El trabajo de no trabajar

Opinión
/ 3 diciembre 2023

Cierto amigo mío le tenía un santo temor al trabajo. Se parecía a aquel burócrata que un día estaba en el sillón de su escritorio con aspecto de alguien que no está. Lo vio uno de sus compañeros y le preguntó:

-¿Qué haces?

-Aquí −respondió el haragán hablando como Donato−. Esperando el aguinaldo.

¡Y era apenas mayo!

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Dije “hablando como Donato” porque recordé a Donato Gil, actor salido del Ojo de Agua. Carpero de los buenos, llegó a tener gran fama en los tiempos en que había que competir con Cantinflas, Manuel Medel, Pompín Iglesias padre y otros cómicos de la misma extraordinaria calidad. Donato fue conocido como “El cómico cansadito”, pues hablaba arrastrando las frases y meneándose todo, como si le costara trabajo pronunciar cada palabra.

Así hablaba aquel amigo mío que mencioné. Su papá se quejaba de él. Decía con acento dolorido:

-Si ya no quiero que le guste el trabajo, nomás que le pierda un poquitito el asco.

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Casó mi amigo, y no tuvo familia. Las gestiones para engendrar la prole algo tienen de actividad y movimiento, y a él no le gustaba ni una cosa ni la otra. Su esposa era una gran aficionada al séptimo arte, pero nunca lograba que su marido la llevara al cine, pues salir de la casa le traía un problema: la gente que lo conocía le preguntaba: “¿Qué haces?” o: “¿A qué te dedicas?”, y él no sabía qué contestar, pues simple y sencillamente no hacía nada ni se dedicaba a nada. Si hacía las tres comidas diarias era sólo porque su papá le daba a su nuera por abajo del agua lo necesario para el gasto de la casa. Y ni siquiera se tomaba aquel grandísimo holgazán el trabajo de preguntarle a su mujer de dónde salía la pitanza diaria. Debe haber sido un gran creyente en la Divina Providencia, pues el pan de cada día le caía del cielo, como el maná a los israelitas en el desierto.

Un día llegó al Cinema Palacio una película de John Wayne llamada “El hombre quieto”. Si mal no recuerdo aparecen en ese film Maureen O’Hara y aquel viejito −así decíamos entonces− que representaba como nadie el papel del irlandés amable: Barry Fitzgerald. Pero la estrella principal era John Wayne, ídolo de la esposa del haragán.

Le dijo la señora a su marido:

-Viejo, llévame al cine.

-¿A qué? −preguntó el perezoso, que estaba todavía echado en la cama, y eso que era ya casi el medio día, y la comida ya estaba. ¡Bonita pregunta la suya! “¿A qué?”.

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-Pos a ver la película −respondió la señora−. Dan una de John Wayne.

-¿Quién es ése? −quiso saber el sujeto.

-Es un artista de Hollywood −le explicó la señora−. Trabaja muy bien.

-¡Ah, no! −se asustó el hombre−. ¡Si es cosa de trabajo no voy!

Muchas historias podrían contarse de saltillenses que se las arreglaban −y muchos se las siguen arreglando− sin trabajar. Arte supremo es ése, y muy difícil ciencia cuyos practicantes merecen reconocimiento, pues cuesta más trabajo vivir sin trabajar que trabajando.

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