El sexo débil es el hombre
(Y con la edad más)
Le preguntó una periodista a Churchill:
-¿Qué opina usted de la afirmación según la cual la mujer dominará al hombre en el siglo veintiuno?
-¿¡También en ese siglo?! −exclamó sir Winston abriendo los ojos con simulado asombro.
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Se habla, sin embargo, de un congreso de feministas en el cual las delegadas de las diversas naciones darían a conocer los progresos que la mujer iba haciendo en cada país en la lucha por los derechos de su género.
Habló la delegada de Estados Unidos, y relató:
-A mí no me gusta barrer ni trapear los pisos. Un día le dije a mi marido: “A partir de mañana tú barrerás los pisos, y los trapearás”. El primer día no vi nada. El segundo día no vi nada. El tercer día los pisos lucían como espejos: mi marido los había barrido y trapeado.
Tomó la palabra la delegada de Francia:
-A mí no me gusta cocinar. Un día le dije a mi marido: “A partir de mañana la comida la harás tú”. El primer día no vi nada. El segundo día no vi nada. El tercer día disfruté de un espléndido banquete preparado por mi esposo para mí.
Ocupó la tribuna la delegada de México:
-A mí no me gusta lavar los platos. Un día le dije a mi marido: “A partir de mañana los platos los lavarás tú”. El primer día no vi nada. El segundo día no vi nada. El tercer día empecé a ver un poquito con el ojo izquierdo.
La historieta ilustra el modo de ser, machista, de muchos mexicanos. Afortunadamente esa actitud va desapareciendo: me considero miembro de la última generación de machistas que hubo en este país. Soy del tiempo en que el hombre trabajaba y la mujer se dedicaba al hogar. (El hogar, dicho sea entre paréntesis, es más trabajoso que cualquier trabajo. Por eso es absurda, a más de injusta, aquella frase relativa a la mujer: “No trabaja; es ama de casa”).
Luego vino la liberación femenina. Yo, en verdad, no entiendo a las claras esa supuesta liberación. Ahora la mujer tiene el mismo trabajo que tenía antes −el de la casa−, y además debe trabajar también fuera de la casa, como su marido. Las mujeres mexicanas no disponen de la gran variedad de aparatos y artilugios de todo orden que aligeran el trabajo doméstico de la mujer en otros países, y tampoco reciben de su esposo −algo de machismo nos queda todavía− la ayuda en la casa que en otras naciones los maridos dan a sus parejas. A medio camino entre la modernidad y el tradicionalismo, la mujer mexicana va hacia el futuro cargando el lastre del pasado.
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A mí, la verdad sea dicha, no me llama mucho la atención el feminismo. Me atrae muchísimo, sí, lo femenino. Creo en la participación de la mujer en todos los órdenes de la actividad (y también en todos los desórdenes).
Creo que todo lo que beneficie a la mujer beneficiará al hombre, y viceversa. La vida social, en última instancia, no es cuestión de hombres y de mujeres: es cuestión de seres humanos, de personas. Si todos nos reconocemos como tales, no habrá feminismo ni machismo. Habrá humanismo. Bien que lo necesitamos.