Sirenario para un ceviche I
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¿Cómo se prepara la ninfa de mar para un ceviche literario? Aquí tenemos varias recetas en nuestro álbum de cocina; pero modere su ingesta. Por consumo desmedido, no nos hacemos responsables de efectos secundarios como la peste a pez o brotes de cola y aletas. Tampoco garantizamos que, si su deseo es una metamorfosis, la fórmula tenga éxito. Tal vez se transforme en el Axolotl de Julio Cortázar o, si es propenso a la obesidad, en un gran cachalote.
Se hizo hábito que, al usar una estrategia para promover la creación de historias, el taller literario del CBTa No. 22 en Cuatro Ciénegas engendra micro ficciones en torno a un solo tema, escenario y/o problemática. Aquí se presentan varios minicuentos de alumnos como resultado del ejercicio narrativo, cuyo fin era motivar a los miembros del club para formar parte de una tradición cuentística en México a partir del texto “A Circe”, publicado en 1904 por Julio Torri. El narrador saltillense toma como referencia el canto XII de la Odisea para contar su historia y da un segundo aire al encuentro del héroe homérico con las ninfas marinas de la mitología griega.
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Aunque en este espacio están seleccionados cinco narradores de bachillerato que hicieron un cuento corto sobre la sirena que pasa su día haciendo la despensa en el súper mercado, ya sea en martes de frutas y verduras o Buen Fin, hay otros seis relatos donde la náyade es ubicada en escenarios muy inusuales, los cuales serán presentados en dos entregas.
ESTRATEGIA DE MARKETING
Diana Monserrat Ruiz de León
He escuchado sobre bastantes recursos de marketing, desde botargas con letreros gigantes bailando al son de música ridícula hasta comerciales de mujeres haciendo trends de moda, pero jamás imaginé que al ir al supermercado de todos los viernes me toparía con un enorme tanque de agua. Ahí se encontraba la reina de las campañas publicitarias. En el interior había una sirena y ningún hashtag le iba a ganar.
La ninfa del mar hipnotizó con su hermoso canto a los clientes para que ellos compraran mercancía de más. Ni siquiera el Buen Fin estafa tanto como esa medida de persuasión. ¡Dónde estaba la Profeco cuando se le requería!
Cuando recobré la voluntad, iba en mi tercera vuelta con carrito lleno hacia el coche. ¿Cómo explicaría a mi esposa que, aunque fui a comprar un cartón de huevos, regresé con la cajuela rebosante de mandado y la tarjeta de crédito hasta el tope?
Planeé envenenar el agua del depósito o raptar a la nereida a medianoche; pero había que quitarla de la tienda... o hacer más grandes la alacena y el refrigerador.
Decidido a perderla o a perderme igual que Odiseo, en la mañana volví a ese acuario que era una isla en la tienda, pero el dilema se resolvió pronto. Fue suficiente un sostén de copa c para acabar con el encanto mitológico.
SIRENA DE COSTCO
Andrea González Soto
Vi un comercial de la mejor agua del mundo. Era una cosa rara en forma de cilindro y necesitaba probarla. Estaba aburrida del agua salada con desechos de mar, necesitaba algo nuevo. Me di a la tarea de huir a rastras sólo para conseguir esa botella.
Al llegar a la orilla de la playa vi un Costco bastante cerca. Cuando entré, una señora con un carrito atascado de pasteles casi atropella mi cola. Como se disculpó, aproveché para preguntarle por el agua y ella muy amable me señaló el pasillo. Al llegar a la sección, me sorprendí con la cantidad de tipos de agua que existían en tierra. Agua con gas, agua de manantial. ¿Qué es un manantial? ¿Y el agua de mar? ¿Cómo es posible que los humanos tengan tantos tipos de agua y no agua de mar? Sí estaba fastidiada de tanta sal, pero ¿cómo a los humanos puede no gustarles? Continué arrastrándome hasta encontrar el cilindro. Cuando estaba a punto de alcanzar uno, vino una turba de gente y se llevó todos los paquetes de agua que quedaban dizque por una pandemia. Malditos revendedores del Costco.
LA VENGANZA SE SIRVE MEJOR FRÍA Y EN TOTOPOS
Dariana Itzel Gaytán López
Se quedó ahí de pie, observando con los ojos llenos de lágrimas a sus viejos amigos; está pálida de pies a cabeza... Su esposo nunca le contó que la estufa de casa servía de horno crematorio y su mesa, de banquete caníbal.
Él rara vez preparaba la comida. Cuando lo hacía era porque deseaba comer mariscos. La gran ventaja que tenía la pareja era que la bella y nueva esposa no sabía el significado de ésa y otras palabras más. Era recién llegada a la sociedad terrestre.
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Ella siempre hacía hincapié en que los platillos de su marido eran deliciosos. Como tenía curiosidad por el mundo, desobedeció las órdenes de su cónyuge y decidió saber qué era la comida que su esposo le preparaba. Fue al mercado del puerto y preguntó:
—Disculpe, señorita. ¿Dónde se encuentra el área de mariscos?
La empleada de la tienda se ofreció a llevarla hasta allí.
