Hablemos de Dios 142: ¿amarlo sin razonar solo sentirlo?

Opinión
/ 23 septiembre 2023

Gracias por atender esta ya larga saga de textos los cuales usted los hace suyos y los colecciona. Gracias de corazón, palabra y pensamiento. ¿No sería mejor solamente, sencillamente el decir o declarar creo o no creo en Dios? No. La cosa no es nada sencilla y sí muy complicada. O lo otro que se repite: amar a Dios, sin razonarlo, sino sentirlo. Insisto, no. ¿Estoy errado al buscarlo más con mi pálida inteligencia y no con mis acomplejados sentimientos los cuales mutan no pocas veces?

Según yo, estoy en el camino correcto. Al menos hay dos citas (ha de haber más, pero son las que recuerdo en este mismo instante) en la Biblia las cuales nos hablan y retratan lo anterior. Claro que usted las conoce. Son, una de Mateo y otra del libro de Deuteronomio. La primera dice a la letra: “Jesús le dijo (a un fariseo) amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mi tirada de naipes entonces, tiene que ver con mi pálida inteligencia y eso llamado cabeza y mente. ¿Los sentimientos? Los sentimientos estorban, siempre.

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Iniciamos esta tertulia sabatina con el fuego de la inteligencia: ¿El maldito, el rebelde, el revolucionario, el amargo, el infante terrible Jean-Arthur Rimbaud, creía en Dios? ¿Sólo lo utilizaba? ¿Si Dios es una voluta de humo, como las palabras, entonces por qué devasta imperios o funda naciones; por qué lleva a la hoguera libros, bibliotecas enteras o funda con letras y palabras obras de arte perpetuas? Sí, es el caso del deletreado arriba, Jean-Arthur Rimbaud (1854-1891).

Nadie, nadie –me incluyo, claro; por eso de estas letras de esta saga– puede, podemos sustraernos al embrujo y/o divinidad de pensar, sentir y escribir de Dios. En la tierra, en esta tierra se aprecian sus frutos y rastrojos. Las ciudades y praderas huelen a él, saben a él y tienen su sonido: el Innombrable. Dios, el Innombrable. Con la poesía de Rimbaud asistimos al espectáculo de la inteligencia. Y la inteligencia es un ángel y demonio. Las dos cosas al mismo tiempo, no hay contradicción alguna. Jamás. Jean-Arthur Rimbaud con su poesía incendia lo mismo la pradera, que las ciudades pudriéndose en el sol. Con Rimbaud no hay tiempo para mentiras a medias o paños tibios.

En esta ocasión se lo voy a probar con apenas cuatro versos. Sí, cuatro versos los cuales abren lejanías. ¿Al escribirlos, el poeta se propuso lo anterior? Parte sí, parte no. Es precisamente la etimología de la palabra: “poiesis”: creación. Y el creador entonces pulsa los sonidos de la eternidad con sus palabras. Y el éxito o fracaso de estos versos no es labor del poeta, del creador. Él cumple con escribirlos, el éxito o fracaso, el viajar con ellos es deber y tarea nuestra como lectores. Lectores activos. Lectores machos y no lectores hembra (pasivos), según la definición de Julio Cortázar. Los versos de Jean-Arthur Rimbaud entonces, se multiplican, crean ideas y ofrecen nuevos símbolos a lo ya gastado y sabido, cuando nuestro bagaje como lectores sean maduro, caudaloso y vibrante.

Los versos que hoy vamos analizar y leer a vuela pluma, son del texto sin título, pero si encabezado en todas sus ediciones como “El lobo aullaba bajo las hojas”. Forma parte del libro “Versos nuevos y canciones”, la traducción la cual sigo es la de David Conte en editorial Visor:

Esquina-bajan

¡Que yo duerma! Que yo hierva

En el altar de Salomón.

Corre el caldo sobre orín,

Mezclado con el Cedrón.

Caramba, contra estos versos no hay defensa. Se sienten en los huesos. Pero vea usted todo lo que pueden producir en nuestro intelecto: uno está siempre en el hervidero de la vida, pero no en cualquier construcción, sino en los mismísimos altares construidos por el mítico rey Salomón en Jerusalén. La referencia a la herrumbre, a la escatología plena es clara y precisa y no pocas veces se utiliza en la Biblia: el orín, los meados.

Lea usted: “conforme a tu fe, será hecho”. El verso de la Biblia es puntual y sigue siendo bello y certero. No, no es magia. Ni operarán milagros. Es decir, el mundo y la naturaleza de Dios no se pueden alterar. Simplemente le vendo la idea de que este precepto bíblico como el siguiente, son válidos y actuales hoy, si usted los pone en letra redonda en el aquí y el ahora. El siguiente es igual de bueno al primero: “Haced tesoros dentro de sí (de ti), donde la polilla ni el orín (óxido, en otras versiones) corrompen; donde los ladrones no minen ni roben”. (Lucas 12:33).

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Y todo, todo se cumple en el último verso, todo llega mezclado (caldo con herrumbre, con orín, la vida misma pues) al “Cedrón”. El Valle del Cedrón es el torrente que separa a Jerusalén del famoso monte de los Olivos. El Evangelio de Juan dice que este sitio era “donde Jesús se retiraba frecuentemente con sus discípulos”. Vea entonces usted la cantidad de ideas y referencias que nos ha motivado un cuarteto de versos del poeta Jean-Arthur Rimbaud. Por algo los poetas son profetas. Para terminar, un par de versos, no sobre Dios, sino sobre esa masa amorfa sin ideas propios, atados a un celular inteligente, los jóvenes. Lea usted: “Ociosa juventud/ esclavizada a todo...”

LETRAS MINÚSCULAS

A petición suya, volveré a hablar de Dios en la “Generación poética del 27”.

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