Hablemos de Dios 168: La tentación de negociar con el diablo
¿Por qué Dios no acepta nuestros gemidos, lamentos y súplicas? ¿Por qué no acepta nuestra atribulada y quejumbrosa alma a cambio de algunos dones o favores terrenos? ¿Por qué hacer el bien es tan mal recompensado? Caray, ¿por qué al menor conjuro posible, satanás, el diablo y toda su corte infernal, gustosos y en un segundo aceptan nuestro trueque cuando nos dirigimos a ellos para pedir favores, caprichos o de plano, esperanzas fallidas y no recompensadas en el terreno divino? Seamos francos: alma por caprichos. Vender nuestra alma al diablo...
La historia es eterna y nada, nada reciente. Los mejores escritores y poetas de la humanidad lo han explorado. De hecho, la tentación anida al lado, a nuestro costado, cerca siempre de nuestra casa. O bien, la tentación del mal o llamar al Diablo está siempre en nuestra mano y en nuestro espejo: se afeita con nosotros, pues. Eso le pasó al maestro de Cafarnaúm, Jesucristo. Usted puede leer la historia en los libros de Mateo, Marcos y Lucas. Es aquello de la “Tentación de Jesús”.
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Sigo por lo pronto las letras de Mateo en “La Biblia devocional de Estudio”. Leamos a vuela pluma (insisto, usted puede analizar lo anterior leyendo Mateo 4: 1-11): “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo...”. Y sí, es cuando el diablo lo tienta al decirle que convierta las piedras en pan, debido al ayuno prolongado del maestro; luego lo reta a aventarse de cabeza desde el pináculo del templo para que lleguen los ángeles voladores a salvarlo; posteriormente viene la mejor tentación, promesa del diablo y trueque rechazado por el maestro Jesucristo:
“Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto, y
le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,
y le dijo: todo esto te daré si postrado me adorares...”.
¿Lo nota, verdad? El diablo, satanás, es el dueño del mundo. Es el príncipe y rey de todo lo material que hay en esta tierra nuestra, no Dios ni menos Jesucristo, clavado en el Monte Calavera por siempre. Y claro, usted lo sabe y recuerda. Voy a vuela pluma: dos genios de la literatura, Robert Louis Stevenson y el inconmensurable Goethe (Johann Wolfgang Von Goethe), han escrito dos libros perfectos al respecto: vender el alma al Diablo para recibir favores: el primero deletreó “El Diablo en la Botella”; el segundo, un libro eterno y tremendo, “Fausto”.
Usted lo recuerda, los temas del poeta español, quien murió en su exilio florido, aquí en México, Luis Cernuda, fueron la soledad, la infancia, el deseo de todo tipo de lamento y pelaje; el amor, el tiempo y claro, un tema de todos los humanos vivos: la muerte. Y la muerte sin duda, nosotros la emparentamos siempre con las sombras, la oscuridad, el demonio, el diablo mismo. Leamos un texto del poeta Luis Cernuda (son fragmentos de “Yo fui...”): “Fui luz un día / Arrastrado en la llama. / Como un golpe de viento / que deshace la sombra, /caí en lo negro, en el mundo insaciable”. Remataría con un verso demoledor trisílabo: “He sido”.
ESQUINA-BAJAN
Pero le marco su atención en el desarrollo completo del mismo: ¿creer o pedir o negociar algo con la oscuridad, con el diablo mismo, es caer en las llamas, habitar lo oscuro; dice el poeta “en el mundo insaciable”? Pero al final de cuentas, lo único válido es eso: haber sido. Haber vivido y, de preferencia, a todo tren y con todos los placeres de los vivos a la mano. La vida es insaciable, pero para medio saciarla se necesitan favores y caprichos, cosas que no otorga Dios... sino el diablo. Es la fama y creencia. Escribe otro poeta de la “Generación del 27” español, como Luis Cernuda, es Dámaso Alonso:
“En soledad de Dios: ni amor, ni amigo,
Padre ni madre...”.
Caray con este tipo de poetas, los cuales nos hacen pensar, dudar, crecer y, claro, apostar la vida misma es cosa tremenda. Insisto en mi argumento primigenio de este texto, ¿por qué el diablo sí contesta (en teoría) y por qué Dios se tarda tanto en contestar o, de plano, jamás lo hace?
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El pensamiento más famoso sobre Dios de Pascal es el siguiente: “Creo en Dios, porque si existe, salgo ganando, y si no existe, no pierdo nada”. Lo anterior es algo generoso y benévolo. Nietzsche de plano dijo la siguiente sentencia: “Dios ha muerto”.
El sucesivo diálogo entre dos judíos lo cuenta el escritor José Antonio Marina en su libro “Dictamen sobre Dios”: Dos piadosos judíos discuten sobre las excelencias de sus respectivos rabinos. Uno dice:
-Dios conversa con nuestro rabino todos los viernes.
-¿Cómo lo sabes?- pregunta el otro.
-El propio rabino nos lo ha dicho.
-¿Y cómo sabes que no miente?
-¿Cómo iba a mentir un hombre con el cual Dios habla todos los viernes?
Un moralista francés del siglo 18, Nicolas de Chamfort, atribuye el siguiente aforismo a un misántropo al cual no descubre identidad: “Sólo la inutilidad del primer diluvio impide a Dios enviar un segundo diluvio”.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Por qué el diablo sí contesta y concede todo, y Dios jamás, jamás contesta? ¿No existe? Vamos iniciando esta exploración.