La mujer se quedó petrificada frente a la sección de alimentos marítimos. Quedó impactada. No creía lo que sus ojos estaban viendo y empezó a gritar, echando a un carrito de súper todos los pescados, ostiones y camarones que pudo antes de ser interceptada por la seguridad del lugar:
—¿Qué rayos les pasa? ¡Déjenlos ir!
La joven mujer estaba histérica y empezó a cantar para hechizar a cada uno y meterlos en el enorme cuarto frio del súper mercado, desde los cajeros hasta personal de mantenimiento, desde clientes hasta proveedores. El último en cruzar hacia el refrigerador fue un gerente chaparro y feo. En la placa decía su nombre y ella le detuvo. Le dijo sin intención de que la oyera por culpa del trance:
—¡Cabes entero en la olla! Así no haré un cochinero cuando te destace. Esta vez me toca cocinarle a mi amado esposo un rico ceviche de gerente.
AGUAS
Javier Isaí Vázquez Rodríguez
Vivir en cautiverio es difícil y ser la exhibición principal del acuario es más complicado aún, pero salir para surtir el mandado es lo que más aborrezco en mi vida y eso que sólo voy de compras para distraerme, porque tengo agua dulce de sobra en mi tanque. Lo hago como terapia contra el encierro. Quienes han estado en prisión o aislados por una pandemia entenderán mi pequeño escape.
Sin embargo, cuando llego al súper mercado, la elección se vuelve una tortura. Hay un pasillo repleto de aguas de diferentes marcas, sabores y hasta colores que debo atravesar para tomar una. Su precio varía demasiado y eso que su contenido es el mismo. De hecho, he llegado a pensar que si se enfrentan el número de peces en el mar conocido contra el tipo de aguas en venta sería una batalla bastante reñida para saber cuáles son más. Puedo encontrar agua cruda, alcalina, mineral, de manantial, purificada, clorada, ionizada y cualquiera que termine en “ada”. Si hablamos de marcas puedo ver agua Boss, Icelandic, Glacial, Valley foods, Bonafont, Bavien, Energie, Gym water, Natural, Oxigenz, Ciel y Epura, entre otras.
La gran variedad de todo es un gran inconveniente. Para alguien que goza de permiso limitado, demoro bastante en seleccionar el agua correcta.
A la velocidad que va el consumismo, pronto encontraré a la venta en cada estante el agua sin oxígeno o el agua sin agua, cuando yo solamente añoro una que todavía no se comercia en botella más que en tiendas online: el agua salada de mi inmenso mar.
DE HOSTESS Y ABARROTES
Fátima Azeneth Sanmiguel Dávila
Hugo no tenía clientela. Le faltaba algo que atrajera a los compradores, algo que se divisara a lo lejos y llamara la atención. Había intentado de todo, botargas, letreros, bocinas y más. Tenía que hallar una manera de vender, lo que sea, en su tienda de abarrotes.
Después de darle vueltas al tema y a la ciudad, Hugo se topó por fin con un larguirucho sin huesos, un gran hombre azul que se movía por el aire que venía del ventilador debajo de él. Al preguntar desesperadamente por esa figura, el dueño del negocio le respondió que el artefacto de afuera se llamaba “hombre tubo” o “muñeco inflable” y el suyo no estaba en venta.
—Le gusta a la gente —dijo—. Mis clientes más pequeños lo llaman Azulito. Es una buena forma de llamar a los consumidores.
A Hugo le brillaron los ojos. Corrió a su departamento para buscar uno idéntico en Amazon. Aunque había muchos modelos de colores, formas y tamaños, las piezas eran estúpidamente costosas. Hugo había gastado mucho dinero en otros medios de persuasión y en su local no se paraban ni las moscas.
Mazatleco de corazón, le reconfortaba caminar por la playa y sobre todo ir de paseo en lancha hacia mar adentro. Hugo creyó que así aclararía su mente. No contaba con que el océano le haría dudar hasta de su existencia. Hubo un cambio repentino de clima y las olas volcaron su embarcación.
Sin embargo, se salvó por obra y gloria de Poseidón, ya que una de sus hijas salvó a Hugo de la muerte y lo puso sobre una roca que ella usaba para ver a los barcos.
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—Jamás cumpliré mi propósito —dijo Hugo decepcionado.
—No todo se puede en esta vida —dijo la ninfa de mar—. Odio estar aquí sola, viendo nada más lo azul. Por eso salgo a la superficie. Adoro la atención que me brindan los marineros cuando pasan en sus navíos. Me encanta ser la única cosa que puedan ver, destacando por encima del inmenso horizonte.
Luego del susto y de recobrar el aliento, Hugo por fin le prestó interés a la mujer y vio su larga cola azul brillante. Ésta parecía un enorme zafiro adornado de otras gemas preciosas. El mar de nuevo le había dado solución a su problema.
Una semana después, la tienda de Hugo era la más popular del mundo porque tenía a un anfitrión o hostess como ningún otro. Cual reina de carnaval, la sirena movía todas sus extremidades recibiendo con alegría a clientes y mirones. La fuerza del ventilador gobernaba los movimientos de sus brazos y cola azul bellísima. A un costado de la muñeca inflable, había muestras gratis de su relleno.