En línea, fuera de línea
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En italiano la expresión Traduttori, traditor —traductores, traidores— tiene una dosis de veracidad y una dosis cuestionable. Traducir poesía es muy complejo: (casi) imposible encontrar las palabras adecuadas que contagien el sentir del poema; los giros y matices de cada lenguaje pueden ser intraducibles. En cambio, en un mundo cada vez más globalizado, traducir algunas palabras es fundamental. Online —en línea— y offline —desconectado, fuera de línea—, son términos “que se escuchan mejor” en el idioma original.
El mundo contemporáneo y sus habitantes se divide en dos: mundo en línea / mundo desconectado. O vives en la modalidad online o en la versión offline. Quienes tienen posibilidades económicas eligen una de las dos opciones, la inmensa mayoría de las veces, sea por trabajo, por relaciones amistosas o, entre otras, por necesidades académicas, viven en línea. Quienes no habitan el orbe digitalizado, por edad, por carecer de dinero o por no alinearse con los dictados online, viven offline, lo cual “no debería” significar no pertenecer. “No debería”, entrecomillado, matiza un tanto la realidad: pertenecer, en el mundo contemporáneo, es obligatorio.
Hace casi una década, Zigmunt Bauman (1925-2017) aseveró en una entrevista: “Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos perturbadores que no solemos percibir”. Bauman tiene razón: lo saben las personas mayores de edad; lo ignoran, y si acaso lo saben, poco les importa a los nativos digitales, esto es, personas rodeadas desde los primeros años por las nuevas tecnologías, como cámaras de videos, celulares, computadoras y videojuegos, parafernalia que consume tiempo y utilizan masivamente. Dicho vínculo deviene otra forma de pensar y entender el mundo. Entre la aseveración de Bauman y el mundo de los nativos digitales, la brecha es inmensa y cada vez mayor.
Al sociólogo de origen judío se le debe el término modernidad líquida, situación en la cual el cambio es lo único permanente y a la vez la única certeza. En la actualidad, explica Bauman, todo, o casi todo, se ha vuelto líquido, esto es, el amor, la amistad, el mundo, la vida... Al perderse solidez y certezas, prevalecen y son punto alarmante de unión la fragilidad, la vulnerabilidad, la temporalidad, y el cambio constante. Nos unen situaciones negativas.
Incontables personas se conectan con la pantalla entre siete y ocho horas cada día. Sumergirse en el mundo online impide dialogar, mirar, escuchar, ser observado y escuchado. Sepultar el arte de dialogar, ya no digamos de conversar, impide crecer. Dialogar, sobre todo si existe disenso invita; pensar en opciones no internéticas permite cuestionar y corregir.
Los universos online y offline definen la vida de las sociedades. La primera, al igual que los nativos digitales, crecerá sin cesar. Poco a poco habitamos un mundo nuevo y diferente. El mundo online permite elegir tantas veces como sea necesario la tecla borrar; al hacerlo desaparece lo desagradable y lo incómodo. Así, a diferencia del mundo offline, son pocas o nulas las contrariedades.
Sumergirse en internet opaca la diversidad de los rostros. Online y offline definen el tiempo contemporáneo. En línea y desconectado, a pesar de la vigencia de la idea inicial, son traducciones quasi adecuadas. Lo inadecuado radica en ser una persona líquida; vivir conectado impide observar la realidad. Inadecuado es entregarse al mundo conectado sin objetar. Tanto el universo Facebook y Metaverso, el nuevo coloso, como la vida online cobran: sepultan la privacidad e impiden la construcción del yo.