General Cepeda. Una calle saltillense de alcurnia (3)
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A propósito de la rehabilitación total que la Presidencia Municipal emprende de la antiguamente nombrada Calle Real de Santiago, renombrada posteriormente General Victoriano Cepeda para honrar la memoria del militar, héroe de la Reforma, volvemos la mirada a la historia y a los residentes de la dicha calle. Hombre de luces y sombras, admirado y temido por igual como político y militar, el general Cepeda había sido algún tiempo maestro distinguido, experto latinista, en el Colegio Público que dirigía el padre Manuel Flores, oficio que dejó para convertirse en aguerrido militar.
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Hombre de muchas batallas, poco después del regreso victorioso del Sitio de Querétaro y el fusilamiento de Maximiliano, asumió la gubernatura de Coahuila; defenestrado por sus enemigos, participa en otras batallas y regresa varias veces a la gubernatura en los difíciles años que siguieron a la República restaurada. Se cuenta que siendo gobernador volvió a impartir clases en el Ateneo Fuente, y estando al lado sur de la Plaza de San Francisco y el Palacio de Gobierno en el mismo sitio donde se encuentra hoy, el gobernador salía de su despacho, montaba su caballo y recorría la corta distancia que los separaba, ataba su caballo a un árbol de la plaza y entraba a la gloriosa institución a impartir su clase.
En la cuadra que va de Castelar a Juárez vivió la familia Sánchez Ramos, don Francisco Sánchez Uresti, su esposa doña Isabel Ramos, a quienes no conocí. Él, exquisito poeta y famosísimo profesor de dibujo lineal en el Ateneo Fuente, el mismo que guió el talento artístico del maestro Rubén Herrera y le consiguió una beca para irse a Roma a fin de que estudiara con los grandes maestros italianos de la época. El hijo de don Francisco, Adolfo Sánchez Ramos, era un gran matemático y famoso profesor también en el glorioso Ateneo, donde los estudiantes le pusieron el mote de “el Mascafierros”. Sí conocí a la hija de don Francisco, la señorita Carolina Sánchez, quien tocaba el piano, era gran pianista y daba clases de piano en su casa.
Volvemos a subir a la esquina de la casa Figueroa en la esquina norponiente de General Cepeda y Juárez. A esa esquina la hizo famosa el poeta Jacobo M. Aguirre, autor del drama “Reflejos del Crimen”, cuando las calles de Saltillo no estaban siquiera empedradas, le sucedió a don Jacobo algo muy singular. Pero más singular fue el epílogo que él mismo le puso a lo ocurrido. Cuenta la tradición que a principios de 1910, iba caminando con unas copas encima, ya un poco achispado o “alegre”, por los rumbos del viejo Ateneo Fuente, y en la esquina de General Cepeda y Juárez, frente a la plaza, el poeta tropezó y cayó estrepitosamente al suelo. Todavía sentado en el suelo, sin levantarse, compuso este verso: “Mientras sea presidente Díaz/ y gobernador De Valle,/ primero empiedran el cielo/ que esta desdichada calle”.
Don Jacobo era el secretario particular del gobernador, don Jesús de Valle, y en ese tiempo dirigía el Club Reeleccionista Saltillense pro Porfirio Díaz. Era, además, el editor del Periódico Oficial “El Coahuilense”. Es decir, ostentaba cargos oficiales y estaba del lado de don Porfirio. Claro, la calle no estaba siquiera empedrada, pero no obstante ostentar esos cargos políticos, su enojo no le impidió componer la fuerte crítica a las autoridades del momento. Su afición a la bebida era legendaria.
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En 1908 se publicó en Saltillo un tabloide titulado “Corona Fúnebre”. Se vendía a 10 centavos en la Cervecería Cuauhtémoc, y entre otros versos compuestos por los días de difuntos, tal como las “calaveras” de hoy, dedicados a ciertos personajes y en forma sarcástica y a veces graciosa, se refiere a su muerte fingida. “Corona Fúnebre” contiene un cuarteto satírico compuesto por don José García Rodríguez, dedicado a Jacobo M. Aguirre, escritor porfirista y secretario del Ateneo Fuente: “Su manifiesto destino/ nunca jamás desmintió./ Como convino vivió/ y murió como convino”.
Subiendo la calle, en la acera poniente y esquina con De la Fuente, estaba “La Reforma”, una tienda de abarrotes que se hizo famosa porque Remigio, hijo de don Antonino, el dueño, vendía balas y municiones de contrabando. Remigio y su sobrina Lupe atendían el negocio y vendían todo lo que podía necesitarse para la comida diaria en una casa. La frutería estaba en la esquina de Bravo.