¿Independencia?
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Un indocumentado mexicano que vivía en un pequeño pueblo del sur de Texas se presentó cierto día en el despacho del abogado del lugar -el único que había ahí- y le dijo que deseaba hacerle una pregunta. El letrado le pidió que tomara asiento y le planteara su pregunta.
-Antes, abogao -comenzó el mexicano-, permítame contarle los antecedentes. Yo me vine de mi rancho, allá en México, hace ya muchos años. Logré cruzar el río Bravo y hallé trabajo con un gringo que me dio chamba en su casa, de jardinero y mozo.
-Onde, abogao -continuó el visitante-, le caí bien a la gringa, y entramos los dos en una relación. Ya con empleo seguro junté unos centavitos y mandé por mi mujer. Se vino, y le dieron trabajo también ahí en la casa, de recamarera y cocinera.
Hizo una pausa el indocumentado y prosiguió.
-Onde, abogao, al gringo le cayó bien mi señora, y entraron ellos en una relación igual. Y fíjese que así estuvimos muchos años: yo, con la gringa; y el gringo... pos con mi vieja.
Se detuvo otra vez el individuo, y luego siguió adelante con su narración.
-Onde, abogao, hace unos meses murió el gringo. Después, hace una semana, murió también la gringa. Y fíjese que no tienen familiares, ni hicieron testamento.
-Entiendo, señor -se impacienta el licenciado-. Pero dígame: ¿qué es lo que me iba a preguntar?
-Abogao -responde el mexicano-, con todo eso que pasó, el gringo y yo ¿qué venemos siendo?
Esa misma pregunta nos hemos hecho todos los mexicanos desde hace mucho tiempo. Y la cuestión sigue sin respuesta: no sabemos si somos orgullosos vecinos de los norteamericanos o una especie de país satélite que depende de ellos aun para comer.
Eso me lleva a mí también a hacer una pregunta: ¿en verdad somos independientes, si el día que a los americanos se les pegue la gana pueden dejarnos sin comida de la noche a la mañana? Supongamos –en tiempos de AMLO todo se puede suponer- que los vecinos cortaran su relación con nosotros. En una semana estaríamos muriéndonos de hambre, y sin pasta de dientes ni jabón. Otros gritos tendríamos que dar, que no el de Independencia. Entonces hay que cambiar el sentido de la frase atribuida a don Porfirio: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”, y hay que decir: “¡Que no se nos alejen!”.
En los tiempos en que había en Saltillo cursos de verano para extranjeros aparecía siempre en alguna barda un letrero que decía: “Yankees, go home! Gringas, come home!”. Tal es la única vez, hasta donde yo sé, que han andado juntos en un mismo eslogan comunismo y erotismo.
La verdad monda y lironda es que los gringos han trabajado siempre más que nosotros, y eso los puso por encima nuestro. Hasta el humor nos habla de esa dependencia, que llega a lo insignificante. Recordemos el caso del señor que antes de la pandemia decía que cuando él muriera quería que su cuerpo fuera incinerado, y sus cenizas dispersadas en el Mall del Norte, de Laredo. Explicaba:
-Es la única esperanza que tengo de que mi esposa me vaya a visitar alguna vez.