Falsa historia de George Santos, el legislador sin escrúpulos de EU
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Quizás haya usted escuchado hablar de un tal George Santos, o quizás no, la verdad es que no tendría por qué conocerlo y si tal es el caso, aquí le resu... le reseño lo que necesita saber sobre este abyecto político norteamerigringo.
George Anthony Devolder Santos, conocido simplemente como George Santos, es miembro de la Cámara de Representantes del Congreso de EU por el 3er Distrito de Nueva York. Juró como legislador el 3 de enero, es miembro del Partido Republicano y tiene 34 años. Y eso es todo lo que podemos afirmar sobre él con cierto grado de certeza.
El ahora representante parlamentario arribó a su curul montado en una historia de vida admirable, de hecho, demasiado buena para ser cierta.
Se declaró judío, descendiente de supervivientes del Holocausto, hijo de una víctima del 911, egresado universitario con dos titulos y experiencia laboral para dos importantes firmas de Wall Street, inversor inmobiliario y activista patrocinador de una fundación de rescate animal. Por si todo lo anterior fuera poco, se declaró homosexual, lo que lo convertiría en el primer republicano abiertamente gay en llegar al Congreso estadounidense.
Todo lo anterior, sin embargo, fue desmentido: Santos fue criado en la fe católica, no tiene antecedentes judíos ni conexión con la persecución nazi; su madre ni siquiera estaba en los Estados Unidos cuando ocurrió el ataque a las Torres Gemelas. Las universidades de las que proclamaba ostentar sendos títulos desconocen por completo los estudios de Santos (quien también se presumía estrella de voleibol escolar). No trabajó para ninguna empresa de inversiones ni tiene una cartera en bienes raíces, y la única vez que ayudó a recaudar dinero para salvar al perrito de un veterano de guerra con discapacidad, se chingó los tres mil dólares que se lograron reunir.
Cuando toda esta sarta de mentiras fue puesta al descubierto por la prensa y se cuestionó a Santos al respecto, se declaró culpable de “embellecer su currículum”. Sin duda la “tuneada” de CV más impresionante en la historia del país vecino.
Y aunque distintos grupos, incluso de su propio partido, se han pronunciado por una investigación a fondo y por la remoción del mitómano representante, éste se niega de manera rotunda a abandonar el cargo que con tantos esfuerzos y creatividad logró.
Santos vio una oportunidad de hacer populismo en cada pieza de pedrería falsa que le cosía a su currículum y de allí que hasta su homosexualismo pudiera ser otra más de esas gemas de fantasía, pues estuvo casado con una mujer brasileña de 2012 a 2019, lo que de ninguna manera pone en duda la orientación gay que afirma ejercer, como sí lo hace sin embargo la serie de inconsistencias y falsedades que plagan su biografía.
Si mr. Santos, al igual que cualquier otro político o candidato es homosexual o bisexual, es algo de lo que sólo un puñado de personas podría dar fe y algo que no debería revestir el menor interés para nosotros. No obstante, como electores, parece cobrar relevancia desde que, como grupo minoritario, el colectivo LGTTBQ etcétera busca visibilidad y la conquista y consolidación de ciertos derechos.
Y es aquí donde mi cuestionamiento se puede poner peliagudo: ¿debemos garantizar espacios de representación a grupos minoritarios en nuestros cuerpos parlamentarios?
El instinto nos haría contestar afirmativamente de manera inmediata: “¡Sí, desde luego!”.
Pero, todo el asunto se funda en al menos un par de falacias, como que un grupo minoritario sería capaz de ver con la misma diligencia que cuida su particular agenda por los intereses de todas las otras minorías restantes. Aunque no es imposible, sí es difícil que un colectivo esté sensibilizado en las necesidades de todos los demás. Por eso me parece más práctico trabajar desde las comisiones.
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De igual forma, sería materialmente imposible tener a un representante de cada minoría en cada legislatura.
Y falsa es también la noción de que sólo un legislador minoritario puede ver por los derechos y por la promoción de leyes en favor de la inclusión.
Si bien es completamente cierto que una persona hegemónica no tiene ni por asomo la misma urgencia de reivindicar sus derechos que un miembro de un grupo minoritario, también es cierto que podemos presionar a nuestros congresistas para que den prioridad a los sectores menos favorecidos por la legislación.
Están en discusión desde hace años diversas acciones afirmativas para lograr que la comunidad LGBTTQ etcétera tenga mayor peso, representación y visibilización en el Congreso y ello está muy bien.
Pero si el colectivo gay ha tomado la delantera en este sentido, es porque dentro de las minorías son un grupo mayoritario, mejor visibilizado y con más ventajas de movilidad y de presión política.
¿Qué pasaría con las minorías indígenas? ¿Qué con la gente de talla pequeña? ¿Y la gente con discapacidad? ¿Y las minorías religiosas? Sin mencionar que es igualmente invisibilizador meter en el mismo saco a todas las discapacidades, todos los grupos indígenas e incluso todas las altersexualidades.
Creo que está muy bien que cada individuo luche por ocupar un lugar en su parlamento local o nacional. ¡Bienvenidos todos! En realidad el problema es arrebatarle los escaños a las mafias de la partidocracia.
Yo desde luego que celebraría legislaturas mucho más plurales y preocupadas por los derechos de los grupos más pequeños y marginados.
También apoyaría con mi voto cualquier candidatura de cualquier ciudadano de minoría que demostrase ser lo suficientemente honesto e incluyente como para merecer una curul.
Pero convertir las cuestiones identitarias en un argumento único para llevar a alguien a un cuerpo parlamentario entraña algunos riesgos: Uno sería, por ejemplo, votar por las razones correctas a la gente equivocada, como es el caso de la diputada María Clemente García, quien carece de los más elementales rudimentos para desempeñar el cargo y, más que una agenda incluyente, parece siempre dar prioridad a una agenda personal.
El otro peligro sería el dejarnos manipular por perfiles sin el menor escrúpulo, como el tal George Santos, quien no habría tenido empacho en asumirse discapacitado o nativo americano si ello le hubiera garantizado su llegada a la Cámara de Representantes y lo peor es que los simpatizantes de dichos colectivos quizás lo habrían votado sin reparos.
Nuestras simpatías, identidad y temas sensibles pueden y serán utilizados en nuestra contra por arribistas de la política. Tengamos cuidado.