Hablemos de Dios 195

Opinión
/ 12 octubre 2024

Gracias por leerme. Gracias por atender esta saga de reflexiones y textos sobre ese inasible Dios. Gracias de corazón, palabra y pensamiento. Tal vez y sólo tal vez, esta saga de textos de su servidor, sea lo de más éxito en mis letras. Lo digo sin pretensiones. Es agradecimiento para usted el cual colecciona estas letras votivas en honor a Dios y su hijo, Jesucristo. Usted y nadie más me ha convencido de lo siguiente: voy a hablar bonito de Dios. Lo que eso signifique. Es decir, hartos lectores se acercaron conmigo y me dijeron que dejase de hablar del famoso pacto fáustico.

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Sí, el tema fáustico: ¿por qué el diablo, Satanás, Belcebú o como usted quiera llamarle al maligno, por qué éste siempre responde y rápido a los llamados de los humanos para el famoso trueque ancestral: cambiar tesoros por nuestra inservible alma? Sí, es el famoso y eterno pacto con el diablo. Desde el origen de la misma humanidad, los hombres han pensado lo anterior. Mejor escrito, primero lo sintieron y luego lo ideologizaron, lo pensaron.

En orden: primero fue la concepción primigenia y básica de la idea de la existencia de un Dios el cual creó el mundo y lo rige. Luego, la concepción antagónica era obligada: la figura del diablo, del demonio, de dónde proceden nuestros males, azares nefastos y calamidades. No pocos comentarios me llegaron y me dijeron, “usted mueve conciencias con este tema o arista dentro de esta ya larga y dilatada saga de textos de Hablemos de Dios”.

Pactar con el diablo, hacer el famoso pacto fáustico. El diablo en el arte, el diablo en la literatura, el diablo en la música, tema inagotable sin duda. ¿De existir el diablo, el maligno, cómo representarlo plásticamente. O bien, cómo deletrearlo verbalmente?, ¿cómo lo imagina usted?, ¿cómo se representa éste o como se habla del demonio en la literatura? Lo he explorado, pero usted es el que manda.

A vuela pluma es lo siguiente: en ocasiones es un espíritu, algo invisible que tienta a los hombres. En otras ocasiones adquiere la figura de un hombre, figura antropomorfa. Una de sus representaciones muy socorrida es que el diablo se viste de mujer: una mujer seductora y siempre de asombrosa belleza. En otras ocasiones el diablo se convierte o se metamorfosea en un animal repugnante.

Una de las más antiguas representaciones escritas en lengua española sobre los demonios, es la que se puede leer en “El caballero Zifar”, texto del siglo XIV. Lea usted un fragmento: “Vinieron (a) caer súbitamente dos diablos muy espantosos, negros más que pez y de viles formas... y lanzaban llamas de azufre por la boca, y tenían los dientes de tres órdenes y así fieros y grandes como azadones; y por las ventanas de las narices no dejaban de caer gusanos... y salir serpientes muy crueles y culebras como alacranes...” Caray, con este demonio cualquiera sí se asusta.

ESQUINA-BAJAN

Pero insisto, usted y nadie más me ha dicho que aborde otra cosa, es decir, algo “bonito” de Dios y Jesucristo, lo que eso signifique. Pues bien, aquí estoy y voy acometer dicha tarea. Será bajo mi palio y lecturas, pero creo, le va a interesar. Le voy a contar y glosar la Biblia (cristiana o católica, es lo mismo, pues), le voy a contar “El Corán”, le voy a contar los libros orientales de filosofía en clave divina pero, en nuestros días. ¿Soy Pretencioso? Sí, pero me he preparado toda la vida para esto.

Lea usted: hay una historia trivial en la Biblia la cual me sigue gustando conforme más la leo. Es simple e incluso, en apariencia insignificante; tan insignificante, que no sé el nombre del personaje. Dentro del mar de historias y personajes, nombres grandes todos, como los de Job, Isaías; el converso y traicionero de Saulo, el cual se mutó en Pablo camino a Damasco y un largo etcétera, destaca ésta. Destaca para mí, pues, la siguiente estampa.

Cuando crucifican a Jesucristo en el cerro de la Calavera, junto con éste, también sellaron su destino dos malhechores. Uno de ellos le injuriaba diciéndole: “Si tu eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Usted lo lee en Lucas 23:39. El otro, más ecuánime o miedoso, según sea el enfoque, le reprimió y le espetó: “Nosotros... justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos...” y enderezando sus palabras hacia el Maestro, le musitó: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. A lo cual, generoso como lo fue siempre Jesucristo, le respondió al segundo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Lucas 23:43. Y sí, el ladrón, el malhechor, se robó el cielo; se robó el paraíso en un pinche segundo. Perdonadme lectores, pero no creo en este Dios; me gustaría no creer en este Dios que otorga paraísos a opulentos y cresos ladrones o empresarios (da igual) sólo porque se arrepienten de sus “pecados” de “corazón” en un segundo; aunque hayan llevado una vida injusta y de perdición por lustros. Pues no, no creo en este Dios.

Y en honor a la verdad, tampoco pido venganza ni sangre. Eso está lejos de mi pálido alfabeto. Quien esquilma y roba a sus empleados y trata mal a su servidumbre, así fue forjado, así fue amasado y Dios no tiene nada qué ver en ello. ¿Van a ir al cielo, como el malhechor crucificado de la Biblia que se robó el paraíso en el último instante? Imagino que sí.

LETRAS MINÚSCULAS

Dios no puede salvar a unos y despreciar a otros, entonces no sería Dios. Viene lo mejor.

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