Gestación del voto electoral ciudadano

Opinión
/ 17 octubre 2023

Hay un nombre impreso en la boleta.

El votante ve en él una personalidad, una trayectoria, una esperanza relacionada con sus propios intereses, sus conveniencias y con los resultados que quiere alcanzar.

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Hay algo que le agrada del nombrado, de su estilo, de sus actitudes, de sus ideas y de sus propuestas. El nombre le hace recordar ciertos momentos como relámpagos revelares de excelencia.

Ese nombre, ahora impreso, ha sido pronunciado internamente en la privacidad de su imaginación. O corresponde a una persona que parece ser “el menos peor” o es contemplado con cierta fascinación admirativa.

CADA VEZ MENOS

Las ideologías, las siglas, los colores, los partidismos siguen siendo, en algunos ciudadanos, las columnas que sostienen su decisión y guiará sus dedos para dejar trazado el cruce de su elección.

El votante inmaduro no conoce al candidato. Tiene amistades que admira y que dicen conocerlo. No vota por convicción, sino por imitación, por opinión ajena. No confía en el candidato, sino en quien lo presenta como bueno.

En la democracia vigente, que intenta ser auténtica, todos los votos tienen el mismo valor. Cada voto es una unidad que no admite plusvalías destructoras de igualdad. No se le relaciona con cualidades de la persona o con méritos de su experiencia existencial, profesional o ciudadana.

Es como en el balompié. Todos los goles valen uno. Hasta los autotogols o los que maravillan por su distancia, su precisión y su oportunidad. Si el balón lanzado sacude la red de la portería será solo un punto más en favor del equipo goleador.

Quien se abstiene de ir a votar cruza también dos líneas impalpables. Tacha, en su conciencia su dignidad ciudadana, se priva de un mérito y se convierte en desertor sin derecho a protesta o sugerir cuando el elegido actúe.

El largo tiempo de precampañas y campaña va perfilando el voto como un acierto, como una equivocación, como acto robótico y, si hay abstención, como un suicidio de ciudadanía.

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CREYENTES CREÍBLES

La fe no es un barniz superficial. Es una dinámica existencial.

Parte de una actitud permanente y comprometida. Genera múltiples acciones que hacen posible la credibilidad. No es creíble quien se dice creyente y no logra ser creíble porque no se refleja su fe en obras de verdad, amor, justicia y libertad para promover la paz y evitar las guerras.

JUNTOS HACIA UN IDEAL

“¿Qué estás tecleano en tu tableta?”, le pregunta ella. “Estoy pasando en limpio frases que tenía en garabato”, le responde él.

“Mira, ya tengo aquí algunas: No beba veneno de envidia o de rencor pensando que otro morirá. Y esta para nosotros: Cada momento es un empezar. La sinfonía de nuestro amor no termina nunca. Siempre está empezando. Cree en tu propia sinceridad, renueva tu intención y fortalece tu esperanza”.

Ella, de pie, besa la frente de él, que escribe sentado y sonríe los dos...

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