En movimiento

Opinión
/ 30 enero 2023
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Para ser honesta, usualmente escribo para mí, escribo en mi mente mientras camino, me pongo mis audífonos y permito que la música se mezcle con mis pensamientos, con la vida, con el paisaje. Escribo en mi mente, mientras observo por una ventana durante los múltiples viajes, mientras mi cuerpo se desplaza por las carreteras, el cielo, el mar. Escribo cuando me siento en un café y trato de reflexionar sobre las experiencias, los procesos, las conversaciones que me atraviesan.

Cuando escribo desde lo emocional, soy prosopoética por naturaleza. Sin embargo, mayormente soy crónica y que deviene de un diálogo interno, el cual vierto mayormente en mis cuadernos donde hago notas de viajes, proyectos o ideas. Esas bitácoras me permiten encontrarme cuando me pierdo. Testifican en mí las migraciones, amores, desamores, procesos de vida, relaciones, ideas mágicas, procesos concretos, autores, libros, logísticas, sueños. Esos cuadernos son los que dan lienzo y testimonio al entramado de mi mente-corazón en la experiencia física de estar viva.

Hoy, sentada en un café en el Centro de la ciudad, escribo para ti, para iniciar una conversación; ¿será una conversación? Tal vez sea más para contarte una historia, muchas historias que tienen como hilo central a la Danza, quien me ha acompañado desde que tengo memoria. La danza ha sido faro, motivo, pasión, fortaleza, dualidad, obsesión, camino. Es el regalo que Dios, el Universo y mi abuela me dieron en esta vida para llegar a los lugares menos pensados; a conocer personas maravillosas; a encontrar en mi práctica sabiduría encuerpada, y un centro al cual volver cuando el caos se presenta impasible.

La danza me ha ayudado a conectar con casi toda experiencia de conocimiento y desarrollo personal, a nivel físico, emocional, intelectual y espiritual. No puedo comprender ni visualizar mi vida sin ella, porque entonces yo no sería yo, sería alguien completamente diferente.

¿Quién te escribe?

Bueno, pues soy la primogénita de la casa, mis padres eran muy jóvenes cuando yo nací. Mi madre tenía 20 y mi padre 23, los dos llenos de energía y fuerza.

Cuenta mi madre que me llevaban recién nacida en brazos a correr por la Alameda; existe una foto dónde tengo 3 meses y mi padre me sostiene en una sola mano y yo ya erguida, afianzada a la vida con fuerza.

También me cuentan que mis primeros pasos no fueron caminando sino corriendo de sillón a sillón, y que ya un poco más grande, en uno de los intentos por ponerme a dormir, mi mamá apagó las luces, pero yo seguía corriendo en la oscuridad.

El movimiento ha marcado la pauta de mi vida, y creo que por eso mi ser reaccionó inmediatamente a la danza. Hoy puedo decir que la vida es movimiento.

Desde que somos concebidos, la vida es ritmo pulsante. Es por esto que me reconozco como un ser danzante, no sólo por dedicarme a la danza, sino porque pulso con la vibración de la vida.

De la mano de mi abuela llegué a los 3 años a un curso de verano en la Casa de la Cultura de Saltillo. Tomaba clases de ballet y piano. Fue cuando hicimos las clases abiertas, que corriendo del salón de piano a ponerme mi atuendo de ballet, decidí que iba a ser bailarina.

Sé que parece dudoso, pero hoy a mis 38 años, aún recuerdo ese momento, lo que sentí, la emoción y algunas vagas imágenes que me siguen acompañando.

A los 9 años, mi mamá me llevó por primera vez a la Academia de Danza Webber. No sabía que estaría conociendo a Carmelita: mi primer mentora de danza, ella me guió durante 12 años y su casa se volvió mi casa, así como la de muchas compañeras, ahora entrañables amigas. Éramos como una familia.

Y digamos, para no extenderme tanto, que así empezó mi camino. De ahí, han habido muchos altibajos, dejé el ballet clásico por años, me fuí de la ciudad, regresé, me volví a ir. En fin, podría decir que ha sido como una coreografía llena de matices.

Hace poco regresé a dar clases de danza, ya que había dejado de lado mi práctica para dedicarme a la gestión cultural; incursionar en otras artes; trabajar con organizaciones de impacto socio ambiental y viajar.

Al regresar, aparece frente a mí un nuevo yo, se revelan nuevos hallazgos de por qué la danza tiene tanto poder de desarrollo en quien la practica, por qué sana nuestros corazones, crea comunidades, y nos da la oportunidad de resignificar nuestra narrativa de vida.

Así que esta es una invitación a compartir mi viaje, mis ideas, el arte y la vida misma.

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