Espectros de escuela

Opinión
/ 25 febrero 2024

El pasado 3 de noviembre, unos cuantos profesores vivieron su propia noche de terror después de la reunión con padres de familia. La pesadilla no se debió al alto número de reprobados, sino a los aparecidos de ultratumba que no les bastó con el Día de Muertos. ¿Acaso algún finado olvidó el camino de regreso al más allá? ¿O quizá su alma se quedó varada en el más acá?

Cuando había terminado todo y la gente había abandonado el plantel, una alumna pasó en plena oscuridad frente al Aula Magna y escuchó unos gritos. Libró los barrotes de la barda, acercó su celular y grabó cómo se querían abrir las puertas del recinto aquel. Los escalofriantes sonidos harían temblar al más valiente. Incluso, ella pudo distinguir una luz que salía del interior del edificio. Presurosa y agitada, la estudiante regresó sobre sus pasos y pidió ayuda a cuatro profesores que seguían platicando sus penurias en el pórtico. Eran tantos sus pesares que ya parecían ellos las ánimas en pena.

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La alumna supuso que alguien se había quedado encerrado en el Aula Magna. Los adultos, incrédulos de semejante cosa, bromearon mejor sobre la posibilidad de encontrar un espectro campirano, más seducido por la leche bronca de la ordeña que por las ofrendas familiares. Sin embargo, convencidos por el video de la estudiante, los profes solicitaron la llave del auditorio y, todavía entre risas, caminaron hasta el lugar de las sospechas sobrenaturales. ¿Cuál no sería su sorpresa? Las puertas se agitaban y se oían arañazos. Temerosos, iluminaron la entrada cubierta por vidrio reflejante. De esta manera regresó el alma al cuerpo de todos. Una brillosa nariz sobresalía entre ambas puertas. Cuando llegó el conserje con la llave, abrieron el aula para sacar a un pequeño can de suéter deshilachado. Y para cerrar el misterio, la alumna confesó que pudo confundir la luz del interior con su lámpara del celular reflejada en el cristal de la entrada.

Pese a que los profesores encendieron las luces del lugar y desmintieron un posible poltergeist, nadie quiso revisar los demás asientos ni el foro. Nadie quiso tentar a la suerte apenas 20 horas después del Día de Muertos. Aun así, los maestros intentaron agradecer a la estudiante por su solidaridad con el perrito. Sin embargo, ella siguió su camino, dobló la esquina de la calle y desapareció. Muy tarde se dieron cuenta que nadie supo su identidad.

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA TORRES. (Monclova, Coahuila, 1986). Licenciado en letras españolas por la UAdeC (2009), docente de bachillerato, tallerista, narrador y exreportero. Es autor de Saltillo al ras de lona. Crónica detrás de las máscaras (Acequia Madre, 2016) y Azulado en cuarentena. Crónica de una novena anunciada (2023). Además, es Premio nacional de fomento a la lectura y escritura 2016 por su taller literario en el CBTa No. 22 y becario del PECDA Coahuila en dos ediciones (2012-2013 y 2023). Ha publicado tanto crónicas como relatos de ficción en periódicos, revistas y antologías.

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