Hablemos de Dios 108

Opinión
/ 29 octubre 2022
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Los humanos somos un cúmulo de contradicciones, siempre. Nuestro paso por la tierra es tan rápido y efímero que casi nunca tenemos ideas contundentes y debidamente plantadas en nuestro cerebro. O en nuestro corazón. Nos amilanamos ante el menor movimiento de olas bravas y tenemos pavor de cualquier vientecillo gélido en la ventana.

¿Creer en Dios? Pues sí, una gran mayoría de los humanos cree ciegamente en ese llamado Dios... hasta que sucede una tragedia terrible y, entonces, se reniega de él y termina el humano no pocas veces diciendo que es ateo o agnóstico. O las dos cosas. O ninguna. Simplemente se va por la vida caminando, así de sencillo, sin creer en nada ni en nadie.

Los biógrafos de Charles Darwin son unánimes en lo siguiente: amén de ir perdiendo la fe en la religión y en la Biblia en su viaje y periplo por el mundo, pero sobre todo luego de sus observaciones en Sudamérica, Darwin terminó por alejarse de Dios cuando supo de la muerte de su hija de apenas 10 años. Ese fue el golpe definitivo a su ya quebrantada fe religiosa, no obstante que estaba estudiando para ser pastor de la Iglesia anglicana, la cual era la religión dominante en la Inglaterra del siglo 19.

Y el científico Charles Darwin cometió aquel viejo y reconocido error: todo, todo es culpa de Dios. En su “Autobiografía” así lo cuenta: “Poco a poco, posteriormente había empezado a considerar que el Antiguo Testamento ya no era más digno de confianza que el libro sagrado de los hindús, o las creencias de otros bárbaros, por su historia del mundo manifiestamente falsa, con la Torre de Babel, el arcoíris como signo, etcétera, y porque atribuía a Dios los sentimientos de un tirano vengativo”.

Pero no deja de ser llamativo que un ateo como él, cuando le escribía a su mujer cartas de todas partes del mundo, donde andaba en su periplo científico, se despedía con un “God bless you”. “Dios te bendiga”. ¿Creer o no creer? Pues esta es la cuestión de la fe. O del miedo. Es algo inmaterial que te come y te consume por dentro. La fe te da poder, el miedo te quita todo. Pero es bastante infantil y pedestre creer o depositar la salvación o condena de una vida humana en la decisión de Dios. ¡Puf!

Otro ejemplo: debido a tantos y tan recalcitrantes problemas en la vida de la autora Regina Brett, ésta llegó a pensar que, al momento de nacer, Dios había parpadeado, por lo cual no se había enterado de que había nacido. De aquí el título del libro “Dios nunca parpadea”. Volumen en tono y línea del desarrollo humano, como hoy se nombra, y antes era superación personal. Entonces, ¿se vive mejor sin Dios? No lo sé, señor lector. Este poeta siempre ha sido un hombre de fe. Fe rota y todo el tiempo cuestionándome todo y a todos, pero fe al fin. Otro ejemplo más para la polémica y la reflexión, lo cual no servirá bastante para clarificar todo esto: los padres del escritor Leonard Mlodinow se salvaron de morir en el holocausto nazi. Luego, Mlodinow se salvó del fatídico ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, un parteaguas en Estados Unidos y en el mundo. Él se encontraba allí mismo.

ESQUINA-BAJAN

Cuando lo entrevistaron y le dijeron qué sentía al saber que Dios lo había salvado dos veces, su respuesta es invulnerable: “No fue Dios, sino el acaso... ¿Qué Dios sería ese que salva a mis padres del nazismo y deja morir a seis millones de otros judíos? ¿Qué Dios sería ese que me salva del atentado terrorista de Nueva York y deja morir a otras 3 mil personas?”.

Caray, con este argumento inteligente y de razón, estoy de acuerdo. Sí, con este Dios que no tiene injerencia en la vida o muerte de millones de personas, sí comulgo. En un gran, gran artículo deletreado en el diario “El País” de España, el filósofo y teólogo Juan Arias escribió: “Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia, ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros, como me había dicho monseñor Romero, quizás en su última entrevista antes de ser asesinado a tiros...”.

“¿Se es más feliz sin Dios? Depende, señores. Difícil sentirse libres y realizados con el Dios al que aman y adoran los dictadores −con los que, por cierto, la Iglesia siempre se ha entendido mejor que con los demócratas−; difícil con el Dios absolutista incompatible con la democracia o con el Dios que recela de la sexualidad. Es difícil que las personas, jóvenes o adultas, no lleven dentro de sí la sombra de un Dios castrador, aquel del que en un colegio de religiosas la madre superiora había escrito en los retretes de las alumnas: “Dios te está mirando”.

Y es el mismo filósofo Juan Arias, avecindado, creo, en Brasil, en su artículo de colección quien nos alecciona y nos abre una puerta amplia, un puente hacia ese llamado Dios: “Me pregunta un amigo por qué en tiempos de crisis, incluso las económicas como en la actualidad, el ser humano se refugia más en la fe en Dios. Difícil responder a esa pregunta, ya que para mí si Dios sirve para algo debería ser para los tiempos de alegría y felicidad, no para los tiempos del miedo”.

LETRAS MINÚSCULAS

Pues sí, a Dios hay que agradecerle las bendiciones y tiempos de bonanza en todos los sentidos. Pero no, no sirve para estarle pidiendo caprichos y favores una y otra vez...

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