García Luna, la tabla salvavidas del gobierno de la 4T
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El clásico de James Cameron, “Titanic”, una de las tres únicas cintas con 11 estatuillas de la Academia, está de regreso en salas con motivo del primer cuarto de siglo de su estreno.
Siempre he defendido esta peli por su impecable factura. La ligereza del guión podrá ser objeto de discusión, pero es necesaria para no superponer un drama demasiado denso a lo que es de por sí una tragedia de proporciones catastróficas. Por lo demás, es un espectáculo fílmico que considero ha envejecido bien y merece ser visto en su original formato panorámico.
Y aprovechando que este clásico cobró vigencia, se reaviva el viejo debate: ¿Pudo Rose haber salvado a su enamorado de haberle hecho un lugar en el tablón que la mantuvo a flote?
La ciencia, o bueno, lo más próximo a la ciencia que tenemos disponible, “Los Cazadores de Mitos”, nos dicen que sí. En el episodio 11 de su segunda temporada, Adam y Jamie determinaron que, en efecto, había sitio en la puerta flotante para los dos y habrían tenido ambos vidas largas y felices si tan sólo Rose se hubiera arrecholado un poco para hacerle campito al pobre Jack. THE END.
Directed by Robert B Weide.
Near, far, wherever you are, I believe...
Y con la misma determinación con que nuestros románticos héroes se aferraban al trozo flotante de madera, la 4T se agarra del caso de Genaro García Luna para no hundirse en las profundidades del descrédito, la vergüenza y la ignominia.
Me explico: El cimiento, la piedra fundacional del movimiento de Andrés Manuel López Obrador es la presunta superioridad moral de la que goza alguien que, como él, jamás ha incurrido en actos de corrupción. Jamás, ya que tiene una cartera de hermanos, ayudantes, ahichincles, secretarios y gatos que reciben los amarillos sobres de efectivo por él (“¡Uy, así que chiste!”, dijo el niño del 14).
Por desgracia, reiterados escándalos han socavado el prestigio renovador con que la 4T llegó al poder y han minado la credibilidad de su líder. De manera que se vuelve urgente y prioritario volver a colocarse en una posición de contraste con los protagonistas del viejo régimen.
¡¿Pero cómo, si cada día la 4T se parece más y más al llamado prian?!
La oportunidad se les sirvió en bandeja botanera cuando los Estados Unidos iniciaron el esperado juicio en contra del exsecretario de seguridad de Felipe Calderón y zar de los vínculos del gobierno con la delincuencia organizada, Genaro García Luna.
“Ahora es cuando”, se dijeron, “podemos presumir que ellos son los verdaderos corruptos. ¡Que no jomos iguales!”.
Pero sólo en la loca y blanca cabecita del macuspano, el exhibir a la escoria de los pasados sexenios le hace crecer a él en estatura moral.
Bueno, miento: Sólo en su blanca y alocada cabecita, así como en el condicionado imaginario de su secta, en el que no pueden plantearse escenarios más complejos que dilemas dicotómicos: “Si aquellos, que estuvieron en el poder, son malos, perversos y corruptos, quiere decir por deducción que en el Gobierno actual están ahora los buenos, virtuosos y honestos”.
Es un razonamiento casi pueril, pero lo bastante eficaz para renovar los votos de quienes buscan asirse a la idea de que el sexenio de López Obrador constituye un cambio de rumbo favorable en la vida pública nacional.
Tener un especimen abyecto para señalar, aun cuando haya sido el gobierno de otra nación la que lo capturó y llevó a juicio, los convierte, por algún extraño e intrincado proceso de su pensamiento, no sólo en paradigmas de honestidad sino que, por esa misma extraña lógica bajo la cual se rigen, los vuelve también autores de ese “triunfo” de la justicia.
Y en efecto, baste leer a los apologistas, ideólogos e intelectuales orgánicos del actual régimen, que no han dejado de presumir el juicio y resultante veredicto como méritos directos de la Presidencia de López Obrador.
La actitud es triunfalista, cuando en estricto sentido es un oprobio que sea otro país el que esté ajustando cuentas con la narcopolítica mexicana y una vergüenza que la oportunidad que tuvo López Obrador para reducir el margen de impunidad, con que se perpetran los crímenes de cuello blanco, la haya desperdiciado de manera miserable en una consulta sin valor vinculante, ociosa, reiterativa y que, para colmo, entorpece la acción de la justicia en el remoto caso de que un día se tratase de aplicar.
López Obrador no cesó de plañir durante las últimas semanas porque los medios no le estaban dando cobertura al caso de García Luna. Obviamente, “porque la prensa es malévola, los medios están aliados con los detractores de la 4T, y restando importancia al juicio se le restaba gravedad al asunto, se solapa a Felipe Calderón y se le roba su natural brillo a la resplandeciente honestidad del redentor de Macuspana”.
Mentira todo: Se le dio puntual seguimiento todos los días, pero es que el circo no fue todo lo largo y aparatoso que a AMLO le hubiera gustado.
Para colmo, ni siquiera el nombre de uno de sus colaboradores de campaña más cercanos se salvó de figurar en el maratón de declaraciones que conformó este tremendo episodio de la tremenda corte.
Pero vale, el asunto le da suficiente gasolina discursiva a la secta lopezobradorista para seguir haciendo alarde de superioridad moral.
¿Ven? ¿Qué importa lo de Delfina? ¿Qué importa el desfalco de Segalmex de 15 mil millones? ¿El triangulado conflicto de intereses entre Pemex, José Ramón López Beltrán y señora? ¿Las licitaciones directas? ¿La información clasificada? ¿Las aportaciones en cash? ¿La presunción de vínculos con el crimen organizado?
El lastre no deja de acumularse y cada día les resulta más difícil no naufragar en su propia mediocridad, de allí que el juicio de García Luna y todo lo que de este derive y le puedan exprimir es la última tablita a la que se sujeta la supuesta superioridad moral de AMLO y todo su movimiento.