Elecciones 2023; hemos tenido un par de buenos debates

Lo diré pronto: a mi me han gustado los dos debates realizados hasta ahora en el curso de la campaña electoral. Más allá del desempeño decepcionante de algún candidato, o del comportamiento incivilizado de un segmento del público, no encuentro mayores elementos para quejarme del formato, el desempeño de quienes tuvieron a su cargo la moderación, o las preguntas formuladas a los contendientes.

He escuchado a lo largo de la semana múltiples voces advirtiendo sobre la “inconveniencia” de atestiguar debates en los cuales tengan un papel protagónico los ataques personales, las puyas o las descalificaciones entre candidatos. A partir de un pueril argumento sintetizado en la idea de requerir “más propuestas y menos descalificación”, se lanzó una auténtica campaña de descalificaciones en contra del primer debate, el del domingo pasado.

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Claramente quienes sostienen estos argumentos desconocen la forma en la cual transcurren las campañas políticas en otros lugares del mundo -lugares civilizados, desde luego-, pero además son partidarios de la incultura largamente prohijada por el régimen del PRI de rehuir el debate como forma de protección a sus candidatos.

Conviene aquí insistir en un hecho: a los políticos mexicanos -salvo honrosas excepciones- no les gusta debatir. Y no les gusta esencialmente por dos razones:

La primera es bastante obvia. Debatir demanda el desarrollo de ciertas habilidades a las cuales resulta imposible acceder de forma instantánea o por arte de magia. Para ser un polemista se entrena largamente y, sobre todo, se dedica tiempo a la adquisición de los conocimientos necesarios para argumentar y defender ideas.

La segunda es un poco más rebuscada: impulsar la cultura del debate proscribiría de la actividad política a los pelmazos, cuyo contingente resulta indispensables para el sostenimiento de los regímenes autocráticos, típicos de clases políticas como la mexicana.

No. No hubo absolutamente nada de “malo” en el debate del domingo 16 en el Teatro Nazas. La invectiva punzante; el descobije artero y los señalamientos directos y descarnados entre quienes se disputan el poder público son elementos regulares de la normalidad democrática. Quien ha decidido colocarse voluntariamente en un aparador público está obligado a tolerar eso y más.

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Tampoco hubo nada de impertinente o inadecuado en el desempeño de los moderadores Sandra Romandía y Javier Solórzano. Hicieron aquello para lo cual se les contrató: una “moderación activa” explícitamente referida en el acuerdo mediante el cual la Comisión Temporal de Debates del IEC desarrolló el ejercicio.

Pero no solo eso: todos los partidos -y sus candidatos, se supone- participaron en la negociación para el desarrollo del formato y las reglas del debate. Conocieron en todo momento el desarrollo de las discusiones y estuvieron de acuerdo en las decisiones finalmente adoptadas.

Nadie puede llamarse a engaño ni decirse “sorprendido” por el hecho de ver a un periodista comportarse como periodista al asumir el papel de moderador de un debate. Y menos aún cuando se le convocó justo para eso: para desplegar un formato alejado del aburrimiento mortal de los debates de siempre.

Aristas

Hoy sesionará la Comisión Temporal de Debates del IEC para “revisar” las reglas rumbo al debate del próximo 1 de mayo. Hay presiones de los partidos para modificar el formato y devolverlo al territorio del aburrimiento soporífero.

Por el bien del proceso electoral en curso es deseable observar hoy un comportamiento institucionalmente leal de quienes integran dicha comisión y no uno claudicante frente al intento grosero de manipular el siguiente debate solamente para mantener “cómodos” a los contendientes.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

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