Halloween. Cómo celebrarlo sin perder su alma en el intento
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Conocí al actual Obispo de Saltillo, Hilario González, casi recién desempacado para desempeñar su ministerio en la Saraperópolis.
Tuvimos una amable conversación que finalmente no se publicó quizás porque no fue lo que el productor que concertó dicho encuentro esperaba (que saltaran chispas probablemente, dado mi ateísmo militante). Pero Monseñor me trató con la suficiente decencia y paciencia, y eso ya es algo que se agradece.
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No obstante supe desde el primer momento que, en comparación con fray Raúl Vera, el progresismo de la Diócesis Saltillense retrocedería al menos cinco casillas.
Y pude constatar eso mismo hace algunos días cuando leí las declaraciones del Obispo en las que hace un llamado a no celebrar el Halloween porque, ya sabe usted, “es cosa del ‘deablo’”.
En estricto apego a la verdad, la cita textual dice: “El llamado que estamos haciendo desde hace varios años en nuestra Iglesia Católica es que somos hijos de la luz, no de las tinieblas, y que celebramos la vida, no la muerte en el sentido fatal, terrorífico, en estas cuestiones de lo oculto o de lo sombrío”.
Desde luego, un obispo es una total autoridad en lo referente a la salvación de las almas. Es decir, si usted es un creyente fervoroso nivel Chabelita, le recomiendo mucho hacer caso a lo que dice Monseñor y seguir al pie de la letra todas sus indicaciones, so pena de condenarse para toda la eternidad.
Sin embargo, usted y yo sabemos que el católico promedio toma de su religión lo que mejor le acomoda, sólo lo que le conforta y no lo que le confronta: le gustan los tamales, la fiesta y la ilusión de que después de la muerte se reencontrará con todos sus seres queridos de la misma forma (más o menos) en que los conoció en la Tierra, tal y como nos los prometió Pixar.
Pero a la hora de vivir nuestras más cotidianas existencias, pesa más el festival de Día de Brujas/Día de Muertos en el colegio y los padres (pero sobre todo las mamás que son más mitoteras) van a mandar a sus bendiciones disfrazadas de catrinas, pingos, Harry Potter o cualquier otro engendro concebido por Hollywood o la literatura. Ya dependerá del nivel de “expertise” o enajenamiento de los tutores la originalidad del atavío.
“¡Qué bonito tu disfraz de Cthulhu, Danielito! ¡Muy lovecraftiano! ¿Tú quién eres, Marianita? ¿Merlina Addams? ¡Qué original! ¡Vete a formar por favor con las otras 75 que tuvieron la misma idea! ¡Wow, Enriquito! ¡Te luciste con el disfraz de “Leatherface” de “La Masacre de Texas”! ¡Cómo!, ¿que es piel humana de verdad?”.
Usted tendrá qué decidir si atiende las recomendaciones de monseñor Hilario o, muy a su pesar, decide vivir en el mundo real.
Mire que me extraña porque hasta donde yo recuerdo eran las ramas evangélicas las que la habían emprendido duramente en contra de estas expresiones de la fantasía, rechazándolas como formas de adoración a la maleficencia y puertas hacia el mundo de lo oculto; mientras que la Iglesia católica como que se hacía de la vista gorda ocupándose, para bien o para mal, de temas más mundanos como el aborto, los anticonceptivos y el avance de la amenaza comunista.
La última vez que la cristiandad inició una campaña en contra de los rituales y las sectas ocultistas fue durante los años 80. El Pánico Satánico fue otro de tantos episodios en los que la fe y la religión metieron la pata hasta la rodilla por no reprimir su primitivo impulso de organizar cacerías de brujas. Pero será en otra ocasión cuando repasemos este bochornoso capítulo de la historia reciente.
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Si la Iglesia del siglo 21 se va a andar ocupando de conjurar chamucos, perseguir brujas y desterrar a Freddy Krueger de nuestros sueños, felicidades por tan encomiable labor. Pero se me ocurre que sería un tanto más deseable, útil y valioso si se dedicara a orientar a su feligresía en temas mucho más cruentos, sanguinarios, terribles y verdaderamente oscuros, por no decir diabólicos, pero al mismo tiempo mucho más reales, tangibles y próximos a la realidad. No sé, ¿qué tal abordar y discutir el conflicto en Gaza, nada más para que los fieles entiendan un poco la complejidad del fenómeno y no anden opinando insensiblemente y a lo baboso en favor de palestinos y/o israelíes, como si se tratara de un partido de la Liguilla MX?
Y por abordar el asunto me refiero a ir más allá de los anodinos pronunciamientos de Su Santidad el Papa Francisco, quien no pasa de sus consabidas invitaciones a hacer ayuno y oración.
Pero el Vaticano tiene un largo historial de tibieza política, justo en los momentos en que hace falta pronunciarse de manera categórica (igual que ya sabemos quién). Sólo que uno esperaría que después de la Segunda Guerra Mundial y dadas las exigencias de la presente era, la máxima jerarquía de la religión más importante del mundo hubiera aprendido algo y fuera al día de hoy mucho más comprometida. Aunque si prefiere preocuparse por el paganismo de una fiesta de dulces, calabazas, brujas y calaveritas, me parece que está cavando su propia tumba en el panteón de la obsolescencia,
Y ya le digo: si usted cree que perderse una de las mejores fiestas del año (una en la que podemos hacer el tonto disfrazados como la versión “porno” de nuestros personajes favoritos) le va a hacer un mejor cristiano, un mejor ser humano y le va a acercar más a la Vida Eterna, hágale caso a Monseñor, él sabe de lo que habla mientras que yo soy experto justo de lo contrario, la perdición de las almas.
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Pero no olvide preguntarle cómo lidiar con los verdaderos horrores que pueblan este mundo: la corrupción, el crimen, el narcotráfico, la pederastia, las desapariciones forzadas (¿hay de otras?), la guerra, la trata de personas, la explotación infantil, la pobreza, la esclavitud, las sectas, el deterioro medioambiental, la relación de la propia Iglesia con la política... cuestiones a las que no podemos responder con una oración, por más que crea en el poder de la misma (spoiler, no tiene ninguno).
Yo le conmino lectora, lector, lectore a enfundarse en el puti-disfraz que mejor le ajuste y del personaje con el que más se identifique. No permita que un montón de preceptos mojigatos lo condenen a una vida santurrona y de paso enséñele a sus hijos que los únicos responsables de la maldad y del bien somos nosotros mismos y que no hay Patas de Cabra, por Príncipe de las Tinieblas que se presuma, que sea más peligroso que la ignorancia, la superstición y las ganas de chingar al prójimo.
Pero otra vez, yo no soy ninguna autoridad en la materia.