Que no se extinga, por favor, que no se extinga...
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Mi primer amor, hablando de letras, fue –y sigue siendo– la poesía. Ya les he contado que tuve la fortuna, a mis doce preciosos años, de tener un maestro extraordinario, que fue don Daniel Tapia Colman, por él me enteré de la obra de la magnífica pléyade de poetas españoles y por supuesto de mexicanos, que enriquecieron y siguen enriqueciendo mi existencia. Me llevó de la mano y me hizo leerlos, saborearlos, paladear la exquisitez de sus versos y la delicia de su prosa. A esa edad, los seres humanos somos una esponja, todo lo guardan las dos memorias, la de la testa y la del corazón.
A mí me gustan los poemas clásicos, el ritmo y la rima, la cadencia hermosa que los distingue cuando los dices. Los sonetos me fascinan. Soy producto de mi tiempo, no lo niego. A mi generación le gustaba la poesía, desde pequeñitos, en la escuela y en casa, nos encontrábamos con ella. En la ceremonia de honores a la bandera, era muy común recitar un poema, y sobre todo, cuando se celebraba una fecha como el aniversario de la Independencia o de la Revolución Mexicana. Y en el día de la madre, ni se diga.
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Me gustaba y me gusta leer La suave patria, de Ramón López Velarde, me produce algarabía interior ese amor por la tierra grande que vierte en cada uno de los versos que la componen... “Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera, suave Patria, alacena y pajarera...” Y también me conmueve el grito de León Felipe, el poeta español que se dolía de no tener una patria: “Qué lástima que yo no pueda cantar con una voz engolada esas brillantes romanzas a la gloria de la patria...” Y los poemas de don Antonio Machado, escritos para los niños: “Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y el caballito no vio. Con un caballito blanco el niño volvió a soñar; y por la crin lo cogía... ¡Ahora no te escaparás!”
Y encontrarme a mis 14 años con el espíritu de una mujer que tuvo que encerrarse en el claustro para decir lo que su ser sentía: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas? Yo no estimo tesoros ni riquezas; y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento que no mi pensamiento en las riquezas...” Después, en mi adultez, leerlos me estremeció, eran un grito de rebeldía, era un aquí estoy, PIENSO... ¿Y qué? Eran tiempos en los que la mujer era solo sombra. Bendito sea Dios que no yo no fui de esa época, me hubieran quemado en la hoguera.
¿Y cómo es la poesía de estos tiempos? Es principalmente libre, no está sujeta ya a los cánones de la clásica. Transita por la paradoja, se solaza en el humor, te toma por sorpresa, es irreverente, desenfadada, explora nuevos formatos. Va. Se titula RUIDO, es de Elvira Sastre, una poetisa española contemporánea: “Si te marchas hazlo con ruido: rompe las ventanas, insulta a mis recuerdos, tira al suelo todos y cada uno de mis intentos de alcanzarte, convierte en grito a los orgasmos, golpea con rabia el calor abandonado, la calma fallecida, el amor que no resiste, destroza la casa que no volverá a ser hogar”.
Y ahora, Domador, el amo: “El aceite da vueltas en su estómago, se engrandece, llega a su tráquea, ahí aguarda, intenta abrir su garganta. El hombre se vuelve de lado, las manos del aceite dentro de la garganta intentan abrirse paso. El hombre apoya su codo sobre la cama, traga saliva, respira, se sienta, aprieta la quijada, suda. Apoya sobre la cama ambas manos, inclina la cabeza como una gaviota que busca en la arena. Hay una duda en su postura. Levantarse o no. Una duda por odiar lo que se bebe, asquearse de lo que se bebe”. Es de Mercedes Luna Fuentes. Es poesía y punto.
La poesía, es una llave que abre horizontes que tienen que ver con el reto que te ofrece una página en blanco para que en ella describas la realidad que “ven” tus ojos, tu alma, tu yo en primera persona y que seas con ello capaz de conmover a quien te lea, incluso antes de comprender del todo lo que ahí plasmes. La poesía no ha pasado de moda, simplemente cambió de ropaje o hasta se pasea desnuda. Pero hay que salir a buscarla. Quienes gustamos de ella, tenemos el deber de mostrarla a las nuevas generaciones. Como lo hicieron con nosotros. Yo no fui contemporánea del rey poeta Netzahualcóyotl, pero mi maestra de Literatura se encargó de que lo descubriera en sus versos: “¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra? Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos”. Se celebra a los poetas, se les hacen reconocimientos, pero hoy ni se leen sus obras y menos, se recitan en público. Es más, hay quienes afirman que es una cursilería la declamación. Allá los que así piensan o despiensan...
Pues será el sereno, pero la poesía seguirá siendo una de las más hermosas maneras de ser persona, de compartir emociones, intensidades, pasión. Y está al alcance de todos. Los invito a disfrutarla, la clásica o la contemporánea, ya definirá usted sus preferencias. No renunciemos a ese portento de la palabra activa. La misión de la poesía, no está obsoleta, sigue siendo luz del pensamiento, bajar los brazos significa darle un golpe de muerte a la literatura. No tengamos miedo a lo vanguardista. El desafío estriba en gestar una nueva criatura, pero no solo de ritmos y de estilos, sino portadora de un mensaje que cale en el interior de los hombres de estos días, de estos días tan avasallados por el individualismo y la cultura de lo superfluo, de lo de encimita, de lo que no llena y por ello ese frenesí enfermizo de andar dando saltos en una búsqueda desgastante de quien sabe qué, y que solo hace más hondo el hueco de las soledades. ¡Que VIVA LA POESÍA!