Calixto Guerra fue un ameritado revolucionario coahuilense. Tuvo la calidad de revolucionario aun antes de la Revolución. En efecto, fue uno de los valientes hombres que se lanzaron a la rebelión en Las Vacas, allá por 1908, dos años antes de que el señor Madero convocara a los mexicanos a luchar contra el gobierno de Porfirio Díaz.
Calixto Guerra profesaba las ideas de los hermanos Flores Magón. Quiero decir que era anarquista, socialista, utopista... Pero él no sabía que era todo eso. Era lo que se llama ahora “un luchador social”, sólo que de verdad.
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Hombre sin letras, quiso hacer carrera en la política. Llegó a diputado local en tiempos de Rodríguez Triana, cuando el socialismo estuvo en boga. Sus amigos le hacían bromas en que sacaban a relucir las pocas luces de instrucción que poseía. En una ocasión, contaba don Antonio Rodríguez, Calixto fue a cierto casino con su señora esposa. En el momento en que entró, unos señores le estaban pidiendo al cantinero algunas de las bebidas a la sazón de moda:
-Aguirre...
-Madero...
-Evaristo...
Cuando le llegó el turno don Calixto se dirigió al mesero ceremoniosamente:
-Yo, Calixto Guerra, para servir a usté, y mi esposa la señora Ofelia M. de Guerra.
Se cuenta que un día viajó don Calixto a la Ciudad de México. Se le ocurrió ir a cenar a un club social de mucha nota. Para no equivocarse buscó mesa al lado de la de dos señores elegantes, y lo que ellos iban pidiendo lo pedía él. Al término de la cena uno de aquellos caballeros solicitó un ajedrez. Llegó el mesero que atendía a don Calixto y le preguntó:
-¿Algo más, señor?
-Sí -respondió él-. Tráigame un ajedrez.
El mesero se sorprendió al oír tal petición, pues el cliente no tenía con quien jugar.
-¿Solo? -le preguntó extrañado.
-No, con leche -respondió don Calixto.
Fue a visitar don Calixto al profesor Federico Berrueto Ramón, quien sentía especial afecto por aquel hombre bueno y sin malicia. Se hospedaba el maestro en el Hotel Habana, y allá fue a buscarlo don Calixto.
Al llegar encontró a Mauro, hermano del profesor.
-¿Qué razón me das del maestro? -le preguntó.
-No baja todavía -le contestó don Mauro-. Se fue a la cama con una ciática tremenda que no lo dejó dormir en toda la noche.
Se sentaron los dos en sendos sillones en el lobby del hotel y ahí estuvieron platicando hasta que hizo su aparición el profesor Berrueto.
-¿Quihubo, profe? -le preguntó Calixto guiñándole un ojo en seña de complicidad-. ¿Qué tal estuvo la chinita?
-¿Cuál chinita? -respondió el maestro Berrueto sin entender.
-¿Cómo cuál? -insistió Guerra con sonrisa picaresca-. Ya Mauro me lo contó todo.
Don Federico se volvió hacia su hermano. Mauro, que no sabía tampoco de qué diablos estaba hablando don Calixto, dio por fin con el quid de la cuestión: cuando él dijo “una ciática” don Calixto entendió “una asiática”, y sin más la hizo chinita.
Merece recordación perenne ese buen coahuilense y valiente revolucionario que fue Calixto Guerra, hombre humilde, gran hombre.