Identidad y pertenencia de las nubes y los callejones de Saltillo

Callejones del Oso, de la Delgadina, de la Noria, de las Matanzas, del Obispo, de los Tejocotes, de la Tienda, de la Noria, de la Penquita, de Zapateros, del Toro, del Perico, de la Rana, del Tlacuache... nombres que resuenan a lo largo y ancho de la ciudad
Yo digo que las nubes de Saltillo ya no son las mismas. Antes se ponían negras y les llamaban nubarrones. Y aquellos negros nubarrones dejaban caer con frecuencia las aguas que llevaban dentro sobre las siempre sedientas tierras saltillenses, entonces llovía en tal cantidad que los arroyos se desbordaban y sus impetuosas aguas se precipitaban con fuerza llevándose cuanto encontraban en su camino. El agua de lluvia hoy escurre por las calles muy de vez en cuando, y la falta de la lluvia es la causante de la desaparición de antiguos arroyos, ahora secos totalmente.
Las casas se construían cerca de las acequias, en las orillas de los arroyos, para tener fácil acceso al agua, pero se alineaban de modo que no obstruyeran el paso de las aguas que bajaban del lomerío de arriba, del sur de la ciudad. Así se fueron formando las calles y callecillas al pasar de los años, dejando rodar libremente el agua por el cauce natural que seguía la inclinación del terreno. Así, el declive marcaba el curso y las construcciones le dejaban libre el paso. Aquel rodar y rodar fue formando el cauce de los arroyos con las aguas que bajaban de Zapalinamé, de San Lorenzo y de otros lomeríos del sur. Algunos tramos de las antiguas callecitas del Saltillo viejo se quedaron de callejones, casi siempre muy angostos, a veces, hasta torcidos y tortuosos. Pero muchas callecitas se convirtieron en calles y, al correr de los años, se ampliaron todavía más para dar paso al desarrollo de la ciudad y a los vehículos automotores.
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Con el paso del tiempo, las callejuelas angostas se convirtieron en sendas calles y calzadas. Es difícil imaginar, por ejemplo, que antiguamente la calle de Victoria tenía cuatro metros menos del ancho que tiene hoy. Para lograrlo, los propietarios de las fincas y casas del lado sur aportaron cuatro metros de profundidad por todo lo largo de su frente. Para ensanchar la calle de Allende se le rebanó un buen pedazo a las fincas del lado oriente, así perdió su jardín frontal la casa que fuera de Miguel Cárdenas, gobernador porfirista, ubicada en la esquina nororiente de Allende y Lerdo.
Los angostos callejones se encuentran en todos los rumbos de la ciudad y muchos conservan sus antiguos nombres. Los barrios de arriba, Santa Anita, Ojo de Agua, Águila de Oro, conservan su antigua fisonomía los callejones empinados; con tramos de escalones como banquetas: los de Altamira y de Miraflores. Al costado norte de la Catedral corren dos callejones de una sola cuadra y de poniente a oriente: el que hoy lleva el nombre de Santos Rojo, antes llamado de Las Ánimas por la capilla que alojó en sus primeros años la imagen del Santo Cristo, y en otra época fue nombrado de la Pulmonía a causa de la ventolera que corre desde Padre Flores por Ocampo hacia el oriente, continúa por el costado norte de la Plaza de Armas y cobra fuerza al meterse en el callejón al lado de la Catedral. El segundo callejón oficialmente Ildefonso Vázquez, pero conocido como callejón del Truco por un pastelero francés que sacaba de un primitivo horno portátil unos pastelillos mágicamente rellenos y pregonados como pastelillos con truco.
Mirando al poniente, la calle de Mina era el callejón del Humo; la calle Cuauhtémoc al norte de Pérez Treviño era el callejón del Diablo, por la leyenda de las apariciones de éste al dueño de una casa para decirle que su esposa lo engañaba cuando él no estaba, y ante la duda del caballero le dice que esa noche tendrá oportunidad de comprobarlo; muerto de celos y cobijado por la oscuridad, el esposo ve un hombre entrar a su casa, se lanza sobre él y le da muerte con su espada, sólo para comprobar que ha matado a su propio hijo.
Callejones del Oso, de la Delgadina, de la Noria, de las Matanzas, del Obispo, de los Tejocotes, de la Tienda, de la Noria, de la Penquita, de Zapateros, del Toro, del Perico, de la Rana, del Tlacuache... nombres que resuenan a lo largo y ancho de la ciudad, unos íntimamente ligados a personajes que habitaron esas callejuelas y otros surgidos de acontecimientos que en ellas tuvieron lugar y algunos cuyo origen reside en leyendas de aparecidos y viejas consejas populares que la tradición conserva. Románticas historias de amor, a diferencia de otras que impusieron nombres a los callejones y que entrañan tragedias surgidas de la pasión y los celos, y otras más, espeluznantes, de aparecidos y fantasmas.