Hablemos de Dios 101

Opinión
/ 23 julio 2022
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En texto pasado le hablé aquí de algo realmente importante, no de la política de confesionario que aquí se practica: la muerte del poeta Eduardo Lizalde (1929-2022). A quien para mi desgracia, nunca tuve la oportunidad de conocer, escucharle y estrechar su mano, mucho menos una firma en alguno de sus libros los cuales hoy atesoro. Murió el poeta Eduardo Lizalde y era y es menester seguir dando cuenta de ello.

No pocos comentarios me llegaron con esa columna editada en este generoso espacio de VANGUARDIA en días pretéritos. Gracias. Y es que el poeta, el escritor quien también deletreó ensayos del más alto calado y claro, traducciones de sus poetas favoritos, en su obra, como todo buen esteta, es inagotable. Lo repasamos someramente en su necrológica: Eduardo Lizalde hizo del tigre, del felino hoy casi en extinción, un símbolo axial –fuego, tótem y amante– de toda su poesía, de toda su obra. En uno de tantos magníficos poema los cuales hoy son eternos, se lee: “El tigre es el verdugo y el cadalso,/ el hacha y el tocón/ no sabe el carnicero cortar carne/ a la gourmet, sólo sabe ingerirla...”. Sin duda.

No pocos escritores de primera línea han sido enamorados (y engullidos) por fiera tan hermosa como letal: el tigre. La nómina es ancha y universal: Ramón López Velarde, no puede faltar William Blake, Jorge Luis Borges, Antonio Plaza, William Shakespeare, Rainer Marie Rilke, el enorme Paul Válery... Eduardo Lizalde, el tigre mayor aquí en el vecindario nacional.

¡Ah! Con este hermoso felino. El tigre es una fiera de linaje escogido y de rancia estirpe. Eduardo Lizalde lo hizo suyo y fue uno de sus principales leit motiv en su vida y obra. Otro punto fulgurante y arquetípico de Lizalde, lo vimos también, es su diálogo con Raine Marie Rilke y como presupuesto común: las flores. Pero no cualquier flor. Sino una, tal vez la más bella para muchos: las rosas.

Pero, la obra de Lizalde también se puede abordar en clave divina. O lo que creemos es divino. O lo que atisbamos de Dios y su divinidad. O lo que queda de su divinidad en voz del poeta. No pocos textos del poeta abordan a Dios y su lado divino u oscuro. Más lo segundo que lo primero, siendo francos y en honor a las notas que ya tengo. Y se lo vuelve a repetir: con el poeta Eduardo Lizalde sucede aquello que debe de suceder con cualquier hombre de gran arte y obra: sus textos aceptan múltiples lecturas, se desprenden aristas insospechadas y casi literalmente, lo que usted quiera preguntarle... aquí encontrará respuestas.

Una advertencia antes de entrar de lleno a algunos poemas y textos de Lizalde donde escudriña a Dios. Aún estamos lejos de terminar el asedio a la poesía de Jaime Sabines en tono divino. Y muy, muy lejos (porque apenas íbamos iniciando) de cumplir con la encomienda de abordar a James Joyce y en especial su “Ulises” en dicha artista: Dios y lo divino. Pido no desesperar, que dichas sagas van a seguir a petición de usted.

ESQUINA-BAJAN

El siguiente es un solo verso. De hecho, es más largo el título que el aforismo mismo. Se llama “Dios no sabe lo que hace”. El verso es el siguiente: “¿O existe acaso?”. En otro texto y por la misma línea argumental, le presento los tres primeros versos de este desencanto. O tal vez no desencanto, sino toma de decisión y posición:

“Afortunadamente, Dios.

Afortunadamente para ti,

No existes”.

El poeta Eduardo Lizalde, como muchos otros, no creen en Dios y su corte celestial, pero no pueden sustraerse a su embrujo y magia. Y tal vez al nombrarlo una y otra vez para dar cuenta de su inexistencia, es cuando se cumple la tirada de naipes de Dios: existe. Muy a pesar del propio poeta y de sus letras e ideas.

Hay insectos (humanos) que terminan por perforar la piedra, eso lo leemos y lo sabemos por la lectura de Octavio Paz. Así es Dios, termina por habitar nuestras letras e ideas muy a pesar de nosotros mismos. Pongámonos primitivos y diremos como en la antigüedad: si brilla, es Dios. Es nuestro padre y el que da energía. ¿Ausencia de luz, ausencia de sol? La oscuridad, la noche y sus demonios y si hay noche y demonios, lo más probable es que hay insomnio. Eduardo Lizalde lo sabe y lo dejó en tres versos hermosos: “La pesadilla sola/ -nunca el sueño–/ conforma el mundo”.

Las pesadillas, la soledad y finalmente, el suicidio, nunca llegan solos. Y sí, son los poetas, esos seres atormentados de la creación, quienes mejor lo han entendido (padecido) y explicado. A los anteriores versos de Eduardo Lizade se suman los siguientes, como una pequeña y anárquica antología que viene a mi memoria hoy: “Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio”, sí, lo escribió un poeta, el gran Jaime Sabines.

Lo tuvo que escribir y descubrir un poeta, no un doctor, no un médico, no un psicólogo, no un político, no un secretario de Salud inexistente como lo es el lagunero Roberto Bernal. No, fue un poeta. Otro poeta, Antonio de Galicia y Rivera, dejó en uno de sus versos el siguiente aforismo: “El suicidio es una semilla áspera y letal./ Germina el día menos pensado y te lleva de un golpe:/ un clavo y martillo sobre tu tumba. No más”.

LETRAS MINÚSCULAS

“Hoy me produce vómitos/ pertenecer a este planeta...”. Eduardo Lizalde.

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