavera, obra de otro compositor ruso, Igor Stravinski.
La pieza se estrenó en el teatro de los Campos Eliseos de París, en 1913. Fue tal el estrépito en la sala de conciertos que se tuvo que suspender momentáneamente la interpretación de la obra. Los músicos, lo dicen los historiadores, tuvieron dificultad en interpretar la obra, novedosa en su estructura y elementos rítmicos y tímbricos. La experiencia auditiva ha evolucionado paulatinamente extendiéndose en los diferentes estratos de la sociedad europea y, posteriormente, en los nacientes países del orbe americano.
A partir de principios de este siglo la música se ha desplazado de las salas de concierto a los aparatos auditivos nómadas, ampliando la posibilidad de que ésta vaya y venga a todos lados. Con ello ha devenido una disminución de la capacidad y calidad del oyente. Ese será tema para colocar en otro Atril.
CODA
“¿Por qué un concierto suele dejar una huella más profunda que un disco? Porque el oyente (no menos que el intérprete) ha experimentado algo corporal. No sólo ha escuchado la interpretación, la ha respirado, ha participado en ella mediante su presencia y ha compartido su entusiasmo; se ha aventurado con el intérprete, en el mismo momento y en el mismo lugar, a la obra de un compositor”.
Alfred Brendel. Sobre la música (Acantilado. Barcelona, 2016).
Encuesta Vanguardia
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