En crisis, la industria chocolatera mexicana

Opinión
/ 19 marzo 2024

Don Senilio, caballero de madura edad, llegó a su casa hecho unas pascuas. Lucía el nuevo traje que acababa de comprar. Le dijo muy contento a su esposa: “El hombre de la tienda me dijo que este traje me quita 20 años de encima”. Sugirió ella con voz hosca: “Hoy en la noche póntelo de piyama”... Don Corneliano era severo de costumbres. No lo imitaba en eso su señora, mujer dadivosa y complaciente. Eso explicará el razonable enojo que sintió el dicho caballero cuando llegó a su casa y sorprendió a su esposa con un desconocido, en el mismísimo lecho conyugal, en evidente trance adulterino. Mis cuatro lectores adivinarán el gesto que puso el lacerado. Tal cara puso que su mujer le dijo: “Háblame con franqueza, Corneliano. Sé que piensas que estoy haciendo algo indebido. Sin palabras me lo dice el gesto de tu cara”... Babalucas les contó a sus amigos que había inventado un infalible medio para acabar con las cucarachas. “Es un insecticida poderoso −les explica−. Tiene sólo un pequeño inconveniente: a cada cucaracha se lo tienes que administrar personalmente, una cucharadita después de cada comida”... He aquí una linda copla chocolatera: “Es tan santo el chocolate / que de rodillas se muele, / juntas las manos se bate, / y viendo al cielo se bebe”. Recordé esos galanos versos ahora que leí con pena que la industria chocolatera mexicana está en crisis. Esto nos debe causar pena, pues el chocolate es uno de los magníficos regalos que México ha hecho al mundo. El cacao, en efecto, es fruto original de nuestra tierra. Nuestros antepasados indígenas lo tenían en tanto aprecio que usaban su semilla de moneda. (Sabia disposición de esos primeros padres nuestros, pues si no gastaban su dinero se les echaba a perder). ¿Perderemos nosotros, pregunto, los famosísimos chocolates que han sido gala y prez de nuestros desayunos y meriendas? ¿Dejaremos de gustar el sabroso chocolate que se bebe en las cocinas conventuales de Oaxaca? La entrañable churrería “El Moro” de la Ciudad de México, ¿nos servirá bebidas gaseosas en vez del espumoso chocolate con que se acompañan los edénicos churros que ahí venden? El chocolate en leche, batido en jarro de barro con un churrigueresco molinillo hasta formar la espuma que llegaba casi al techo, forma parte de mis mejores recuerdos infantiles. El buen padre Secondo, a quien confesaba mis pecados de niño −qué pecados puede tener un niño, válgame Dios−, me veía tan pequeñito y escuchimizado que me imponía como penitencia tomarme todas las tardes una taza de chocolate con pan de azúcar. ¡Y ahora me dicen que es más barato traer el chocolate de fuera que producirlo aquí, de donde es originario! ¿También con el chocolate acabará el vicioso sistema burocrático que seguimos padeciendo tras este cambio que no ha cambiado nada?... Chicholina Grandnalguier, como su nombre lo declara, tenía un cuerpo exuberante, lleno de bolas como el Parque Guell, de Barcelona, obra del inmortal Gaudí. Se hallaba Chicholina en el consultorio médico. Por indicación del galeno se había desvestido por completo, a fin de ser examinada. Hasta ahí todo se explica. Lo extraño es que frente a ella se había formado una fila de 15 o 20 facultativos que veían con golosa mirada los encantos de la chica. Le dijo ella a su doctor: “Estoy de acuerdo en que necesite usted pedir una segunda opinión, doctor, e incluso una tercera. Pero creo que esto se pasa de la raya”... Muy molesto el siquiatra le dijo a su paciente: “Mire, señor Bonaparto: no llegaremos a ningún lado si cada vez que le hago una pregunta usted me responde: ‘Qué chingaos le importa’”... FIN.

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