El último en morir
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Los libros de memorias aparecen a cuentagotas en la tradición literaria mexicana, sin embargo, dentro de este abanico de posibilidades es común encontrar anecdotarios soporíferos o extensos panegíricos donde se retrata de forma intelectual a un autor que gira vertiginosamente al interior de una espiral infinita de lecturas que devienen en su obra autobiográfica como un corte de caja fatal, donde el protagonista –generalmente– queda inmortalizado como adalid de las causas más nobles y justas. No obstante, –la verdad sea dicha– hay notables excepciones de la mano de José Vasconcelos con Ulises Criollo y José Agustín en El rock de la cárcel, entre otros.
En El último en morir, Xavier Velasco se planta ante un dilema de la narrativa expuesto con anterioridad por Thomas Man en Tonio Kröger: dedicar los esfuerzos a escribir sobre la vida o vivirla y acumular experiencias. Decantado por la segunda opción, este libro muestra al artífice de Diablo Guardian en facetas que rebelan su cómoda infancia y una adolescencia acelerada, donde la urdimbre se teje con las mujeres como uno de los leitmotiv del relato: abuela, amigas, amores. Todas ellas constituyen el fuste de un muchacho intensamente romántico que por momentos intenta despistar al público presentándose con gafete de pícaro.
Esta novela abre en canal a un escritor outsider, dispuesto a poner patas arriba (otra vez) una realidad en calma, taciturna y acomodaticia. Es de destacar la manera en que, dejando cosas en el tintero, construye una trama sobre la propia vida para pastorear al lector a través de una vorágine nostálgica llamada juventud. Hay memorias que merecen el precio de ser ventiladas en la plaza pública del espectador.