Jesús Valdez: El señor cuadrado (II)
Fue de voluntario a ayudar a los damnificados. Iba por entre el agua para ayudar a una madre con su hijo cuando un cable de alta tensión se desprendió y le cayó encima
Jesús Valdez, llamado por todos “El Cuadrado” a causa de su fornida espalda, fundó en la ciudad de Chihuahua un grupo al que llamó “Tribu de Exploradores Mexicanos”. La ceremonia de iniciación de los aspirantes se efectuaba en una habitación en penumbra, cuyas paredes, piso y techo estaban forrados con tela morada que tenía pintadas estrellas amarillas. Los socios ya admitidos vestían túnicas y capuchones negros. Había en el centro del salón un brasero con carbones encendidos, y cada vez que el iniciado respondía a una de las preguntas del ritual, “El Cuadrado” echaba en el anafe un cierto polvo que provocaba enormes llamaradas también de color morado. Aquello era realmente impresionante: es fama que más de uno de los neófitos se hizo aguas menores en aquella solemne ceremonia.
La imaginación de Valdez era muy grande, a veces desmesurada. En los días de Navidad hacía una colecta de ropa, dulces y juguetes. El 25 de diciembre, vestido de Santa Claus, llevaba esos regalos a los barrios pobres en un estrafalario trineo de ruedas fabricado por él mismo. El tal trineo era tirado por seis burros a los que “El Cuadrado” disfrazaba de renos pintándolos de café y poniéndoles cuernos de cartón.
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El año de 1939 todo el país vibró de emoción con el vuelo sin escalas que el temerario aviador Francisco Sarabia hizo de la Ciudad de México a Nueva York. “El Cuadrado”, hombre hazañoso, no podía quedarse atrás: anunció que él también haría el viaje, pero a pie. Y claro, con algunas escalas.
Cumplió lo dicho: a las 6 de la mañana del viernes 16 de junio de aquel año salió de la capital de la República, y llegó a Nueva York a las 4 de la tarde del 13 de septiembre. Había caminado 5,400 kilómetros, a razón de 30 ó 40 millas diarias, marchando 12 horas en cada jornada. Extraño espectáculo debe haber sido para los norteamericanos el de aquel solitario caminante, y más porque “El Cuadrado” vestía un raro atuendo: huaraches; calzón indio de manta; guayabera con dibujos de toreros y chinas poblanas bordados en lentejuela, y un enorme sombrero de charro de cuya ancha ala colgaba por atrás un paliacate con letras bordadas que decían: “To the World’s Fair, on foot from Mexico City”. Por único equipaje llevaba “El Cuadrado” una cantimplora y una bolsa de yute, cuyo contenido era el siguiente: una muda de ropa, una cobija, un suéter y una cámara fotográfica. En el viaje Valdez gastó 300 pesos y rebajó 15 kilos.
Pasó el tiempo, y en septiembre de 1944 hubo en Parral una gran inundación. “El Cuadrado” estaba por esos días en el mineral, pues lo había llevado ahí el sacerdote Agustín Pelayo a fin de que le ayudara a organizar un grupo de boy scouts. El río que atraviesa Parral se desbordó, y hubo pérdida de vidas. “El Cuadrado” fue de voluntario a ayudar a los damnificados. Iba por entre el agua para ayudar a una madre con su hijo cuando un cable de alta tensión se desprendió y le cayó encima. “El Cuadrado” murió instantáneamente, electrocutado. Su cuerpo fue llevado a Chihuahua, y en esa ciudad se le hicieron funerales con honores de héroe. En verdad había sido eso: un héroe.
Ahora bien: ¿por qué escribe el Cronista la historia de este hombre? Mañana lo diré.