Honoris Causa

Opinión
/ 14 diciembre 2024

El hombre es una criatura capaz de realizar las acciones más nobles y también las más abyectas. Para el cristianismo el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, es cierto, pero también le otorgó libre albedrío. Y ahí es donde se cantean sus acciones. Así como hemos tenido noticia de seres humanos que han contribuido con su quehacer a edificar el mundo, también los ha habido y los hay, que se han encargado de envilecerlo. Pero no es de estos últimos de quienes quiero compartir con usted, generoso leyente, ya hay más que suficiente con lo que se publica sobre canalladas y podredumbre, todos los días.

El término dignidad se refiere a algo muy valioso, algo que es estimado y vale per se y no en función de nada más. La dignidad humana reside en el valor intrínseco e irremplazable que le corresponde al hombre en razón de si mismo. De esa dignidad nacen todos los derechos humanos y la igualdad sin distingo de si eres mujer o varón. No se trata de una igualdad biológica, porque sus rasgos fisiológicos y físicos son distintos, pero ambos son PERSONAS.

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En esta inminente dignidad radica la base de la sociedad, de toda relación que se precie de venir de seres racionales, este reconocimiento subraya su valor sustantivo. La persona es un ser gregario por naturaleza, de ahí la relevancia de que interactúe con otros, acorde a esta singular y preciosa característica racional que le imprime tratar con cortesía, con delicadeza, con amabilidad. Una educación bien llevada será aquella en la que se privilegie el respeto irrestricto a la dignidad de la persona y que se enseñe a cobra conciencia de la misma. El respeto debe empezar por uno mismo, si uno no se lo dispensa en primera persona, es muy difícil que se lo otorgue a otros. Somos personas, no cosas.

El hombre es un ser racional, así fuimos concebidos, y este reconocimiento nos permite reconocer en los demás y en nosotros el peso de la inteligencia y la grandeza de la libertad. Con su inteligencia el hombre es capaz de trascenderse y de transformar el mundo del que es parte, para bien, y también tristemente, para mal. Pero quiero centrarme en lo positivo. Asimismo, en su corazón anidan sentimientos hermosos, virtudes aprendidas, sobre todo con el ejemplo, con las que puede generar un bien inconmensurable.

El jueves de esta semana tuve el honor de ser invitada por la Universidad Autónoma de Coahuila, a la investidura de Doctor Honoris Causa, a dos personas excepcionales. En este Acto Académico Solemne se incorpora al Claustro de Doctores de la Universidad, a una persona en la que concurren méritos muy relevantes en su actividad académica, científica o artística.

Se trata de una de las ceremonias más importantes de cuantas se celebran en la Universidad. Tuvo lugar en el Aula Magna conforme a un protocolo muy especial que prosigue a la laudatio. La laudatio es una alabanza, un elogio, una enumeración de méritos de los ungidos. Se les entregó el diploma que acredita su distinción, así como los atributos del grado alcanzado y se les impuso el Birrete. Ya investidos, los doctores tomaron la palabra para dictar su Lección Magistral de Investidura. El rector Octavio Pimentel Martínez pronunció también su discurso. En estricto apego al ceremonial, se interpretó lo que se denomina Gaudeamus Igitur, que es el himno universitario, hecho esto, la Comitiva abandona la sala, y se da por finalizado el acto.

Es mi primera vez que acudo a un evento de esta naturaleza. Fue muy significativo lo ahí vivido. Sería muy importante que los discursos de los dos distinguidos personajes, mexicanos, coahuilenses, saltillenses, fueran conocidos, leídos, reflexionados, digeridos, ponderados, sobre todos por los jóvenes. Para que se enteren que la naturaleza humana es hermosa, que son los hechos, las acciones cimentadas en la inteligencia, en la sensibilidad, en la generosidad, en el alto sentido de compromiso, en la responsabilidad, entre otras prendas eminentemente HUMANAS, lo que convierte a hombres y mujeres ordinarios, en extraordinarios. Que se enteren las jóvenes generaciones que todos tenemos talentos, que todos estamos llamados a hacer con ellos lo mejor que podamos para la comunidad de la que somos parte, que no se vale cruzarse de brazos y dejar pasar la vida como si esta no valiera nada. Que no se vale desperdiciarla en naderías, no solamente porque es muy corta, sino porque no estamos aquí en calidad de piedras ni de mirones de palo. Honremos en los hechos esa dignidad de la que estamos investidos.

El Doctor José Narro Robles y el Doctor José Fuentes García, el primero médico y el segundo jurista, decidieron entregarse a dos disciplinas, a dos instrumentos del quehacer humano, con los que se puede hacer mucho bien. No se conformaron con ser del montón, es decir del grupo de los que no se esfuerzan, de los que no exigen a sí mismos ponerle alma, corazón y vida a lo que decidieron dedicarse. Siempre he admirado a las personas echadas para adelante, a las que no se arredran, a los que se crecen cuando la dificultad se interpone para alcanzar lo que se han propuesto, a los que saben tragarse sus derrotas y no admiten el darse por vencidos, a los que no se conforman nomás con soñar e imaginar porque la realidad les dice NO, y ellos van por el SI.

Los dos José son formidables. Hay que leer su hoja de vida. Jóvenes, los invito muy respetuosamente a que lo hagan. Hay personas que inspiran con su ejemplo, ellos son de esas personas. No se permitan no conocerlos. México necesita hombres y mujeres decididos a hacer de este país un espacio en el que la gente esté dispuesta a poner lo mejor que lleva dentro, y cuando se toma una decisión de ese tamaño, la pobreza, la inseguridad y todos los flagelos que hacen miserable la vida de las personas, se convierten en agua pasada y el sol brilla en todo su esplendor.

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