El satánico

Opinión
/ 6 febrero 2022
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Tengo entre mis tesoros un dibujo original de Julio Ruelas. En él se ve a un demonio que tiene enredada al torso una serpiente de abiertas fauces amenazadoras. Apoya el maligno un pie sobre una calavera; lo ciñe por todos lados una guirnalda de espinas.

No es feo ese demonio, antes bien tiene el aspecto de un hermoso fauno. Sus cuernos, apenas esbozados, más parecen adornos que astas demoníacas. Su rostro es varonil: una mujer lo encontraría bello.

A Ruelas le gustaba pintar al diablo. El dibujo que tengo lleva un extraño nombre: se llama “Balada a Satán”. No sé si haya sido ilustración para la portada de un libro, o dibujo independiente. En todo caso es una obra magnífica, de lo mejor −estoy seguro−
que salió de la pluma de ese gran artista.

José Juan Tablada habla de Ruelas en “La Feria de la Vida”, que así se llaman las memorias de ese gran escritor. Tablada fue compañero de escuela del dibujante cuando ambos tenían 12 años. Ruelas había inventado un curioso juguete al que llamó “titirimundi”. Consistía en varios rectángulos de papel cuyas puntas se doblaban. Llenos de dibujos, al combinarse así formaban extrañas visiones de hombres con cabezas de animales o de bestias fantásticas con testa humana. Quizás en ese juego infantil está la raíz de su arte.

Al terminar la primaria los dos muchachillos se inscribieron en el Colegio Militar. Ninguno de los dos duró ahí: la disciplina militar no era para ellos. En cierta ocasión Ruelas le dijo a Tablada:

-Está bien jugar a los soldaditos, pero no todo el año.

En Alemania perfeccionó su arte el futuro gran ilustrador. Eso explica sus caprichos, parecidos a los de Goethe en “Fausto”. Le daba por pintar cosas lúgubres y extravagantes: ahorcados; mujeres desnudas llenas de heridas sanguinosas; monstruos nacidos como de una pesadilla o de un delirio causado por alucinógenos... He oído decir que Ruelas solía buscar esos “paraísos artificiales”, y que era rendido admirador de los poetas franceses que aspiraban el perfume de las flores del mal.

Mi obra de Ruelas está junto a un ángel dibujado a lápiz por Rubén Herrera. La señorita Carolina Sánchez, hija de don Francisco Sánchez Uresti, el maestro que descubrió el talento del notable pintor, me aseguraba que ese dibujo es la primera obra que Herrera firmó. Lo hizo sencillamente con su primer nombre: Rubén.

¡Qué contraste el de esos dos dibujos! Junto al demonio y la serpiente, el ángel, cuya belleza es la de una mujer y cuyas alas se elevan sobre el arpa que tañe la celestial criatura. En los dos dibujos, sin embargo, se advierte igual talento. Destacó más el de Ruelas porque vivió en la Capital. Si allá hubiera ido Rubén Herrera seguramente habría alcanzado brillo igual.

Hay un símbolo en la cercanía de ambos dibujos, pues todos tenemos algo de ángel y algo de demonio. Por eso no desentonan esas dos obras de arte, la del pintor saltillense y la del dibujante de Satán.

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