Historia de una vida... Investigadora Ad Vitam

Opinión
/ 25 septiembre 2022
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La vida avanza rápidamente, tantos sucesos, eventos, dificultades, alegrías. A veces más, a veces menos. Pero, en este ávido movimiento interminable de acontecimientos, en contadas ocasiones, vale la pena detenerse un momento y reconocer, en otras vidas, a quienes de alguna u otra manera han recorrido ya un camino, transitado el mundo, trabajado tanto, dudado tan poco. Tal vez, el reconocer los logros de otras personas despierta, en quienes todavía somos jóvenes, inspiración suficiente para creer que es posible vivir de cierta manera. O, tal vez, es el deber que, en estos tiempos, marcados por lo efímero y fugaz, tenemos quienes aún nos encontramos persiguiendo un sueño, de recordar y reconocer a quienes han luchado por causas y convicciones comunes, que no se han rendido y que, en lugar de destruir, han construido.

Conforme a esto, las instituciones han materializado este imperativo de reconocimiento a través de títulos, ceremonias y solemnidades. La formalidad, heredada de nuestra herencia jurídica-romana, es importante para evocar en nuestra mente la relevancia e importancia de un acto y, también, el paso de un estado de cosas a otra: de no ser a ser, de no tener a tener, de no estar a estar. En el ámbito académico, y jurídico, existen distinciones que encierran en su naturaleza la investidura que resume lo que estas breves palabras han intentado explicar. Así, la entrega de títulos como el Doctorado honoris causa, el máster ad vitam, o el reconocimiento como investigador o investigadora ad vitam (nótese el nombre en latín) reconocen trayectorias profesionales y laborales destacadas.

La entrega del título viene acompañada de una ceremonia, que puede entenderse como un momento solemne en el que nos detenemos a laurear a quien recibe el título, hacemos una pausa, y vemos en él o ella pasado y futuro. Pasado de méritos que cosechan el reconocimiento, futuro como ejemplo de lo que podemos llegar a ser. Y así, toga, birrete y muceta. Estolas, música y aplausos. Lectura de un laudatio. Medalla y diploma. Todo orquestado con sincronía y cariño, como quien acaricia a un ser querido. Estas ceremonias suelen ser emotivas y memorables. Y al final, quien recibe el reconocimiento se convierte en parte de la historia de la institución, dejando su nombre como una referencia a la cual recurrir como un ejemplo de ilustre vida

En días pasados, en las instalaciones de la Academia Interamericana de Derechos Humanos, le fue entregado a la ministra en retiro, Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, el título de Investigadora Ad Vitam de este centro de investigaciones jurídicas. Este reconocimiento responde a los logros de la homenajeada: ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación durante muchos años, primera mujer secretaria de Gobernación del Gobierno de México y, hoy, senadora de la República. Una historia de vida en las instituciones públicas de nuestro País, siempre en primera línea.

En términos de la Ley que rige la actuación de la Academia IDH, se le otorga esta máxima distinción académica por sus méritos excepcionales que, con su obra, han contribuido de modo sobresaliente al engrandecimiento de la ciencia jurídica en materia de derechos humanos. Historia de una vida... Investigadora Ad Vitam.

El autor es investigador del Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos Humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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