‘Emilia Pérez’ y el soft power. Esto no es una crítica
Tenemos mucho más qué vender que un inframundo de pesadilla y sangre del que, además, nos deberíamos estarnos ocupando por erradicar
Si usted es observador, quizás se percató de que el paradigma cultural y modelo aspiracional para las generaciones Y y Z (millennial y centennial) no fueron ya los decadentes Estados Unidos.
Los hoy chavos y chavorrucos en ciernes crecieron adorando a las estrellas del K-Pop (boy-bands coreográficas de “pop coreano”, por si viene saliendo de un coma de 30 años); son fanáticos del ánime y de los “doramas” (que es como se conoce a las telenovelas juveniles surcoreanas por una corrupción de la palabra “drama” que al parecer no pueden pronunciar).
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Que la industria surcoreana del entretenimiento se haya impuesto en el gusto mundial, compitiendo seriamente con el antiguo poder cultural hegemónico gringo, no fue un accidente espontáneo de la moda; ni una mera casualidad, sino parte de un esfuerzo bien consciente y planificado del gobierno de aquella nación.
Pero... ¿Cómo por qué habría de apostar el gobierno de un país en agrupaciones de chicos púberes carilindos y culebrones adolescentes?
Bien, sucede que además de ser productos exportables que indudablemente generan divisas, constituyen la tarjeta de presentación con que el país en cuestión se presenta ante el mundo.
Todo ese imaginario construido a partir de romances de escuela, canciones de amor juvenil, héroes de acción animados, pinta a su país de origen como una sociedad moderna, innovadora, de gente inteligente, dinámica y competitiva. Genera lo que llamamos una percepción positiva que vuelve a Corea del Sur interesante y atractiva para la inversión y el comercio.
A este posicionamiento económico y cultural se le conoce como soft power (o “poder blando” como lo llamó un pésimo traductor), pues no se ejerce por medio de la fuerza (fuerza militar, diplomática, colonial o mercantil), sino a través de una persuasión mucho más amable y sutil, más parecido al enamoramiento.
Repito, el caso surcoreano no fue fortuito. En algún punto de su historia reciente Corea del Sur buscó desmarcarse, a ojos de la comunidad internacional, de otras naciones asiáticas con fama de autoritarias, atávicas y reñidas con los valores de occidente, como China, o la vecina Corea del Norte.
La República de Corea presentó, en cambio, una cara mucho más amable, abierta a la tecnología, a la democracia y dispuesta a dejar las rencillas milenarias en los libros de Historia y comenzó su ambicioso plan de promoción organizando los Juegos Olímpicos de Seúl, allá en 1988, y hoy cosecha los beneficios de este esfuerzo.
Tan en serio se han tomado su papel como sociedad moderna en Corea del Sur que acaban de destituir a su presidente por haber intentado regresar al autoritarismo de antaño mediante una ley marcial que por fortuna no prosperó.
Es decir, parece que el soft power no sólo tiene efectos positivos en la manera en que un país se oferta ante el mundo, sino que también fortalece la autopercepción de los ciudadanos al interior.
México tiene un soft power digamos medianón, no es del todo deplorable, pero podría ser mucho, muchísimo mejor.
Geográficamente nos beneficia compartir vecindario con las potencias de Norteamérica y haber sido, hasta hace no mucho, grandes exportadores también de baladistas y telenovelas. Hasta nuestro antiguo predominio casi monopólico del doblaje de series y películas contribuyó a que “el mexicano” se considerase como la forma más neutra de hablar el español en el continente.
Y aquel viejo cine idílico de mejores épocas, ya fuese de charros o de gángsteres, cabareteras o ficheras, que muy rara vez abordaba la realidad política, hacía de México un destino deseable, lo mismo para el capital como para la realización de los sueños personales.
Por desgracia un mal día nos chingamos la rodilla y la realidad nos alcanzó, se nos reventó la burbuja y nos percatamos de que las aguas del drenaje corrían libres bajo el delgado suelo sobre el que caminábamos muy quitados de la pena.
Creo que fue Hollywood el que primero comenzó a explotar al nuevo Narco-México, pero sólo como un telón de fondo para lucimiento de sus modernos cowboys (agentes de la DEA comprometidos con la lucha contra las drogas por una convicción personal y patriótica). Nació así el México del filtro amarillo, caluroso y polvoriento, plagado de clichés del siglo antepasado.
Pero, animados por el abaratamiento de la maquila audiovisual, los propios productores nacionales decidieron explotar la narco-iconografía, pero no sólo como un escenario para el lucimiento de otros, sino para la exaltación y romantización de esta cultura y de sus personajes como antihéroes.
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Y si bien no faltará el extranjero pendejo (gringo o europeo) que encuentre entrañables las narcohistorias, lo cierto es que muy flaco favor le hacen a nuestro soft power del que venimos hablando.
Desde luego, quejarnos resulta hipócrita, pues nosotros mismos romantizamos el bajo mundo de La Mafia italoamericana a través de novelas, películas, series y hasta videojuegos.
Y quizás a la larga incluso esta visión idílica del mundo del crimen abonó en efecto al soft power italiano: Quizás más gente quiere −gracias a ello− visitar su país, conocer su cultura, probar su gastronomía, consumir su arte y a sus artistas.
Pero no deberíamos nosotros apostarle a replicar esto, pues como inversión es costosa, indeseable e inhumana; siendo que realmente tenemos mucho más qué vender que un inframundo de pesadilla y sangre del que, además, nos deberíamos estarnos ocupando por erradicar.
No podemos además arriesgarnos a legitimarlo como producto de exportación cultural porque es lo único que le falta a nuestro gobierno para ser omiso en su combate y terminar de salir en su defensa: Que los declare tesoros culturales.
La película “Emilia Pérez” (Audiard, 2024) se sube al tren de la “narco exploitation” de la manera más... ¡Oh, oh!
Lo siento mucho. Parece que se nos acabó el espacio y no hablamos de la cinta en cuestión (pero al menos reflexionamos un poco sobre el soft power que me interesaba establecer como antecedente). Retomaremos el hilo en la siguiente entrega si un mínimo de lectores así me lo demanda.
Nos leemos entonces. Tómese mientras tanto un ibuprofeno por aquello del dolor... de v*lva.