¡Ese don Venustiano! (Anécdota entre Carranza y Vasconcelos)
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El individuo se veía mal encarado, su aspecto era siniestro. Detuvo al joven que se disponía a entrar en el elevador.
-¿Sabe usted dónde queda el despacho del licenciado Vasconcelos?
-Sí −respondió el joven−. Está en el cuarto piso.
Entraron ambos en el elevador. El joven oprimió el botón del primer piso. Bajó en él, y cuando de nuevo se cerró la puerta del elevador descendió corriendo por la escalera, salió del edificio y se perdió en la calle.
El individuo que siguió en el elevador para llegar al cuarto piso era el jefe de la Policía Secreta de don Porfirio Díaz. El joven que escapó era José Vasconcelos. ¡A él mismo, sin conocerlo, le había preguntado por su despacho el polizonte! Se le fue de las manos el inquieto abogado oaxaqueño, a quien los agentes del porfiriato buscaban para meterlo en la cárcel, “por conspirador’’.
Ese mismo día, disfrazado de obrero, Vasconcelos tomó un tren que lo llevó a Nuevo Laredo. Cruzó la frontera, y así se puso a salvo. En Laredo lo entrevistó una periodista.
-Ustedes, los revolucionarios −le preguntó−, ¿cuentan con mucha gente?
-Con mucha, señorita −respondió Vasconcelos−. Y están en nuestras filas mexicanos muy importantes: tenemos hasta a un exsenador de don Porfirio.
-¿Cómo se llama ese senador? −quiso saber la reportera.
Contestó Vasconcelos:
-Se llama Venustiano Carranza.
El joven revolucionario daba por seguro que don Venustiano se había adherido ya a la causa de Madero. En efecto, el presidente Díaz hizo gobernador de Coahuila a don Jesús de Valle. Carranza creyó tener segura la designación, pues recibió de don Porfirio muestras que le dieron la certidumbre de que él sería el elegido. Cuando llegó el nombramiento para De Valle se irritó de tal manera don Venustiano que dio por terminada su pertenencia al régimen y se fue a los Estados Unidos. Vasconcelos, quizá con precipitación, pero no sin cierta base, supuso que Carranza había cruzado la frontera para unirse a la Revolución. Se equivocaba.
Fue Vasconcelos a San Antonio, Texas, ciudad que los revolucionarios tenían como centro de su acción. En casa de Gustavo Madero, jefe de la junta revolucionaria, pudo leer sus declaraciones, reproducidas por muchos periódicos norteamericanos. Leyéndolos estaba cuando recibió un recado urgente: lo buscaba el doctor Vázquez Gómez, otro de los maderistas en el destierro. Fue a su casa.
-Licenciado Vasconcelos −lo saludó el doctor−. Me apena molestarlo, pero hay un asunto delicado que debo tratar con usted.
-Hágalo con la mayor confianza, doctor Vázquez −le dijo el oaxaqueño−. Como partidario del señor Madero me siento subordinado a usted. Puede decirme lo que quiera, y darme sus órdenes.
-Licenciado −vaciló el bondadoso médico−. Don Venustiano Carranza leyó hoy en la mañana los periódicos. Está sumamente alarmado porque usted lo mencionó entre los rebeldes. Dice que está con nosotros, pero piensa que “por razón de alta política’’ no es conveniente todavía que se sepa. Nos pide discreción.
-¡Ah, esos porfiristas! −exclamó Vasconcelos con ironía.
-Sí, esos porfiristas −confirmó con tristeza el doctor Vázquez.