Enemigos imaginarios: La estrategia política que replica Claudia Sheinbaum
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Fidel Castro cimentó su poder en Cuba durante décadas sustentado en su enfrentamiento con el gobierno estadounidense. Su mensaje era pegador en la sociedad, para los cubanos ese enemigo era responsable de los males que aquejan a la Isla, mientras que las cosas buenas son logros del régimen.
Hugo Chávez siguió un parecido libreto, Maduro lo retomó, aunque con algunas pausas, en especial cuando necesitó negociar petróleo a cambio de impunidad para los suyos con el gobierno norteamericano. El libreto no es exclusivo de las izquierdas, lo mismo hicieron Mussolini, Hitler o Pinochet, aunque sus enemigos eran otros, dentro y fuera de sus países.
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Mi argumento no va en el sentido de discutir o argumentar el fondo de estos hechos. En realidad está más enfocado a su forma, a la estrategia de comunicación que implica: discurso que coloca al frente a un enemigo real o imaginario para justificarse o consolidarse políticamente.
México no es una dictadura, me atrevo a decir que ni siquiera es un régimen autoritario como lo fueron los gobiernos del PRI en los años ochenta y hacia atrás, estamos muy lejos de serlo. México es una democracia representativa con múltiples defectos, pero democracia al fin.
Recurrir a un discurso que ataca a un enemigo real o imaginario sigue siendo una gran tentación. Y eso es lo que han decidido hacer, primero López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum con España.
Pelear con el gobierno de los Estados Unidos les resulta muy costoso. La relación binacional es compleja y abultada. Pese a que ahí hay mucha más tela de dónde cortar para construir un discurso victimista. Pelear con España es mucho más barato. Las causas del reclamo se remontan 500 años atrás, España tiene un gobierno socialista que se encuentra confundido en un pleito que no buscó. El gobierno español no desea pelear con el mexicano, como tampoco quiso pelear con el venezolano que encabeza Maduro.
El simplismo del mensaje gubernamental en México es escalofriante. Las conquistas militar y espiritual fueron fenómenos sumamente complejos. Implicaron el encuentro de varias culturas y en ello hubo de todo, desde abnegados religiosos defensores de los pueblos, hasta genocidas y esclavistas, en palabras llanas, no todos fueron virtuosos, ni todos perversos.
Los humanos llegados de ultramar eran seres harto complejos, como lo somos hoy en día. La Conquista fue un caldo en el que hubo de todo: combates, masacres, crueldades, abusos, injusticias y atropellos, hubo también actos de gallardía y abnegación. Reducir la Conquista a una batalla entre dos, es simplista y absurdo.
El 29 de diciembre de 1836, siendo José Justo Corro, presidente de México, en pleno embrujo santannista de los mexicanos, el diplomático mexicano Miguel Santa María firmó el Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y S.M.C. La Reina Gobernadora de España, Reina Madre de Isabel II, por ese entonces menor de edad. En ese acto, el gobierno español estuvo representado por José María Calatrava, primer ministro español.
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El artículo II del Tratado dice. “Habrá total olvido del pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna, que puedan hallarse expulsados, ausentes, desterrados, o que por acaso estuvieran presos o confinados sin conocimiento de los gobiernos respectivos, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras y disensiones felizmente terminadas por el presente tratado, en todo el tiempo de ellas, y hasta la ratificación del mismo. Y esta amnistía se estipula y ha de darse por la alta interposición de S.M.C., en prueba del deseo que la anima de que se cimiente sobre principios de justicia y beneficencia la estrecha amistad, paz y unión que desde ahora en adelante, y para siempre, han de conservarse entre sus súbditos y los ciudadanos de la república mexicana”.
Se trata de un tratado firmado quince años después de la consumación de la independencia, que nunca ha sido desconocido por las autoridades de ambos países, que fue la manera en que los gobiernos de España y México se reencontraron tras más de 300 años de relación compleja, en la que hubo mucho de bueno y mucho de malo; una relación de la cual surgió una nueva cultura que no desconoce a las anteriores.