Gran lección
Un grupo de ancianos japoneses dio el ejemplo al postularse para ponerse en riesgo y hacer trabajos de peligro en la planta nuclear de Fukushima
El 11 de marzo de 2011 marcó un día trascendental en la historia moderna, particularmente para Japón. Fue la fecha en que un terremoto de magnitud 9.0 sacudió la costa noreste de ese país, desencadenando un devastador tsunami y desatando una cadena de eventos que cambiarían el curso del país y tendrían repercusiones globales.
El terremoto, uno de los más potentes registrados en la historia de Japón, generó un tsunami que arrasó con comunidades costeras, destruyendo viviendas, infraestructura y vidas humanas en su camino.
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Las imágenes impactantes de la ola gigante engullendo todo a su paso conmocionaron al mundo entero y despertaron un profundo sentimiento de solidaridad y compasión.
Además del devastador impacto del tsunami, el terremoto provocó el colapso de la planta nuclear de Fukushima Daiichi, generando uno de los peores desastres nucleares de la historia.
Ese día se convirtió en un punto de inflexión para el mundo, recordándonos la fragilidad de la vida humana frente a la naturaleza y la importancia de la solidaridad y la resiliencia en tiempos de crisis.
SABÍAN...
Después del accidente una noticia apreció en los titulares noticiosos del mundo, la cual me sigue estrujando el alma: “Más de 160 ancianos japoneses se ofrecieron para formar un equipo de voluntarios que realizaría algunos de los trabajos más peligrosos en la dañada planta nuclear de Fukushima”.
Estos hombres, mayores de 72 años, estaban dispuestos a sufrir los daños de la altísima radiación que ahí peligrosamente emergía, querían ser ellos y no los jóvenes que trabajaban en la planta nuclear, los que corrieran el riesgo de morir o de padecer irreversibles consecuencias físicas.
Ellos sabían que sus existencias eran aún valiosas, tal vez más que antes; comprendían que, en el ocaso de sus vidas, el tiempo les era aún más precioso, que todavía tenían el espacio para disfrutar el fruto de lo sembrado, que poseían los ahorros y la salud que durante años cuidadosamente habían forjado para llevar una vejez reposada, aderezada por las carcajadas de los nietos. Estos hombres vivían sus recuerdos, pero también reconocían que su productividad, ciertamente diferente a de los años mozos, aún era fecunda.
Estaban conscientes que la vejez no significaba decadencia sino, más bien, iluminación y preámbulo de caminos inéditos, y a pesar de todo esto –o quizás gracias a ello, a lo ya disfrutado- propusieron intercambiarse por los ya heroicos jóvenes.
Su misión hoy sigue siendo signo de valentía, de suprema generosidad, de amor a su patria, de aprecio a la juventud; más aún cuando sabemos que la gente de esa nación se distingue por su longevidad.
En Japón, los viejos se saben útiles, no ignoran que son la sustancia del país, se aprecian como seres humanos que han alcanzado sus sueños y entienden que les toca a otros hacer lo propio, por eso son venerados.
Su gesto ejemplifica la reverencia japonesa por los ancianos como pilares de sabiduría y sacrificio, y también subraya el profundo sentido de deber y responsabilidad hacia la comunidad que está arraigado en la cultura nipona.
PAISAJE
En la cultura japonesa, el sentido del tiempo se teje en la intersección rica y compleja entre la naturaleza, la historia, la tradición y el respeto por la longevidad. Para los japoneses, el paso del tiempo está intrínsecamente ligado a los ciclos naturales: desde la suave caída de los pétalos de los cerezos en primavera hasta el resplandor dorado de las hojas en otoño, cada estación marca un momento único en el fluir del tiempo.
Esta perspectiva única del tiempo contribuye a una apreciación más profunda de la vida y la continuidad de la cultura japonesa.
En Japón hay épocas del año en que el árbol característico de ese país, el cerezo (sakura) florece, regalando paisajes “rosa pálido” que sosiegan el alma.
Los ancianos japoneses comprenden profundamente la de belleza simbolizada por las flores del cerezo, saben que la llegada de la primavera promete una nueva vida, y la floración de los cerezos trae consigo un sentido de vitalidad y dinamismo. Sin embargo, su corta vida también es un recordatorio elocuente de la fugacidad de la existencia.
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También saben que si ellos no protegen la tierra y a las generaciones futuras, de donde surgirá nueva vida, su existencia carecería de significado. En esta mística, en gran parte, reside la grandeza de los ancianos nipones.
MAÑANA...
Jorge Bucay ilustra que honrar el futuro es una manera para la continuidad de la vida y que la recompensa, aún sin pretenderla, es recibida de forma insospechada:
“En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
“¿Qué tal anciano? La paz sea contigo. - Contigo - contestó Eliahu sin dejar su tarea. - ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos? – Siembro - contestó el viejo.
“-¿Qué siembras? – Dátiles - Respondió Eliahu. - ¡Dátiles! - repitió el recién llegado, cerrando los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
“-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes? No sé, lo he olvidado... Pero eso qué importa. Mira amigo, estas plantas tardan más de 50 años en crecer y solo después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras.
“-Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probarlos. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana, y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea. - Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano del viejo una bolsa de cuero.
“-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara, parecía cierto y, sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
“-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más significativa que la primera, déjame que pague esta lección con otra bolsa de monedas. -Y a veces pasa esto - siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas -: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces. -Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte”.
RESPETO...
Si los mexicanos pensáramos en sembrar para el futuro; si tan solo dejáramos la indiferencia a un lado; si tan solo abriéramos el corazón para acoger a los más desafortunados; si tan solo le diéramos una oportunidad a la mano necesitada, si tan solo nos abrazáramos en el propósito de la paz; si tan solo sembráramos árboles sabiendo que su sombra será para el disfrute de las generaciones venideras. Si tan solo amáramos a México, viviríamos en paz.
Si tan solo inspiráramos a las nuevas generaciones a seguir sus sueños; si tan solo les abriéramos nuevos horizontes; si tan solo veneráramos a los ancianos; si tan solo intuyéramos que México requiere el cuidado y respeto por su tierra y tradiciones, entonces estaríamos en posibilidades de construir un futuro próspero y sostenible para las generaciones venideras.
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GENEROSIDAD
A sabiendas que jamás gozarán de su sombra, existen personas que siembran árboles; que forjan caminos para otros caminantes; que quitan piedras para que otros no tropiecen; que encienden antorchas para que desconocidos tengan la senda iluminada; que anónimamente socorren a los débiles e indefensos; que bendicen y veneran con sus palabras y actos la tierra que los vio nacer.
Afortunadamente existen personas que actúan con determinación y valor para honrar sus principios y valores, tal como lo demostraron los ancianos japoneses que estuvieron dispuestos a entregar a su país el mayor de los sacrificios humanos. Inmensa lección.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo