General Cepeda. Una calle saltillense de alcurnia (2)

Opinión
/ 23 junio 2024

Siguiendo con la leyenda de Elvira Arocha, mencionada por los escritores de la época y los sucesivos cronistas de Saltillo, nunca se precisó el origen de la locura de la joven. Federico González Náñez, el Nibelungo, o bien, Federico Leonardo el poeta, concluye que al parecer “Elvira Angélica, la Sinventura”, como él mismo la bautizó, había sido cortejada y luego prometida a un joven oficial del ejército federal, quien ya en los preparativos de las nupcias había sido muerto junto con dos de sus soldados en una escaramuza con algunos bandoleros cerca de Arteaga, pero sus cadáveres nunca fueron encontrados.

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Afirma el mismo Nibelungo que un grupo de jóvenes estudiantes del Ateneo, establecido del lado sur de la placita de San Francisco dos cuadras más arriba, se había echado el compromiso de pararse uno cada tarde en la ventana de Elvira, haciendo el papel del enamorado novio. Todo marchaba bien, aunque la bella novia nunca aceptó a ninguno. Cada día se dirigía al compadecido joven que se paraba al pie de su ventana con un nombre distinto, pero que en la realidad llevaba alguno de los saltillenses casaderos de su época. Un buen día, la residencia cerró para siempre sus puertas y ventanas y los jóvenes ateneístas quedaron liberados de su promesa.

En el siglo 19 y parte del 20, los señores saltillenses solían reunirse en las trastiendas de los comercios y su conversación podía girar, regularmente, en dos planos. Uno, ligero e intrascendente, incluía los chismes del momento y daba motivo para llamar “mentideros” a las tertulias. El otro, más serio, podía tener cierta trascendencia política y económica, pues en aquellas reuniones se trataban temas que incidían en la ciudad y su gente, y hasta se tomaban importantes decisiones de negocios y asuntos relacionados con la política y el buen gobierno. En este último sentido, eran famosas las tertulias de la Farmacia de Guadalupe, ubicada a principios de siglo en la esquina de las calles de Juárez y General Cepeda. Pero más famosas fueron las tertulias que en la esquina de enfrente se hacían en la residencia de la familia García de Letona, posteriormente Casa Figueroa y hoy sede del Museo Rubén Herrera.

La descripción que hace Miguel Alessio Robles de dichas tertulias no tiene desperdicio, pese al estilo un tanto relamido y dulzón de su época. Transcribo un fragmento en el que se refiere a las mujeres de la familia, ilustres residentes de la calle de General Cepeda:

Las hermanas del señor García de Letona poco salían de su casa... Todas las tardes permanecían sentadas en el alféizar de la ventana que ve a la calle de Juárez y corresponde a la habitación donde se reúnen los miembros de la familia para charlar y recibir las visitas de confianza. Allí, tras de las vidrieras, estaban Joaquina, Lola, Lupe y Cuca pulcramente vestidas, luciendo los “chinabetes” (rizos) que caían con un estudiado descuido sobre sus frentes despejadas, que se habían hecho cuidadosamente desde la mañana, para lo cual se ataban los mechones de pelo con cintas delgadas de flexible plomo, o con tiras de tela blanca. Sobre sus hombros llevaban unas capitas de estambre sujetas en el pecho con unos prendedores de plata con el nombre de cada una... Las reuniones eran generalmente presididas por la madre del ilustrísimo escritor coahuilense. Todo mundo estaba pendiente de sus labios. Sus ojos azules y límpidos le daban más vida y animación y alegría a la charla... Estaban al tanto de todos los acontecimientos que se registraban en Saltillo. Era una fiesta para el espíritu aquella tertulia. La gracia y el donaire brotaban de los labios de las García de Letona con la misma naturalidad que el aroma de las flores... Muchas veces permanecían en esa tertulia hasta la medianoche. Entonces cerraban la ventana y todas ellas se retiraban a su alcoba...”.

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Cuando el señor obispo asistía a la tertulia familiar, era él quien llevaba la batuta en la animada conversación, que se acompañaba de exquisitas pastas, reposterías y golosinas, y luego se pasaba al comedor en el que se servía la cena. La familia García de Letona y Figueroa dejó profunda huella y dio lustre a la vida de Saltillo y del barrio del que forma parte importante la calle de General Cepeda.

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