El reto de vacunar a la ‘generación millennial’
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El escritor y motivador inglés Simon Sinek ha señalado que la generación millennial −y subsecuentes, puede agregarse− ha construido un sentido de la existencia social a partir de asumir, entre otras cosas, la idea de que es posible obtener cualquier cosa con sólo desearlo y sin realizar esfuerzo alguno.
Esta idea −que Sinek llama el “sentido de satisfacción instantánea”− lleva a la generación más joven −la que está a punto de tomar la estafeta en la conducción comunitaria− a creer que puede llegar a la meta sin necesidad de realizar el trayecto que media entre este punto y el de partida.
“Es como si estuvieran al pie de una montaña, con este concepto abstracto de ‘dejar huella en el mundo’, que es la cima de la montaña. Lo que no ven es la montaña misma”, ha dicho el británico.
Este hecho, combinado con la adicción −o dependencia− a la tecnología, ha creado una generación que tiene baja autoestima y carece de las habilidades sociales para sobrevivir en el “mundo real”.
Toda generalización está equivocada por regla, desde luego, y por ello no es correcto colocar esta etiqueta a toda persona joven solamente por el hecho de que esté cerca de, o haya ingresado recién, a su tercera década
de vida.
Sin embargo, ante episodios como el vivido ayer en Ciudad Universitaria de Arteaga, cuando los integrantes de la generación más joven que ha sido llamada a vacunarse −quienes tienen entre 18 y 29 años− provocaron un auténtico zafarrancho que obligó a suspender el proceso de vacunación, conviene poner sobre la mesa el tema y discutirlo con seriedad.
No existe, por más que se pretenda argumentar en ese sentido, justificación alguna para la actuación irracional que todos pudimos ver a través de las redes sociales y menos aún para las manifestaciones de violencia protagonizadas por quienes tomaron por asalto, literalmente, las instalaciones
universitarias.
Menos aún, cuando la aglomeración de este martes nos obliga a cuestionar por qué el fin de semana ese mismo lugar de vacunación permaneció desierto durante prácticamente todo el día.
¿No habría sido más lógico atestiguar escenas de aglomeración el sábado y el domingo, cuando prácticamente todo mundo descansa? ¿No habría sido más cómodo para cualquier integrante de la generación de 18 a 29 años acudir en un momento en el cual le habría tomado unos cuántos minutos recibir la vacuna que le correspondía?
No hace falta ser demasiado perspicaz para adivinar la razón por la cual el fin de semana apenas un puñado de jóvenes acudió a recibir la vacuna contra el coronavirus. Y justamente por ello es que la actitud que asumieron ayer es absolutamente injustificable.
Más allá de la crítica que actitudes de este tipo merecen −en personas de cualquier edad−, lo ocurrido ayer debe llevarnos, a los padres de familia, a revisar los valores con los cuales estamos educando a nuestros hijos y cuestionar si dicha formación nos dejará tranquilos cuando les pasemos la estafeta.