En los meandros de la música
* Escuché y vi al legendario violinista Henryk Szeryng (1918-1988) interpretar los dos conciertos para violín de Bach en los lejanos años 70 del siglo pasado. Sin saberlo ni entenderlo a cabalidad percibí la energía que fluyó en el espíritu del músico polaco-mexicano que, inclusive en los pianos más tenues, el impulso energético no mermó el talante robusto de su interpretación. Todos los ingredientes del pathos emanaban de su enhiesta figura, configurando su vehemente afecto de ánimo en un despliegue de meridiano virtuosismo. El paso de los años no ha borrado la imagen del genio Szeryng ni el sonido bachiano que inundó la sala del Teatro Degollado de Guadalajara. El pathos no se enseña, es inherente al talento intangible. Convenio, maridaje entre técnica y emoción.
* A veces es más útil la contemplación de un cuadro de Lucien Freud o de Joseph Turner para entender y resolver con éxito los fragmentos cromáticos y vítreos imbricados en el tejido sonoro de las piezas para piano de Schönberg, que el penoso y siempre solitario estudio en el piano.
* Pocas obras musicales nos conectan con la sensación de libertad que nos ofrece Debussy en cualquiera de sus piezas pianísticas u orquestales, aquellas que nos sugieren el mar y el viento, la lluvia y el vino escanciado, la pulsión y los pasos sobre la nieve. Ravel, ese dandi francés, promulgó su credo libertario en el ámbito orquestal, en el que pudo ejercer su libertad creativa merced a la palestra del piano.
* Minucias del lenguaje: Al-kohol es árabe y quiere decir “el diablito”. Por eso no lo beben los moros. Si quieren algo parecido prefieren el hachís que es un verdadero diablo asesino de cuerpo entero. El nombre del sol en lenguaje maya es Itzamna que suena a árabe y el de la luna Ixchel, que parece judío.
* Un intérprete que desee ser músico de verdad tiene dos opciones, a mi parecer: estudiar canto, que implica conocer de fisiología y anatomía vocales, el aprendizaje de la configuración del tracto vocal, así como el control, coordinación, ubicación e impostación de la voz, el orden en el proceso biomecánico, entre otros aspectos harto dificultosos, nada comparable con las nimiedades de los pianistas, guitarristas, violinistas y demás; o, en el caso específico de los pianistas, estudiar deleitosa y pausadamente los movimientos lentos de las sonatas para piano de Mozart, verdaderos tratados de vocalización dactilar, sinestesia de la más honda raigambre. En suma, el cantante es el más puro y honesto instrumentista.
* Dice Ramón J. Sender, “el poema no se logra realmente sino en la reacción del que lo lee”. Se antoja una variación: “la fuga no se logra realmente sino en la angustia delirante del que la interpreta”. En aquella gravita la imagen, en ésta, el afán de descifrar la multiplicidad de las voces. La fuga es un “individuo musical” de personalidad múltiple.
* El poeta malogrado (falleció a los 34 años), José Carlos Becerra (1936-1970), emite su voz musical en un poema- Acuérdate de la felicidad- cobijado en su libro póstumo, prologado por Octavio Paz, El otoño recorre las islas, (1973), donde da cuenta de la polifonía de imágenes y circunstancias poéticas que lo habitaron en la brevedad de sus días: “Sueño, golpe de sueño que puede caracterizarse como recuerdo, soltar las amarras de la primera y de la última noche, la antigua música volverá a escucharse”.
* Musicalizar esta imagen atribuida a los mayas es una quimera: “Los peces del lago de Atitlán comen estrellas por la noche”.
* Philippe Entremont, (1934), pianista y director de orquesta francés, decía que la música de Scriabin lo enfermaba y por ello se negó a tocar y grabar sus obras. ¿Arrogancia o alergia? Cualquiera de las dos puede catalogarse como un caso clínico cuya etiología es un misterio.
CODA
“En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas, en tu pecho hubo tardes que al final del verano todavía miré encenderse”. José Carlos Becerra (El otoño recorre las islas, 1973).