Jesús Cadenas: Un muerto célebre en el Saltillo de los años treinta
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Cuenta la crónica que en el Saltillo de los años treinta vivía un tal Jesús Cadenas que sufrió una espeluznante muerte. La historia de Cadenas no la incluyó Froylán Mier Narro en las historias de aparecidos y leyendas que recogió en su libro publicado en la década de los noventa, “Leyendas de Saltillo”. Tampoco la incluyó José García Rodríguez en las páginas de sus dos tomos de “Entre Historias y Consejas. Anécdotas de la Vida en Saltillo” (1949 y 1951) y, al parecer, tampoco se encuentra en otras narraciones de misterio y terror del mismo don Pepe publicadas en ediciones póstumas, agrupadas en diversos títulos, como “La Venganza del Muerto y otros Cuentos” (2002).
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No, la historia de la muerte de Jesús Cadenas la vine a encontrar en el “Herodes”, de Óscar Flores Tapia, y la narra como un recuerdo de su niñez que le despierta la calzada Madero, antes llamada “De los Héroes”, rumbos del barrio del poniente en el que nació y creció Flores Tapia. Después de cruzar la Alameda, al caminar por la calzada avistó al fondo, “como centinela insobornable al Cerro del Pueblo, testigo mudo y fiel de la historia, de la alegría y del dolor de los habitantes de esta querida ciudad. Cae la tarde y el sol escondiéndose tras los relices del cerro, apenas si deja ver sus reflejos de incendio en el horizonte en matices jamás soñados por pintor alguno. Cuántos recuerdos asaltan a nuestra memoria caminando por esta Calzada por donde transitan, cogidas de la mano, la vida y la muerte...”.
Testigo presencial de la muerte espeluznante de Jesús Cadenas, Flores Tapia cuenta que siendo un niño de cinco o seis años, vio caminar por esa calzada, rumbo al patíbulo, a un hombre alto, bien parecido, vestido con cierta elegancia y fumando un puro legítimo: “Más parecía ir a una Feria que al Panteón”, afirma el narrador, y continúa diciendo que al llegar a la esquina con la calle Ferrocarril, se detuvo a comprarle a don Emilio Hilario una jarra de pulque y una pieza de pan. El pulque lo bebió ahí mismo y se fue rápido comiendo el pan, como si llevara prisa de pararse frente al pelotón de soldados que ejecutaría el ajusticiamiento.
Pasó por el merendero de Lolita en el puente y por los puestos de enchiladas, cañas y naranjas del panteón, y mientras los vendedores de aguas frescas ofrecían su mercancía a la multitud que iba siguiendo al condenado, los cantadores ya entonaban el “Corrido de Jesús Cadenas”.
Jesús Cadenas fue un criminal saltillense condenado a morir fusilado por haber cometido el horrendo crimen de ahorcar a dos tías suyas y sentar y amarrar en la estufa a la sirvienta. Con el dinero que encontró en la casa se fue a recorrer cantinas y casas de mala nota y fue aprehendido en una de estas. Se le sometió a juicio y se le condenó a muerte. El pelotón de fusilamiento colocó a Jesús Cadenas de espaldas a la barda oriente del Panteón. El asesino se negó a que le vendaran los ojos y permaneció orgullosamente erguido. El oficial que comandaba dio la orden y se escucharon los fogonazos de las armas, pero como ninguna de las cinco balas lo alcanzó, el criminal se echó a correr entre la multitud, que pedía a gritos el perdón. El comandante del pelotón le dio alcance en la esquina del panteón, lo intimó a rendirse y ante la negativa del reo, introdujo el cañón de su pistola en la boca del condenado y le disparó.
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Tal fue la espeluznante muerte de Jesús Cadenas, provocada por su soberbia y el horrendo crimen de ahorcar a sus dos tías, sentar y amarrar a la sirvienta en la estufa, robarse todo el dinero que encontró y gastarlo en las cantinas y casas de mala nota, aunque el día de su muerte todavía le alcanzó para comprar el puro que se fumó, la jarra de pulque que se bebió y el pan que fue comiéndose camino al patíbulo: “Y colocado que fue dentro de la negra caja de pino que ya tenían preparada, yo que me acerqué a ver el cuerpo de aquel hombre, me pareció que aún respiraba”, concluye Flores Tapia.
He buscado sin éxito el Corrido de Jesús Cadenas. Si alguien lo conoce, le ruego ser tan amable de darme la referencia.